En estos últimos días, los políticos en este país (normalmente conservadores pero que muy conservadores) vienen a refrendar y a reafirmar con sus declaraciones distintos axiomas (premisa que, por considerarse evidente –por ellos– se acepta –por sus seguidores– sin demostración) de tipo doctrinal que tienen su origen en un antiguo y determinado entorno educativo. Son tantas las veces que se repiten que, consciente o inconscientemente, llega un momento en que son transmitidos a todo el conjunto de la ciudadanía por parte de presidentes de gobierno, ministros, senadores, etc.; alumnos, a su vez, de profesores y doctores especializados.
No hace falta ser un erudito en historia para saber que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana ha sido a lo largo de los siglos principal protagonista, ya no solo en su ámbito concreto, sino también en el manejo y manipulación de los distintos gobiernos, muy especialmente en este continente europeo, para inculcar su doctrina, su magisterio y su catecismo como la auténtica panacea o el “non plus ultra” a costa de lo que sea.
Para demostrarlo, y como primer ejemplo, existe aquel muy conocido que dice: “Extra Ecclesiam nulla salus” (Fuera de la Iglesia no hay salvación). Es decir, aquel que quiera o desee estar fuera o no conozca dicha institución o doctrina no se salvará, o lo que es lo mismo, se condenará. Lo que queda en el aire es el objeto último de esa salvación o condenación. Por de pronto me quedo con el de esta vida, que no es poco.
Curiosa y paradójicamente, por ello y para nuestra satisfacción como personas, estando “fuera de…” podemos pensar por nosotros mismos, podemos discrepar, debatir y discutir, tener libertad de conciencia, leer y publicar lo que nos plazca y no estar sometidos de por vida a una sola idea o pensamiento. Incluso podemos hasta creer en nosotros mismos y amar como y a quien queramos. Estamos salvados porque somos ciudadanos de este mundo. Es, como dice Hans KÁ¼ng, vivir la libertad conquistada.
Hacía tiempo que había superado tamaño disparate papal y ya como que me lo tomaba a cachondeo cuando lo oía, pero hace pocos días me quedé perplejo cuando de repente escuché al señor Rajoy una singular versión de esa cita-frase-axioma-dogma: “Fuera de España y de Europa se está condenado a la nada”. O lo que es lo mismo: no hay salvación. Desde ese mismo instante se ganó a pulso el nombramiento de segundo nuncio apostólico de este país.
¡¡Qué cosas, don Mariano!! ¡¡Qué similitud en el enunciado de los axiomas!!
Desgraciadamente, en este país y en esta Europa (por mucho Premio Nobel que reciba de forma escandalosa), si siguen gobernando como hasta ahora (no creo que sepan hacerlo de otra forma) y agachando la cabeza y algo más, tengo la absoluta certeza de que vamos a estar dentro –y no fuera– más condenados a la nada porque, por poner algunos ejemplos, este sistema educativo está más acorde con el pasado que con los tiempos que corren y la religión católica se sigue impartiendo obligatoriamente en el ámbito de lo público; estamos condenados a soportar el favoritismo hacia una institución que ha sido la única que sí que se ha salvado de los infames recortes; el sistema sanitario no es ni eficaz ni solidario; la casta política es cada día más deshonesta y menos trabajadora y el servicio al ciudadano está más que devaluado. Estamos condenados aquí dentro, en este país y en este viejo continente, a leer en los periódicos o escuchar en la radio declaraciones provocadoras y llenas de soberbia y chulería propias de una gran hermandad que se ha creído siempre poseedora de la verdad absoluta. Y no sigo porque a la vista tenemos una larga lista de despropósitos y mentiras que solo nos da la posibilidad esperanzadora de mirar hacia afuera y mandarnos a mudar muy lejos. Eso por un lado.
Por otro, esas frases casi dogmáticas son producto de la manía enfermiza que tienen los gobernantes y eclesiásticos de corte ancestral y retrógrado de someternos bajo su yugo. Con sus teorías, basadas en la indisolubilidad, nos conducen a ser un solo cuerpo, una sola alma, grande y nada más y nada menos que libre. Libertad, sobre todo. De risa.
¿Es tan difícil reconocer en estos tiempos la pluralidad? En referencia a esto que digo, se me ocurre poner un ejemplo de lo más simple y cotidiano: el de una familia normal (se incluyen primos quintos y lejanos, así como sus vecinos y conocidos, que no tienen nada que ver excepto hacer bulto para tener supuestamente más peso) en la que un buen día uno de sus miembros decide pedir el divorcio de su pareja o simplemente independizarse. Cónclaves y reuniones a todos los niveles con el intento de convencer al susodicho bajo todo tipo de métodos: lícitos, aduladores, interesados, etc.
Resumiendo, aquel sigue en sus trece y se quiere divorciar, emanciparse y/o dejar de pertenecer a dicha familia por convicción o por el simple hecho de estar hasta las mismas narices.
Con la Iglesia y el Estado pasa lo mismo: por un lado, curas, obispos, monjas o simples bautizados que, ejerciendo el derecho de su libertad, renuncian al bautismo impuesto y, por tanto, no quieren seguir perteneciendo a un sistema eclesiástico corrupto.
Por otro, gente que emigra a otros países (según últimos datos, más de 100.000 personas), multitud de ciudadanos que parten del Estado patrio, como antaño, hacia otras tierras lejanas buscando una vida más digna. Según noticias que tengo de gente que se ha ido fuera, están felices. O sea, salvados.
Personalmente ya está rondando por mi cabeza esa idea, con lo que supone: dejar familia, amigos y conocidos.
Finalmente, es de rabiosa actualidad el peliagudo asunto de las comunidades autónomas que quieren ser independientes. En relación con este asunto, me pregunto por qué esa obsesión en no dejarles ejercer ese derecho y ni siquiera permitirles que lo decidan en referéndum. Mientras asuman esa independencia con todas las consecuencias (no hace falta que aclare que aquí no vale mirar de reojo a quien se abandona), a mí, que soy canario (ojalá tuviéramos la fuerza que otros), ni me quita ni me pone que un catalán, un gallego o un vasco se quiera desligar de este país aunque el insigne alumno aventajado diga (su credibilidad está muy en entredicho) que se van a condenar a la nada. Nada más gratificante que conquistar la libertad, repito.
Termino con otro ejemplo. Otras declaraciones, fruto también de esa educación archiconocida y recibida en ese continuo y repugnante hermanamiento:
Diciembre de 2009. Javier Martínez, arzobispo de Granada. Entre tanto disparate y dislate soltó la siguiente frase hablando del aborto: “Matar a un niño indefenso, ¡y que lo haga su propia madre! Eso les da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella”.
Octubre de 2012. José Manuel Castelao Bragaña, presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior: “Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”.
A diferencia de lo que ocurre con el maestro y el alumno, mientras este dimite después de darse cuenta de un error tan inadmisible, aquel sigue teniendo licencia para predicar en nombre de una moral trasnochada y falaz porque se tienen creído que están por encima del bien y del mal, de lo humano y de lo divino. Por eso, no hay quien les tosa ni tienen la suficiente honestidad para reconocer semejantes barbaridades.
Hasta que no haya una efectiva y práctica separación entre Iglesia y Estado, como existe en muchos países, seguiremos asistiendo, lamentablemente, a esta confraternización. Seguiremos oyendo frases y citas idénticas aunque hayan pasado entre ellas meses, años o siglos. No nos queda nada.