EL CRISOL – Pascual Mogica Costa
Cuando he escuchado a Mariano Rajoy comentar eso de que “tendremos el estado del bienestar que podamos permitirnos”, me he acordado de mí difunto tío Enrique (q.e.p.d.) que cuando tenía en sus manos algo de pescado salado solía recordar las palabras de un viejo compositor y poeta local que recitaba, blandiendo un trozo de caballa salada: “Esto es caballa, companaje de batalla para el trabajador que sufre y calla”. Sabido es que tenemos constancia de que en la era romana, y no sé si con anterioridad, no soy muy, nada, docto en historia, existían grandes saladeros de pescado, en España aún se conservan las ruinas de algunas de esas “factorías”, que cumplían con la necesidad de alimentar al pueblo, a las clases más bajas. Yo recuerdo la época de la postguerra, en mi niñez, que a mí me gustaba mucho la mojama y la hueva de atún, la “buena” no otras que se comercializan por ahí, sino esa que era tan grande la pieza que parecía, y creo que sigue pareciendo, porque hace años que no he visto una en mi casa, no por prohibición médica sino por restricción económica, una raqueta de tenis, hoy la hueva de atún cuesta un “huevo”, en aquella época aún a pesar de la escasez de medios económicos de mis padres yo me “ponía morado” comiendo mojama y hueva. Era, como decía aquel viejo trovo ilicitano, el companaje seco y salado uno de los principales alimentos de los trabajadores. Eran los salazones, la hueva, la mojama, el bonito, el atún –el de tronco y el de ijada- las anchoas, –también hoy un artículo de lujo que un ex mandatario cántabro utilizaba para regalar a altos cargos políticos-. ¿Quién no se ha comido por cuatro “chavos” un buen bocata con atún y anchoas? Hoy es algo que no está al alcance de todos. Pero mira por donde, los ricos que comían, porque su economía se lo permitía, suculentas carnes, regadas con los mejores vinos, “descubrieron” el salazón, esos productos del mar tratados con sal y que eran el principal sustento de la clase trabajadora, de los humildes. Y ¡oh, maravilla! el precio de estos productos salados subió como la espuma hasta hacerlos prohibitivos para sus consumidores habituales y naturales: Los menos, nada, agraciados por la diosa Fortuna. La comida del “proletariado” se había convertido en un manjar para la “burquesía”.
Así ha ido evolucionando la sociedad, una sociedad en la que los pocos “placeres” gastronómicos que tenían los trabajadores, los pobres, han ido desapareciendo y cayendo en manos de los ricos. Eso sí, hay que reconocerlo, aquel deseado bocata de jamón que en mis años de infancia era algo inalcanzable por el precio, ha pasado a poder ser consumido por los trabajadores, cuando antes solo comían jamón los ricos. Será porque en la actualidad los cerdos abundan mucho y los mares están tan esquilmados que hay muchas especies de pescados, entre ellos el atún, en periodo de desaparición y claro, ya se sabe, lo escaso cuesta caro y solo está al alcance de los “pudientes”.
Todos estos recuerdos hacen que me haya fijado en las palabras de Rajoy sobre eso de que “tendremos el estado de bienestar que podamos permitirnos”, al final, para los trabajadores, para los que llegan “boqueando”, medio asfixiados como pez fuera del agua, a fin de mes, poco bienestar les va a quedar. El poderoso se quiere quedar con todo, no hay más que ver la actitud de la CEOE en las recientes reuniones que ha tenido con los sindicatos para tratar sobre los convenios colectivos. Acabo esta reflexión mía haciéndoles partícipes de lo que me sucedió, rigurosamente real, cuando mi médico me confirmó que mi hipertensión era crónica. Era a principios del verano del 80, recuerdo que le pregunté: “Doctor, podré comer algo de mojama o de hueva” -por lo de la sal- y el médico me respondió: “Si te lo puedes comprar sí”. Aquel médico al que yo quería mucho, sabía de las cosas de este mundo. Está claro que con la derecha en el Gobierno, el estado del bienestar se viene abajo. Todo comenzó a acabar cuando los ricos descubrieron los salazones.