Lo vemos todos los días: la violencia, como el robo, cuando se presenta de forma sutil y sofisticada, pasa desapercibida.
Los medios, firmes escuderos de la oligarquía, ponen el grito en el cielo cuando un contenedor arde, y silban mirando para otro lado ante la violencia, amparada en la legalidad, que el gobierno ejerce sin mancharse las manos, con políticas de terrorismo austero, dejando en la cuneta a los más desfavorecidos y vulnerables, que sienten cada nueva medida (impulsadas por la troika, y ahora también por China) como un paso más hacia el hambre.
Hoy, cuando nos enteramos de que España es el segundo país con más pobreza infantil en Europa tras Rumanía, nos preguntamos dónde está realmente la violencia. Indudable es que el gobierno se sirve de mecanismos no físicos, de los que se traman en los despachos mientrasd se come a dos carrillos, con cara impasible y traje limpio.
¿ Es más violento un contenedor ardiendo que un niño desnutrido, o sólo más impactante y obvio ?
En los últimos tiempos los medios han ido ganando grados de desfachatez, prestando atención tan solo a las secuencias que les convienen de una historia.
Las marchas por la dignidad son el último caso: cualquiera que tenga noción de estadística, ateniéndose a la asistencia y al reducido número de actos violentos, la catalogaría de pacífica. Sin embargo, la enorme repercusión que se ha dado a los conflictos violentos demuestra que en la mayoría de los casos la información está desnivelada ideológicamente, sesgada y repleta de intereses, a poco que se apele, como he dicho, a un mínimo exámen estasdístico.
Tanta culpa como los mismos violentos (por cierto, en muchos casos infiltrados para desprestigiar la marcha, policías incluidos) tienen los medios, en tanto que su sed de sensacionalismo y desvirtuación son saciados por estos seres sin ideología alguna en el mejor de los casos, con ideología opuesta a la marcha, en el peor. Peca de superficial y frívolo quien se deja engañar por tales impactos visuales, quien tan solo da crédito a lo llamativo y ruidoso, dejándose arrastrar por la corriente parcial que desemboca, premeditadamente, en la repulsa al movimiento al que se alude.
Efectivamente, el rugir del estómago de un niño no arma tanto escándalo como el fuego y el agitamiento; mientras las bombillas de los pobres se apagan, mientras los niños se van familiarizando con el hambre, mientras se rebaja a la clase baja, los medios siguen haciendo su guerra en el bando de los tiranos económicos, los que ven 50.000 personas donde hay 2 millones, los que apelan a la minoría silenciosa en su país y sin embargo aplauden las rebeliones en otros países con miras financieras, con la mirada negra de avaricia y de petróleo.
Y no sería de remarcar si la mayoría de los propios afectados no les rieran las gracias y creyeran sus falacias.
Como muñecos baratos, los medios nos manejan a su antojo, haciendo de ventrílocuos de nuestra conciencia.