Agosto, una pequeña ciudad de un país cualquiera. Llueve desde hace varios días. Las calles parecen desiertas. Todos sus habitantes tienen deudas y viven a base de créditos, preocupados por el futuro. La ciudad está en crisis, y triste. Por fortuna, llega un forastero al hotel, pide una habitación y entrega 5.000 euros para depositar en la caja fuerte y que guarda para una compra que está negociando en la ciudad.
El jefe del hotel coge el dinero pero, en lugar de encerrarlo en la caja, sale corriendo a pagar sus deudas con el carnicero. Este a su vez corre con él a pagar las deudas con su ganadero, quien aprovecha la oportunidad para pagar los piensos que debía a su almacenista. El de los piensos se va al concesionario de coches y cancela la deuda pendiente. El concesionario ve el cielo abierto para abonar al promotor los atrasos del piso que compró tiempo atrás. Por su parte el promotor, con el dinero fresco, acude a la agencia de viajes a saldar su deuda de las vacaciones familiares pasadas. El agente de viajes acude al jefe del hotel y le entrega contantes y sonantes 5.000 euros para liquidar las facturas no abonadas. Finalmente el director del hotel, finalmente, deposita los 5.000 euros en la caja fuerte.
Poco después reaparece el forastero, dice que no ha podido cerrar el acuerdo, coge su dinero y se va de la ciudad. Nadie ha ganado un euro, pero ahora los habitantes de la pequeña ciudad viven sin deudas y miran el futuro con confianza. Moraleja: “si el dinero circula, se acaba la crisis”.
Esta historia, leída en Internet tiene más enjundia de lo que parece. Lejos de una conclusión economicista y de elogio del mero consumo, enseña que la superación de la crisis en una cuestión de arrojo, confianza y creatividad. Decía Einstein que “la verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia”, la pereza para encontrar salidas y soluciones. “Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia”. Porque toda crisis es un riesgo y una oportunidad. Cuando ha pasado y la miramos desde la óptica nueva que da el transcurso del tiempo, casi parece una anécdota. ¿Y por qué lloré tanto con aquella noticia, aquel abandono amoroso, aquella pérdida de trabajo? Hoy la veo como un escalón, un ascenso y maduración en la vida. Pero entonces parecía que se me iba a hundir el mundo.
En realidad esto de vivir es como sentarse en un pupitre para aprender lecciones. Frente al materialismo reinante, percibimos que lo que humaniza al hombre y le hace saltar por encima de los esquemas espaciotemporales; en una palabra, lo que nos hace seres humanos a diferencia de las bestias, es el espíritu en sus diversas vivencias y manifestaciones: desde el amor a la cultura; desde el disfrute estético de la belleza y las formas más variadas del pensamiento a la creación y la convivencia.
Por eso debemos considerar la crisis y el modo de superarla, hacemos un acto de fe en el hombre, puesto que como decía Balzac, “en las grandes crisis, el corazón se rompe o se curte”. ¿Cómo se han vivido las anteriores crisis? ¿Qué mecanismos funcionan en mí cuando soy víctima de ella? ¿Qué técnicas tengo a mano para superarla? ¿Cómo me puede ayudar la familia en ese trance?
Recuerdo que un amigo, agente de bolsa en mala racha, llegó un día a su chalet y se lo encontró vacío. Su mujer se había largado y le había dejado sin un mueble. Tenía un primo en Málaga zapatero remendón. Se fue con él, le ayudó y hoy es dueño de una fábrica de zapatos. Imaginación contra depresión. Creatividad frente a pasividad. Apertura ante cerrazón. Moverse en vez de quejarse. ¡Podemos!