El discípulo preguntó al Maestro:
– Señor, ¿dónde está la Verdad?
– En la vida cotidiana, en los actos más simples de cada día.
– Pero yo, en mi vida diaria, no veo verdad alguna. Todo es rutina, – respondió el discípulo.
– Esa es la diferencia, – explicó amable el Maestro-, que unos la ven y otros no.
– ¿Cómo podría hacer?, – suplicó honestamente el joven -. ¿Se trata de estudiar más los libros sagrados, de meditar más y de sacrificarse?
– En modo alguno, – respondió el Maestro -. Se trata de mirar más allá de las apariencias, de descubrir lo esencial que palpita en lo sublime y en lo rutinario, en lo asombroso y en lo cotidiano.
– ¡Ayúdame!,- volvió a implorar el joven que tenía la cabeza demasiado amueblada.
– Todo lo que hagas, despierto o dormido, forma parte de una Unidad eterna en la que vivimos, nos movemos y somos. Tú, cuando comas, come; cuando bebas, bebe; cuando duermas, duerme.
– ¡Ya lo hago, Maestro!
– No. Tú cuando tienes hambre, comes; cuando tienes sed, bebes; cuando tienes sueño, duermes.
– ¿Y tú, Maestro?
– Yo cuando como, como; cuando bebo, bebo y cuando duermo, duermo. Haz cada cosa como si fuera única, porque es única. Y en esa concentración y simplicidad reside toda la sabiduría. E pois…
– ¡Mais nada!, – repuso sonriendo el discípulo.