Los cantamañanas están de moda en los gobiernos europeos sacudidos por la estafa y el golpe de estado de los banqueros contra las democracias. No pasa día sin que se cuente a los pueblos maltratados del sur de Europa que en uno o dos años “comenzarán” a salir de lo que llaman “la crisis”. Naturalmente, todos los cuentistas mienten, y los del Club Marca España los que más. Mienten, entre otras razones, porque están asustados. Le han cogido miedo a tanta manifestación. Ellos, que venían tan ufanos a intentar vivir a cuenta de la “herencia recibida” del gobierno anterior para seguir haciendo aeropuertos sin aviones, y la vista gorda a las fechorías de sus amigos del alma, se encuentran que no hay un solo sector ni grupo político, ni sindicato que no se les grite a diario lo malos gobernantes que son y el desprecio que se les tiene.
Funcionarios de todo tipo, incluidos jueces y abogados, personal sanitario, trabajadores de todos los ramos, plataformas de apoyo a los desahuciados, pensionistas, y hasta niños de las escuelas okupan (con K) las calles una y otra vez para decir NO, comprobando cada vez que estamos ante un gobierno de sordos, ciegos, incompetentes y siervos de los señores banqueros y de los monseñores obispos, que son los únicos que no tienen queja alguna. Y es natural, los primeros nos roban legalmente, recuperan sus pérdidas con nuestro dinero, nos siguen desahuciando y se niegan a prestar a las empresas porque prefieren jugar al Monopoly, que es un juego de truhanes. ¿Y de los segundos, qué podemos decir, sino que mientras se llenan las calles de manifestantes ellos reciben alrededor de diez mil millones de euros con los que podrían evitarse casi todos los recortes en sanidad, pensiones, ayudas sociales y educación?
Es bueno recordar que los obispos siguen sin pagar impuestos por sus fincas, sus casas, sus palacios o sus ingresos monetarios. Y además tienen el monopolio de la enseñanza de la religión en las escuelas públicas por profesores que nombran y quitan los monseñores (tengan a o no una carrera de pedagogos) pero que pagamos los españoles, aunque seamos anticlericales. Nosotros podemos decir que los somos, en cambio ellos, la jerarquía católica, no puede decir que sea cristiana sin que les crezca la nariz. Pues ¿acaso Cristo callaría ante tanta falta de amor, tanta falta de generosidad, tanta insolidaridad, tanto silencio y tan poca compasión como muestran los monseñores? O se está con Cristo o en contra. Esta es la cuestión.
Pero apliquemos una vez más nuestra lupa al mapa general de los países empobrecidos artificialmente como el nuestro. Hagamos causa común.
Nos deslizamos en un tobogán vertiginoso sin que veamos más allá de unos cuantos metros delante de nosotros, los justos para saber que avanzamos hacia algo que ya no tiene vuelta atrás. Ya no tiene vuelta atrás el bajo nivel de empleo ni el fin de la abundancia en los países ricos, mientras se estanca el avance de los países emergentes y se empobrecen de un modo salvaje los ya pobres. Y ya pueden contarnos que la crisis se acabará en este año o en el otro. La crisis está bajo su control – la provocaron para que tuviera estos efectos- y es la forma de vida que han diseñado para nosotros, basada en el dominio, la explotación, el control, la división y la sumisión sin medida. Podemos preguntarnos si tenemos futuro, y podríamos responder que eso va a depender de nosotros, de nuestra decisión para cambiar el presente; de nuestra tenacidad y especialmente de que consigamos una masa crítica suficiente de gentes con la conciencia despierta. Todo esto es fundamental, imprescindible.
El problema para muchos que aún no han despertado a la realidad es el miedo y la incertidumbre, pero a la vez siguen atrapados creyendo que el Sistema tiene soluciones. Las tiene, pero no están dispuestos a aplicarlas ni banqueros ni ricos de los paraísos fiscales. Tampoco la Iglesia, porque forma parte del club de los ricos indiferentes al sufrimiento ajeno.
En esta situación muchas personas no consiguen lo que desean y envidian u odian a quienes realizan sus propios anhelos, como son los ricos y poderosos, pero a la vez les admiran, imitan en lo que pueden, y les votan. Son muchos aún los que miran a los manifestantes desde sus ventanas creyendo que no va con ellos. Por eso las cosas no mejoran fácilmente. Y hasta que despierta del todo, el que mira por la ventana o pasa por la acera ajeno a lo que gritan las pancartas sigue votando a amos tras amos, acudiendo a los templos de los fariseos y escuchando con admiración a los escribas, porque en el fondo quieren ser como ellos, poseer las cosas que ellos poseen, y recibir los reconocimientos y fama que se les tributan. Los ignorantes y miedosos viven en la creencia de que si les escuchan y les votan recibirán una parte del pastel de su paraíso, aunque sean migajas. Son ilusos conformistas y un lastre para los demás.
Sin embargo, las crecientes desigualdades hacen alejar objetivamente toda idea de ese mito capitalista del “café para todos”. Tengo la esperanza de un despertar colectivo cuando además del “café” falte el pan y los enfermos se mueran por falta de medicinas o por no poder pagar los hospitales. El despertar es inevitable aunque sea por razones como estas. Ya no hay vuelta atrás.