El voluntario no da lecciones, sino que contagia con sus actitudes y sus responsabilidades asumidas. Entre ellas está la de plantar cara a las actitudes hostiles contra los excluidos.
El sufrimiento o el mucho esfuerzo a la hora de realizar una acción voluntaria no son sinónimos de trabajo bien hecho. Por el contrario, disfrutar con el voluntariado es un indicador de calidad del servicio desarrollado.
Hacer las cosas de manera forzada y obligarse más allá de los límites de la responsabilidad y del compromiso, significa obligar al beneficiario del programa a soportar nuestro sacrificio. Y eso se nota. Hay que evitarle al ‘otro’ la sonrisa forzada del que se está doblegando a sí mismo. Para que la sonrisa brote con naturalidad, que las palabras sean espontáneas y no se tenga que forzar la actitud positiva, es importante elegir bien el servicio, informarse sobre lo que éste implica e insertarse en un programa en el que nos sintamos a gusto.
El voluntario debe defender sus posiciones de una manera positiva y en varios aspectos. Por un lado, hacia la propia Organización a la hora de participar en la elaboración de programas o planteando críticas constructivas hacia los métodos o la orientación de su trabajo. Es un derecho del voluntario el poder participar en el diseño de los planes que luego él mismo ejecutará con otros compañeros.
Por otro lado, es posible que presencie agresiones o negligencias de profesionales, funcionarios públicos u otros voluntarios hacia las personas marginadas con las que trabajamos. En ese caso, el voluntario debe hacer valer los derechos que, como ciudadano, tiene cualquier persona, independientemente de su nivel cultural, social, económico o su nacionalidad. Pero lo más prudente y eficaz es que lo comunique al responsable de su servicio en la organización para que no deje de utilizar el cauce apropiado.
Los voluntarios, personas sensibilizadas con los problemas de los más débiles, tenemos que plantar cara a las actitudes sociales de hostilidad frente a los excluidos. Este último capítulo aún queda pendiente en el movimiento del voluntariado. Hay que exigir legislación adecuada, protección social, mayores recursos, jerarquizar las partidas presupuestarias, protagonismo social, derecho de acceso para las minorías y los ciudadanos con mayores dificultades de inserción. Los voluntarios tenemos mucho que decir en este aspecto.
Por supuesto, una actitud positiva supone firmeza y dulzura a la hora de decir “no” o poner límites y normas en procesos de reinserción. Un voluntario no puede ser blando y condescender con todo. De esta manera, la otra persona se siente adulta, responsable y se identifica más con el voluntario.
J.C.G.F.
Solidarios para el Desarrollo