Sociopolítica

Y la Iglesia se topó conmigo: Monseñor Gallardón

Desde que el 20 de noviembre de 2011 el partido que ahora desgobierna, aniquila, destroza, recorta y hunde a la mayoría (no solo de sus votantes, sino también de los que no le votaron) se vistió de absolutismo, en los distintos palacios episcopales de este país corrió el champán a borbotones hasta altas horas de la madrugada. Era domingo por la noche y, por lo tanto, el lunes había fiesta de guardar sin la obligación de ir a misa, con lo cual la tarea de los obispos, que respiraron aliviados y contentos por la victoria de las gaviotas sobre el resto de aves inmundas y groseras que pueblan la piel de toro, incluidas sus colonias, consistía en ponerse a trabajar desde ese mismo día (como vociferó el gran jefe la noche del éxito) y de inmediato al lado de los ganadores. Con Rouco, Camino, Cañizares y Reig Plá a la cabeza, vestidos de púrpura y rojo comenzaron a reunirse con la plana mayor del PP, es decir, con sus mejores fieles y devotos: Rajoy, Gallardón, Montoro, Soraya, Wert, etcétera, todos ellos próximos al Opus Dei y demás grupúsculos ramificados en el vientre de la gran madre. Desde ese momento se intercambian carteras, documentos, informes, cargos, poderes y funciones con el único propósito de subyugar a las masas, de desmantelar y borrar del mapa todos los derechos sociales –hasta los más básicos– conseguidos hasta la fecha y divinizar o cristianizar lo pagano, lo profano y lo laico. Un simple corto y cierro. Se acabó la luna de miel del pueblo llano y sencillo, de los ciudadanos de a pie que respiraban desde hace tiempo aires de libertad e independencia de su propia conciencia. Se acabó el tener un sueldo y una vivienda dignos, unas vacaciones merecidas. El populo o el people, a callar, obedecer y lamerse sus heridas, porque el orden natural hay que restablecerlo a toda costa: los ricos, más ricos; los pobres, más pobres.
Y aquí estamos presenciando, boquiabiertos e indignados, cómo de nuevo la Iglesia católica ha cogido las riendas de esta España y retomado aquel viejo axioma de la época franquista, cuando se decía que era la reserva espiritual de Occidente. No estoy diciendo ningún disparate ni lo mío es una afirmación gratuita. Los obispos españoles están detrás de estos gobernantes de forma sutil, socarrona, subrepticia y terca, imponiendo sus criterios de moral rancia, interesada, obsoleta y falsa. A algunos hechos me remito: la eliminación de la asignatura “Educación para la ciudadanía”, la presión que están ejerciendo para abolir los matrimonios gays, la amenaza de poner como escudo a Cáritas en caso de que se produzca el pago del IBI, los recortes a la ley del aborto y, encima, metiéndose en asuntos de los que no tienen ni puta idea, como el informe sobre la familia, la ideología de genero y el amor humano (me crispa la redundancia) ¡¡Santiago y cierra España!! Vuelta a la Cruzada.
La Iglesia tradicional desde siempre nos ha metido en la cabeza (por lo menos a mí) con todos los medios a su alcance que el dolor, la cruz, el sufrimiento, el padecimiento son valores inestimables, positivos, salvadores, incluso los procurados adrede (silicios y latigazos, por ejemplo). No me cabrá en la cabeza nunca ni aceptaré ni obedeceré esta filosofía de vida o esta manera de entenderla. A un feto que viene con múltiples malformaciones no se lo mata, sino que se le procura una muerte digna, porque su destino es el sufrimiento, y no es solo la criatura la que va a soportarlo, sino toda la familia solamente con ver cómo se retuerce de dolor día tras día. A cualquier persona por la que, llegado un momento de su vida, la ciencia y la medicina no pueden hacer absolutamente nada porque su enfermedad no le procura sino dolor y sufrimiento no se la mata: tiene derecho a elegir una muerte digna. A lo contrario se le llama sadismo puro y duro. Por tanto, como en todos los casos, la decisión de procurarle esa paz hay que dejarla en manos de la conciencia de su madre, no en la de un ministro o de un obispo. Ni los gobernantes ni el Vaticano son absolutamente nadie para quitarnos la libertad de decidir sobre nuestras vidas.
En fin, que la cadena de favores entre unos y otros está descaradamente a la luz del día. Mientras Gallardón se enfunda la mitra episcopal y Rouco la cartera de asuntos sociales, el silencio y las declaraciones protectoras y cínicas son muestras de sus mayores complicidades: “Los recortes económicos y sociales ordenados por el Gobierno contribuyen a mejorar la situación de las personas y las familias para poder superar la crisis”. Inaudito.
Cambiemos la historia y corrijamos al mismísimo Quijote: que la Iglesia (y el Gobierno) se topen con nosotros. Que no nos roben también la libertad. Ya está bien.
¿Y qué hacer?, me decía una amiga el otro día. Ahora se me ocurre la respuesta. Como decía Gandhi: desobedecer o hacer lo contrario de lo que nos impongan si las leyes son injustas. ¿Cómo? Este país domina la picaresca y la pillería como ningún otro en el mundo. Ellos, los de arriba, cometen delitos, defraudan, abortan, hasta anulan sus matrimonios. Son los que mejor pecan y cometen los mayores pecados (a ver quién me tose, que me sé una de cosaaaaas…). Los de abajo, también. La diferencia está en la pasta, que los primeros la tienen y los segundos no. Esa es la excepción que cualquier obispo (hasta Gallardón) firmaría.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.