Si algo de positivo ha traído la crisis actual es que ha obligado a la sociedad darse cuenta de la mediocridad e incapacidad que domina a la clase política para resolver problemas. Además de que han sido los políticos, con la inestimable ayuda de la banca, los responsables directos de originarlos. Los grandes problemas nunca pueden ser resueltos al mismo nivel de pensamiento con el que se crearon. El País publicó tiempo un artículo en el cual se cuestionaba la necesidad de la existencia de la figura del político profesional, ese individuo que se gana la vida, y demasiado bien por cierto, de su actividad. Nada parece haber cambiado desde que Einstein dijese que el destino de las naciones no debe dejarse inevitablemente en manos de los irresponsables dueños del poder.
Lo más sabio sería que las personas que representen a sus sociedades fuesen aquellas que estén de vuelta de las ambiciones que ansía el hombre moderno: dinero, fama, poder y egocentrismo; seres autorrealizados cuyos valores y evolución personal hayan ascendido a un estadio superior de conciencia integradora, compasiva, generosa y empática, desde la cual la vocación de ser útil destrone toda intención y ambición de autoservilismo, muchas veces disimulado bajo la tantas veces hipócrita bandera de cualquier ideología dualista, sea de derechas o de izquierdas.
En vez de esa seudoreligión de la política profesional, lo que la sociedad necesita son políticos que sientan una llamada vocacional hacia una política integral y ambidextra que además consiga enterrar para siempre esa trasnochada rémora psicosocial que divide el mundo en derechas-izquierdas y que tan poco, si algo, significa ya.
También parece fundamental no dar otra oportunidad a ministros ineducados, bastos, incultos y con una más que deficiente preparación intelectual, cultural y moral, pero tampoco a seres con consciencias narcisistas, egocéntricas, pedantes y megalomaníacas. Desde la vorágine de la crisis no queda otro remedio que preguntarse: ¿cómo se atreven esos parlamentarios a reír en público ni una sola vez? ¿No nos están diciendo sus actitudes que es hora de dar paso a las mejores y más serias personas entre aquellas cuyas trayectorias individuales hayan demostrado todo lo que tenían que demostrar en sus respectivos campos y vidas, sean quienes sean y vengan de donde vengan? Unos pocos que no necesiten ni más dinero ni fama ni poder ni inflar más sus egos.
Uno se imagina un presidente con un nivel de conciencia como el de un ministro de sanidad tipo Valentín Fuster, un rejuvenecido Jose Luis Sampedro, un ministerio de cultura perteneciente a esa nueva culturización superior de un Salvador Pániker o un Ken Wilber, alguien en educación o exteriores como Federico Mayor Zaragoza.
Decía Ortega que los conflictos y la violencia provienen de mezclar diferentes estadios de conciencia, lo que hoy se observa en todas las facetas de la vida. Los más evolucionados, aquellos cuyas intenciones y valores les permiten moverse por encima de todo interés personal y egoísta, y cuyas motivaciones están a nivel de la empatía, la generosidad, la inteligencia, la sabiduría y la compasión universal, y esta última no sólo por los semejantes, sino por todos los seres vivos, deberían estar en el poder.
Con Leonardo da Vinci, afirmarían que los seres humanos se darán cuenta un día de que torturar y matar a un animal y hacerlo con un hombre es exactamente lo mismo o, como decía Gandhi, que a una sociedad se la conoce por la forma en la que trata a sus animales. Suena paradójico también, así como incongruente y de difícil mezcla, que un rey disfrute de la caza mayor, cuando no de esa barbarie cuyas leyes no escritas representan la crueldad más inimaginable como son las monterías, mientras que su reina defiende amorosamente diversas sociedades protectoras de animales.
Es la superación de estas escandalosas rupturas psicoespirituales, bloqueos y conflictos evolutivos lo que impide el tan necesario y anunciado cambio.
Nunca es tarde, salvo para algunas situaciones críticas para las que mañana es siempre demasiado tarde. La naturaleza del problema es de evolución, de ascenso, personal y social. Mientras esto no cambie, la sociedad, y el mundo entero, seguirán teniendo lo que la sociedad y el mundo merecen.
Salvador Harguindey
Médico oncólogo, escritor y miembro de la Sociedad Española de Psicología Transpersonal