Miles y miles de hectáreas arrasadas cada año en la penínsuala. Fuegos causados por el hombre, en su mayoría. Vivimos en un país donde los crímenes contra la naturaleza no tienen el debido castigo y, aun menos, la debida repercusión en los medios informativos. En parte por la pasividad de las autoridades y también —hay que recalcarlo— por la nula sensibilidad de la sociedad hacia estos desastres. Cuando, en ocasiones, vemos publicada cierta noticia haciendo referencia a alguna de estas tragedias, suele ir enfocada principalmente en el daño económico, en pérdidas monetarias, demostrando de manera irrefutable la falta de comprensión deliberada y egoísta sobre los realmente perjudicados, sobre las víctimas anónimas: los animales que viven en estos espacios naturales. Millones de vidas calcinadas por la crueldad y el antropocentrismo humano. Animales que viven por derecho propio en su hábitat, haciendo una labor fundamental para el equilibrio biológico (de la que nos beneficiamos nosotros), son convertidos en cenizas y los que sobreviven, morirán tras una larga agonía, con su cuerpo herido, sin agua, sin comida, sufriéndo en cada paso las quemaduras de la tierra arrasada, sin que a nadie (casi nadie) le importe su infortunio.
Algunos nos sentimos abatidos, soportando —como si de una losa se tratase— la terrible carga de los delitos cometidos por los animales “racionales” de nuestra especie, la única con el siniestro currículum y el macabro historial causante de la mayor pérdida de vidas inocentes, desde su aparición en la escena de la vida en el planeta. Quisiéramos convertirnos en lobo, ave o pez, árbol o flor, incluso piedra inerte, para estar limpios de culpa.
En el Réquiem de Mozar, una grandiosa obra musical idónea para escucharla mientras nos hacemos un autoexámen, podemos encontrar estos versos traducidos al español:
“La naturaleza y la muerte se asombrarán/ cuando resuciten las criaturas/ para responder ante el Juez./ Y por aquel profético libro/ en que todo está contenido/ el mundo será juzgado”. No creo en la justicia, ni divina ni terrenal. Es sólo un sueño pensar que algún día la naturaleza y todas las criaturas inocentes que en ella han vivido y viven, juzguen al ser humano por todo el daño causado, por tantas vidas sesgadas, por tanta crueldad extrema. Los que hemos despertado, los que hemos discernido la deuda moral contraída con el resto de las criaturas, debemos hacer todo lo posible por terminar con este infierno. Nuestras lágrimas nunca podrán apagar el fuego, hay que pasar a la acción. Porque si no soy yo o tú… ¿quién?. Si no es ahora… ¿cuándo?