Soledad
VIVIR EN SOLEDAD NO ES VIDA
Escribo esta reflexión a raíz de una noticia que sobrecoge -cada vez hay más en este país- aparecida hace unas semanas en el digital Kaosenlared. Un anciano iba dejando carteles en su pueblo suplicando ser acogido por una familia. “Vivir en soledad no es vida” decía con tristeza en su amarga petición de ayuda. Y esa frase da título a esta reflexión; incita a indagar el papel del anciano en nuestras sociedades donde el dinero arrincona con éxito a la moral, las buenas costumbres, el amor y la decencia de tantos de entre nosotros. ¡Qué certera afirmación la del cartel! Pues ¿quién quiere vivir en soledad como sea una soledad elegida? ¿Quién puede desear malvivir y mal dormir en los portales nocturnos de una ciudad si no es porque el destino le empujó hasta esa vida que nadie en su sano juicio quiere para sí? ¿ Cómo es posible que se pueda derrochar de tan vergonzosa manera en tanto negocio sucio como estamos viendo en este país y descubriendo día a día, sin que el derroche nunca favorezca a quien no tiene un techo o es desahuciado y hasta se tiene que suicidar, como algunos ancianos hacen ya? Uno se tiene que preguntar forzosamente: ¿Es esto una civilización, o una barbarie dirigida por malversadores, truhanes y psicópatas?
Aquí a quien no produce, apenas si se le reconoce el derecho a la vida. Y en el otro extremo de la balanza, al que puede producir se le exprime como a un limón mientras ve menguar su salario de un modo vergonzoso obligado a callar por miedo a ser despedido de un puntapié. El caso es que la injusticia social y la falta de respeto y sensibilidad por “los de abajo” son notorias en todas las edades, cebándose especialmente con los más despreciados por los de “arriba”: los niños, las mujeres y los ancianos por machismo o porque no producen beneficios.
En esta sociedad degenerada montada al revés de todo valor positivo, y tres principales son el amor, la justicia y el respeto, y donde el dinero se ha convertido en un dios por encima de todo otro valor, los ancianos se consideran un estorbo porque no produce y hay que pagarle pensión y atender su salud y necesidades emocionales. Un penoso deber, por lo visto, para los cavernícolas administradores de la “res pública”.
En los pueblos llamados primitivos, donde la sensibilidad y el amor hacia los viejos aún no han sido adormecidas por la televisión y el consumismo, se tiene en alta estima a los ancianos, que son respetados y nunca excluidos de la vida comunal. Aunque ya no puedan aportar bienes materiales al conjunto, aportan sabiduría, experiencia y sensatez por las que son requeridos y respetadas sus opiniones. Y este es el beneficio que estos pueblos reciben. Y no es poco.
¡Cuán diferente es el papel del anciano en nuestras sociedades tenidas por civilizadas! Se convierten en ciudadanos pasivos, marginales y marginados, acosados por la creciente pobreza, la falta de amor hasta de sus propias familias y la falta de atención sanitaria gratuita a que nos aboca el capitalismo. En nuestros días hasta se cierran los centros concertados donde se les acogía, porque el Estado no paga su parte, mientras son insuficientes los centros públicos para absorber a la población creciente de mayores. Esto, como es natural, favorece a los negocios privados de sanidad y atención, pero a ellos sólo pueden acceder minorías de altas rentas. ¿Y los demás? ¿Tendrán que ir poniendo carteles por las calles de sus pueblos y ciudades suplicando que alguien les acoja a cambio de su pensión, si es que la tienen?
En tiempos de acoso social como el presente, los viejos son más perjudicados aún que el resto por ser mayores sus necesidades, hasta el punto de verse obligados a organizarse, como estamos viendo, para protestar por ello tirando de pancartas y ocupando bancos que les desahucian por no alcanzar a pagar su alquiler, ser avalistas de hijos que no pueden pagar su hipoteca, o por haber sido engañados con alguno de esos productos bancarios de los filibusteros de la banca. Y bien justificado que tienen el protestar. La miseria de las pensiones, que nunca terminan de nivelarse con la subida de los precios, el repago en asistencia médica, ambulancias, prótesis y medicamentos y la miseria de las ayudas sociales – si es que se tienen- son buena muestra de la falta de los sentimientos humanos más elementales de los que se encargan de organizar este país, y eso que se autoproclaman cristianos. ¿Dónde esconderán su cristianismo? ¿Tal vez en sus paraísos fiscales? Porque el otro, el de verdad, lo tienen lejos.
Uno se pregunta qué hubiera sido de nosotros si nuestros viejos no hubieran existido. ¿Estaríamos siquiera en este mundo? Bien seguro que no, así que algo hay que agradecerles, lo mismo que por sus cuidados y desvelos. Y más: ¿Habríamos alcanzado sin ellos ese estado del bienestar que ahora se vuelve a diluir por la magia negra del abracadabra de estos filibusteros y sus valedores que nos dirigen? Bien seguro que no, tan seguro que los próximos seremos nosotros, cada uno, usted y yo, si es que llegamos a viejos. Y que no vengan a decirnos que nos quieren mucho porque tenemos el INSERSO y podemos ir a Benidorm…
Entre tanto, ¿qué hacemos por cambiar nuestro destino futuro? ¿Fomentamos y practicamos la solidaridad, el amor, el respeto hacia nuestros viejos próximos? El resultado bueno o malo de estas actitudes es lo que cosecharemos sin duda.
El caso del viejo sin familia que puso el anuncio es muy triste, como el de tantos y tantos miles de nuestros ancianos con menos suerte aún que él y que duermen a la intemperie como perros nocturnos, soportando el frío, la insalubridad, la falta de higiene, el hambre y la indiferencia.
Es cosa de tomar buena nota de lo que nos espera si seguimos pensando que el capitalismo es inevitable y que con el tiempo van a mejorar estas cosas. Apañados vamos como nos dejemos arrastrar hacia donde pretenden llevarnos.