La violencia es cualquier acto violento, sea golpe o palabra. ¿Por qué giramos la cabeza ante una escena de miedo o violencia? La guerra, el asesinato, la tortura, los fenómenos paranormales… Estas imágenes tienden a provocarnos atracción/repulsión. Por un lado, tenemos interés en verlo, pero por otro lado, tal violencia nos repele, nos provoca una sensación desagradable. Estos sentimientos se acrecientan sobre todo en el cine violento ya que es un tema con el que no empatizamos en la vida real por el sufrimiento que nos produce. En cada género, la violencia adquiere una personalidad independiente: terror, drama, guerra…
Las imágenes son la materia prima de todo esto, a través de ellas llegamos al espectador. El problema está delante de la pantalla, donde se sitúan los espectadores. Espectadores de diferentes rangos de edad, que realizan diferentes interpretaciones sobre las imágenes que están viendo. Lo que puede repercutir en su comportamiento y en su evolución psicológica, sobre todo en los menores de edad que no son muy conscientes de lo que ven. Se han visto varios casos de niños que se han lanzado por un balcón, a intentar volar para imitar a Superman o a Mary Popins con un paraguas, niños que murieron al imitar la ejecución de Sadam Hussein al ver vídeos en Internet de su ahorcamiento.
Ante este escenario actual, podemos preguntarnos ¿Quién tiene la culpa de las imágenes que visualiza el menor? ¿La tendrán los padres por dejar el mando al niño sin controlar el horario ni la programación? ¿Tendrá la culpa la propia cadena por programar contenidos violentos en horario de protección infantil? La sociedad en su conjunto ignora las normas que regulan la programación y la educación audiovisual. Unos por desconocimiento y otros porque no les interesa. La calidad de unos contenidos no está en la cantidad de audiencia, sino en cumplir con los deberes de informar, formar y entretener. Sin embargo, se rigen por otra serie de criterios, que económicamente es lo que más vende y lo que suma más audiencia. Pero el entretenimiento no puede basarse en gritos, faltas de respeto, comer delante de una cámara como si se estuviera en el salón de casa, hacer “edredoning” en un show televisivo que ven millones de personas. Además de otra serie de actitudes denigrantes, pero que a la gente le produce morbo o le agrada de alguna manera. Sin embargo, esto para un niño de 8 años es violencia.
La mayoría de ciudadanos ven lo que le ponen en pantalla. Se sientan a ver qué le ofrecen. Ahí está el problema, en la educación, la gente no está educada para exigir programación de calidad que le pueda aportar lo que debe aportarle la televisión: información, formación y entretenimiento. Desde la infancia, en los colegios, igual que se enseñan las matemáticas, inglés o ciencias, hace falta alfabetización mediática. Igual que nos exigen cumplir en el trabajo, si no nos vamos a la calle, nos rebajan el sueldo…, debemos exigir a los medios audiovisuales una programación de calidad, basada en principios éticos y morales, que de verdad cumpla las funciones de informar, formar en entretener. A pesar de ello, la sociedad se deja. A la sociedad le exigen trabajar, que rindan al máximo, arrimen el hombro hasta no poder más, llegando a ser explotados, como están haciendo muchas empresas con la excusa de la crisis, pero los ciudadanos no exigen programación de calidad. Se sientan y ven lo que quieran ponerle en la pantalla.
Ante este panorama, los jóvenes se están sintiendo decepcionados del medio televisivo y acuden al medio Internet, porque tienen lo que quieren, cuando quieren. Aunque, los menores, sin control de horario ni de contenido violento, sufren y sufrirán importantes trastornos de comportamiento y en el rendimiento académico, si los agentes sociales no se conciencian con que las actitudes y contenidos que nos muestran los medios audiovisuales actualmente no son propias de una sociedad civilizada.