Wolfsburgo 2 – 0 Real Madrid
Hermosa tradición ya en desuso por avatares de los nuevos modelos de familia, los partidos de fútbol entre solteros y casados eran la marca de identidad de las empresas, una manera de consolidar las relaciones e incentivar al personal ante el advenimiento de tiempos mejores, peores, o sin un sino fijo. En ellos los casados, en general de mayor edad y peor forma física, correteaban por el campo con algún que otro toque de talento pretérito, mientras que los solteros, normalmente más jóvenes y siempre en mejor forma, corrían como gamos asustados arrollando a sus contrincantes.
Pues bien, eso es justo lo que vimos en la noche de ayer, un partido entre solteros y casados. Todo empezó con el ficticio dominio del Madrid, los casados, jugando andando y al pie, mientras que los solteros, el Wolfsburgo, dejaba hacer esperando su oportunidad. Es cierto que los blancos pudieron marcar, y debieron haberlo hecho, pero no lo hicieron, y lo que no se hace no cuenta como hecho, por mucho que se merezca, algo que sí hicieron los alemanes, hicieron sin merecer y cambiaron el sino del partido.
Gracias al penalti, inexistente bajo mi punto de vista, los alemanes se creyeron lo que allí estaba sucediendo, se vinieron arriba y aceleraron el paso mientras que los jugadores del Madrid seguían correteando por el campo sin otro objetivo que dejar pasar los minutos creyendo, pobres inocentes, que aquello lo acabarían ganando.
Nos encontramos, por tanto, con dos equipos antagónicos, uno repleto de intensidad y gallardía, y otro pusilánime y perezoso, ello hizo que los alemanes desarbolaran todo el entramado defensivo madridista una vez sí y otra también, mientras que los blancos arriba no hacían más que toquetear el balón, al estilo del peor BarÁ§a.
Podríamos realizar miles de compendios tácticos sobre lo que sucedió pero estaríamos faltando a la verdad, porque la única explicación plausible es que el Madrid creyó haber ganado el partido antes de empezar a jugarlo, tal vez desde el mismo sorteo, y otro puso lo que tenía que poner para intentar vencer y al final lo consiguió.
Ningún jugador madridista se salvó de la quema, nadie aportó ni la mitad de lo que se podía esperar de ellos, todos cayeron en la desidia, en el fútbol frágil del que se cree superior, y ello dio alas al rival y enfureció a la grada que llevó en volandas a su equipo.
Ahora llega el momento de enarbolar la bandera de las remontadas, pretéritas y de las que ya nadie se acuerda realmente, del orgullo blanco y del espíritu de viejas leyendas, pero lo único cierto es que si el Madrid no es capaz de vencer por 3-0 al Wolfsburgo en el Bernabéu no se merece jugar las semifinales de la Champions League.
Veremos si Zidane es capaz de hacer una cura a base de aceite de ricino de la más ínfima calidad.