Cuando la cultura del subsidio impera en una sociedad el crecimiento y el progreso se torna complejo y poco probable, ya que el incentivo no se dirige hacia la producción sino hacia la ausencia de la misma, con lo que se potencia la aparición de la economía sumergida y de las triquiñuelas de poca ética y menor estopa para sacar el máximo beneficio.
Como concepto teórico el subsidio tiene su fundamento económico, pero al llevarlo a la práctica, a la realidad de la esencia humana, este fundamento se disipa en pos del más con menos, del ganar más haciendo menos, y las personas subsidiadas apuestan por mantener el subsidio, a pesar de su duración determinada, en lugar de un trabajo con posibilidades de mayor duración.
El subsidio debe de ser una solución de emergencia para casos puntuales, como una pérdida temporal de un puesto de trabajo o circunstancias personales especiales, pero nunca debe de ser generalizado ni por valores monetarios que puedan llevar a competir con los salarios pagados en la economía laboral reglada, porque acaba por desincentivar el trabajo en favor del subsidio.
Parte del dinero destinado a subsidiar la ausencia de producción debería de destinarse a incentivar la generación de riqueza a través de la creación de empresas, que generaran empleo y redujeran la población potencialmente receptora de subsidios. Lo he dicho más de una vez, y me vuelvo a repetir, un buen incentivo para los autónomos y pequeños empresarios podría ser el recibir en forma de reducción fiscal una parte del dinero que el Estado se ahorra al no pagar subsidio a un trabajador desempleado. Y como éste podría haber muchas más posibilidades.
Sin embargo, el político es presa del corto plazo, siempre necesita ganar las próximas elecciones y penalizar la cultura del subsidio es ir en contra de sus propios intereses, con lo que ésta se acaba por perpetuar alienando el espíritu emprendedor del pueblo español.