“Cuando un río se desborda todos deseamos que decrezca para que las aguas vuelvan a su cauce” dice Serge Latouche, uno de los teóricos del decrecimiento. El ‘cada vez más’ y el consumo desmesurado son causantes de la grave crisis mundial. El mundo requiere reducir la sobreproducción y el sobreconsumo. Por tanto, la idea del decrecimiento no es una utopía, sino una necesidad.
Es imposible crecer de forma ilimitada con recursos limitados. Hay que reducir la producción y el consumo ya que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Las sociedades occidentales abusan y destrozan los recursos naturales. Uno de los indicadores es la huella ecológica, la cantidad de superficie que una persona necesita para mantener su estilo de vida. Esta huella ecológica era en 2004 de 1,25 planetas Tierra según los pronósticos alcanzará dos Tierras en 2050. La huella ecológica igualó la capacidad del planeta en 1980 y se ha triplicado entre 1960 y 2003. El Banco Mundial también estima que, para asegurar el bienestar de la humanidad, la producción debería ser en 2050 cuatro veces superior a la actual, algo inconcebible si se toma en cuenta la escasez de materias primas.
Este consumo sin freno no afecta a todo el planeta. “El mundo es grande para satisfacer las necesidades de todos pero pequeño para la avaricia de algunos”, decía Gandhi. Por ello, el 80% de las personas viven sin coche, frigorífico o teléfono y el 94% no ha viajado nunca en avión. Mientras que Estados Unidos y Europa consumen de media 8,4 veces más que la media mundial. La tercera parte de la población norteamericana es obesa, tendencia que sigue la Unión Europea. La sociedad de consumo y la publicidad ligaron el tener al ser. En Estados Unidos la renta per cápita se triplicó desde 1960, en 2005 el 49% de los norteamericanos estimaba que la felicidad se hallaba en retroceso.
“El decrecimiento implica desaprender, desprenderse de un modo de vida equivocado e incompatible con el planeta”, sostiene Ignacio Ramonet El decrecimiento se opone al capitalismo despiadado. Consiste en reducir nuestra huella ecológica, la sobreproducción y el sobreconsumo. Por ello el decrecimiento pretende aprender a producir valor y felicidad, pero reduciendo la utilización de materia y energía. Al reducir consumo y producción podemos liberar tiempo para otras formas de riqueza que no se agotan al usarlas como la amistad o el conocimiento. De ahí el lema del congreso realizado en París en 2005 ‘Deshacer el desarrollo, rehacer el mundo’. El proyecto político del decrecimiento consiste en ‘las ocho R’. Reevaluar, Reconceptualizar, Reestructurar, Relocalizar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar y Reciclar. La reestructuración plantea la cuestión concreta de la superación del capitalismo y de la reconversión del aparato productivo que debe adaptarse al cambio. Este cambio conlleva medidas para preservar el medio ambiente y para restaurar un mínimo de justicia social. Como una economía sana basada en el uso de energías renovables y en una reducción drástica del consumo energético. El fin de las grandes superficies comerciales, que serían sustituidas por comercios de proximidad y por los mercados. Acabar con los productos manufacturados baratos de importación por otros producidos localmente. Erradicar la agricultura intensiva y favorecer la agricultura tradicional de los campesinos. Fomentar el tipo de artesano y comerciante que es propietario de su trabajo así como organizaciones de trueque. Redistribuir el acceso a los recursos naturales y a la riqueza, limitar el consumo a la capacidad de carga de biosfera, potenciar los bienes duraderos, potenciar la producción a escala local y en sentido sostenible.
Los países empobrecidos son los que sufren con mayor dureza las consecuencias del agotamiento de recursos. Se puede decir que practican un decrecimiento natural impuesto por las sociedades occidentales. Por el contrario, sus gentes mantienen prácticas comunitarias de ayuda y esfuerzo compartido. Le dan valor a las cosas que realmente lo poseen. Tenemos una deuda económica, ecológica y moral con estos países y también con las generaciones venideras. El decrecimiento es un desafío colectivo e individual. Debemos desaprender el “cada vez más” del capitalismo despiadado. No debemos confundir valor con precio. “No es feliz quien más tiene sino quien menos necesita”, dice el dicho que tiene hoy más valor que nunca.
Manuel Molina Prados
Periodista