Fuente: El País.com
Como han cambiado los tiempos, si hace apenas 50 años los españoles desempolvábamos la alfombra roja para recibir a nuestros amigos los americanos y su dinero, conceptualizado en el Plan Marshall, ahora son los propios americanos los que se ven en la tesitura de tener que desempolvar la suya para recibir a sus amigos los chinos.
Y es que no hay mejor forma de mostrar el cambio de poder en el espectro económico mundial que la fotografía que se está produciendo en Washington en estos días. La primera potencia mundial en retirada, los Estados Unidos, le cede el testigo a la primera potencia mundial sobrevenida, China, ante la atenta mirada del resto del mundo siempre a la caza y captura de oportunidades comerciales.
Unas oportunidades que poco, o nada, tienen que ver con cuestiones de derechos humanos, las cuales soliviantan a los ciudadanos de bien pero que carecen de importancia para los gobernantes, que en un ejercicio de hipocresía supina alzan la voz ante los atropellos humanitarios en otros lugares, pero desvían la mirada cuando la cosa va con China.
Porque China tiene carta blanca para cometer todas las atrocidades que necesite para mantener a raya a sus ciudadanos o restringir hasta la mínima expresión la libertad de prensa para que no haya filtraciones incómodas, el resto de países desarrollados seguirán mirando hacia otro lado porque el ingente mercado de consumidores chinos es un premio demasiado goloso para andarse con zarandajas de menor importancia, como si un preso es torturado o un periodista silenciado.
¿Por qué Cuba sufre un embargo enquistado y China disfruta de las bondades del comercio internacional? ¿Acaso la represión del régimen cubano es peor que la del régimen chino?
Una vez más nos encontramos con un problema de riqueza y pobreza, al rico se le permite todo y al pobre se le exige el doble, lo que le corresponde y lo que nadie se atreve a exigirle al rico.
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