Venezuela es el tema diario en las Américas y no faltan razones para ello. La existencia de un gobierno hecho de arengas callejeras e ideas trasnochadas, sin contacto con la realidad, justifica lo que está pasando en las calles.
Como muchos otros latinoamericanos, pienso y siempre pensé, que el Presidente Maduro nunca debió ser presidente o que deberÃa haber dimitido hace mucho. O, al menos, haber hecho un gobierno de concentración nacional, para empezar a enderezar las cuentas nacionales del paÃs con el subsuelo más rico de toda Sudamérica. Al no haberlo hecho, la gente que vio caer sus propiedades bajo el poder estatal busca, con toda justicia, recuperar el terreno perdido. Se cae de maduro. Sin embargo, la pregunta que nadie se ha hecho todavÃa es qué se hará con los pedazos cuando el aparato gubernamental estalle por los aires.
La alternativa más plausible, e indeseable, es que Venezuela regrese a su ya legendaria bisagra polÃtica y se vuelva a repartir el poder polÃtico entre dos añejos partidos, la Democracia Cristiana (por qué no decirlo, la derecha tradicional) y la Social Democracia (tradicionalmente de derecha, aunque se anuncie socialista). Dos situaciones peliagudas se presentarÃan como corolario, una tan inmediata como el efecto Rajoy, y otra a medio fuego como el “modelo†peruano. Dios los pesque confesados.
La primera traerÃa a gobernantes que apretarÃan más aún el cinturón, creando nuevos orificios para la hebilla económica. Contando con su poder mediático, lograrÃan asà perpetuar la brecha de ingreso venezolana a los paupérrimos niveles acostumbrados de esta parte del mundo. Lo peor de esta situación es que nadie parece recordar los gobiernos bañados de corrupción previos a Chávez. Nadie parece haber visto los fantasmas del expresidente Carlos Andrés Pérez (compadre y tutor de su par peruano Alan GarcÃa), defenestrado por la Corte Suprema venezolana, o de Lusinchi y otras perlas presidenciales de la bisagra democrática venezolana, que penan por el Palacio de Miraflores. No fue culpa de la democracia, pero esos especÃmenes de la polÃtica se encargaron de que Venezuela, el paÃs que alguna vez fuera el más floreciente de la América Latina, estuviera mordiendo el polvo mucho antes de la aventura chavista. Fui testigo presencial de esa ridÃcula contradicción.
La segunda situación post Maduro serÃa una vorágine de partiditos, cada uno con agenda personalÃsima bajo el brazo, y que llevarÃan al poder polÃtico a los empresarios y mercantilistas de todo tamaño y procedencia legal del paÃs. La cosa nacional venezolana irÃa de Guatemala a Guatepeor, con el agravante de que el público común y corriente no se percatarÃa de su caÃda libre al modelo peruano de vulgarización de su mundo, de educación por las patas de los caballos, de metástasis de corrupción en las instituciones gubernamentales, de renuncia al derecho de rebeldÃa so pena de ser declarado saboteador de la democracia.
Que se vaya Maduro, pero que venga un presidente que rompa con la inercia polÃtica de hace más de 30 años. Que Venezuela ya no está para bolivarianismos rimbombantes ni para mercantilismos neoliberales.