“La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio” (Aparecida).
El mundo de hoy presenta un cuadro preocupante para la humanidad, caracterizado por graves injusticias, desempleo, intolerancia, violencia, corrupción, persecución contra el inmigrante, pobreza, bajos instintos, egoísmo, por la existencia de regímenes sociales opresores, de relativismo moral…
Es la realidad. ¿Cómo juzgarla? ¿Cómo actuar ante ella?
En el documento de Aparecida, aprecio, que, al igual que en otras Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, el método utilizado para tratar la realidad es “ver, juzgar y actuar” (Documento de Aparecida no. 19). Que seamos capaces, como creyentes cristianos católicos, discípulos y misioneros, de ver la realidad que nos circunda con los ojos de la fe a través de la Palabra revelada, la juzguemos según Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, y que actuemos desde la Iglesia, cuya misión es evangelizar y servir a todos.
El Espíritu Santo nos ha dado sus dones (sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza, piedad y temor de Dios) para ir al encuentro de Jesucristo, roca, paz y vida: El único Salvador de la humanidad. Á‰l es el Camino, la Verdad y la Vida. Y como dijera, Benedicto XVI, mi admirado y santo Papa, en el discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida en Brasil, “si no reconocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino, no hay vida ni verdad”.
“Ser cristiano no es una carga es un don”.
Jesús ilumina a los que viven en tinieblas y guía nuestros pasos por un sendero de paz.
Estamos juzgando esa realidad al decir que, ella, es el producto de la injusticia, del pecado o de las tinieblas.
Jesús es el nuevo Adán ante esa realidad llena de pecados e injusticias. Á‰l viene como espíritu que da vida (1Co 15, 45).
¿Qué hacía Jesús y nos dice qué debemos hacer?
Seguirle en su ejemplo. En la Biblia, la Palabra de Dios, en el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (Lc 6, 20) y la lección de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (Lc 10, 4 ss).
Quiere Jesús que seamos como él que recorría todas las ciudades y pueblos; enseñaba en sus sinagogas, proclamaba la Buena Nueva del Reino y curaba todas las dolencias y enfermedades. Jesús sintió compasión por todos los que estaban desanimados y decaídos, como ovejas sin pastor (Mt 9, 35 – 36).
Jesús nos dice que amemos a Dios y al prójimo como a ti mismo. El samaritano nos da una lección de quién es el prójimo (Lc 10, 30 – 37).
La alegría y el ser portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras, brotan de la fe, que al cristiano le serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Es un gozo.