La palabra árabe yahiliyya significa «ignorancia sobre la yihad», es tal vez la mejor y mas amplia palabra del árabe literal para definir el conflicto ideológico actual que plantea la yihad global a un Occidente que no ha comprendido aún.
La palabra árabe yahiliyya significa «ignorancia sobre la yihad», es tal vez la mejor y mas amplia palabra del árabe literal para definir el conflicto ideológico actual que plantea la yihad global a un Occidente que no ha comprendido aún que el islamismo yihadista busca la fusión de todos los musulmanes en una única comunidad política en la que los creyentes de otras religiones tienen una sola opcion: «convertirse al Islam si desean sobrevivir». El yihadismo se trata de una ideología que sostiene que el mundo islámico está en «el final de una era de debilidad y abuso occidental» y «al inicio de otra, de recuperación de la gloria, el honor y el renacimiento de su poderío», una nueva fase que sólo será alcanzada mediante la acción de la yihad. Sin rodeos y con claridad de palabra esta es la piedra angular del pensamiento del yihadismo global.
Esta es la retórica en la que se sustenta el yihadismo para constituirse en revolucionario, totalitario, maximalista, antisistema, judeofobo y opresivo, y de esa manera, se mantiene en perpetua guerra frente a lo que define como apóstatas e impíos con un objetivo fundamental: instaurar regímenes defensores de la sha’ria en el conjunto de la umma y destruir toda religión o ideología (socialista, nacionalista, capitalista o liberal) que impida el desarrollo de la fe de los creyentes. Los yihadistas plantean una lucha de la religión contra la blasfemia, de lo correcto contra lo equivocado. Se presentan como protectores de un orden moral innegociable y usufructúan la sensación de impotencia que padecen los musulmanes esgrimiendo la necesidad de ejercer un poder arrebatado, aunque la realidad es que son ellos quienes han secuestrado la creencia de millones de musulmanes que son sus primeras victimas, baste con observar los ataques suicidas y las matanzas diarias entre sunnies y chi’ies en el Irak actual.
En la concepción del yihadismo los musulmanes están predestinados a estar inmersos en un conflicto permanente entre el bien y el mal, entre la fe y el ateismo; la yihad sostiene que el hombre sólo puede situarse en dos estados: el de creyente o el de infiel, el de la sabiduría o el de la ignorancia, no hay término intermedio; se hace la yihad con la palabra o con la espada en cualquier lugar o por el contrario se estará traicionando al mundo islámico y sometiéndolo en favor del dictado de los infieles. Desde estos postulados, Occidente se encuentra en un estado absoluto y completo estado de yahiliyya (ignorancia) y los musulmanes en un estado permanente de debilidad motivado por la intimidación y el asalto de los infieles yahiliyye’s (ignorantes). En la concepción yihadista «la guerra no es un fenómeno terrible ni la paz es el estado natural de las sociedades»; muy por el contrario: «la guerra es la condición perpetua y el hombre está inmerso en una permanente batalla contra aquellos impulsos internos que le separan de la fe y contra los enemigos externos de aquella».
Los defensores del yihadismo postulan como exclusivamente válido el corpus jurídico desarrollado históricamente por la escuela hambalí, (la más rigurosa) la que genera mayor grado de rechazo a las sociedades abiertas y liberales y cuenta entre sus paladines con los clérigos y juristas más ultraconservadores del Golfo Pérsico. De acuerdo con los principios doctrinales defendidos por estos subalternos de Usama Ben Laden, «es imposible devolver a los musulmanes a su época de esplendor a través de la razón, el diálogo, la negociación, la coexistencia o el compromiso político con los apostatas y los infieles, contrario a ello, será sólo a través de la fuerza que se les puede y se les debe llevar a los enemigos hasta la capitulación». Entre los adversarios no sólo se identifica a judíos, cristianos, budistas o ateos sino también a aquellos líderes musulmanes que se convierten en apóstatas si no aplican la sha’ria o si anuncian una legislación que se pretenda superior a la reconocida como estrictamente islámica. Estos gobernantes se transforman automáticamente en blanco de los yihadistas por aplicar el paganismo o un paganismo moderno (yahiliyya) que no sólo representa la cara opuesta del ideal de sociedad islámica sino que supone una amenaza directa al orden religioso y moral que emana del mensaje del profeta; por tanto, merecen y deben ser castigados por creer en el dominio del hombre por el hombre y no en la sumisión del hombre a la voluntad de Allah.
Así mismo, la yihad se presenta como el único camino aceptable para recuperar los territorios en los que ha regido el Islam (Al-Andalus es el objetivo mas relevante en la visión de Bin Laden) y para defender aquellas zonas en que los musulmanes están en lucha, por tanto, se describe y reconoce como un acto de autodefensa contra los que conspiran para socavar las bases de la sociedad, la religión, la cultura y los valores del mundo islámico. Desde el salafismo armado se entiende que la «yihad ofensiva» es una obligación colectiva que se debe ejecutar cuando los infieles están desprevenidos y desorganizados, es también un deber librarla contra apóstatas y ateos si suponen una amenaza grave e inminente para la umma así como para ampliar la comunidad islámica donde no haya llegado. La «yihad defensiva», de forma complementaria, se plantea como obligación individual: nadie necesita el permiso de nadie para llevarla a cabo sino simplemente obedecer al mandato de Allah expulsando a los infieles del territorio musulmán, desde el más cercano al más lejano.
Los yihadistas entienden que EE.UU. y sus aliados se valen de su poder militar, económico y político pero también de instrumentos como la ONU, la UE, las corporaciones multinacionales, los medios de comunicación y las agencias humanitarias convertidas (a su juicio) en eficaces y peligrosos vehículos de espionaje. El mensaje de renovación y de revolución del islamismo yihadista parte de la base de que hay tiempos de peligro y de crisis para el Islam, un peligro que no procede únicamente de los territorios y los individuos no musulmanes, sino también del interior del mundo islámico; ante este diagnóstico la yihad emerge como el único sendero para la restauración del esplendor del Islam, lo que requiere un esfuerzo máximo espiritual y armado y lo que implica que ningún creyente está exento de participar en esta lucha para alcanzar la universalidad y unidad indisoluble de la umma.
Entre los objetivos enmarcados doctrinalmente por los defensores de la yihad se encuentra la liberación de los lugares santos del Islam (La Meca y Medina) del yugo y la influencia de EE.UU., la liberación de Al-Quds (Jerusalén) de la ocupación de Israel y el establecimiento de gobiernos islámicos en los que impere la sha’ria en aquellos países musulmanes con ejecutivos laicos o apóstatas.
En su apelación a la ideología para recurrir a la lucha armada con el fin de subvertir un orden mundial considerado injusto, Ben Laden no introduce ninguna novedad en la teoría de la toma del poder por la acción revolucionaria, esto no es mas que una forma análoga a la instrumentalización que este líder ha hecho de la tradición yihadista en base a la teoría marxista de la que se valió Lenin para argumentar que un Occidente corrupto estaba intentando imponer a escala mundial los valores sociales, económicos y culturales del capitalismo. Ambos, tanto Bin Laden como Lenin convergen en la idea que acabar con las sociedades libres es el único medio para abrir la vía tanto al Estado comunista como al Califato islámico, para uno como para el otro el fin justifica los medios para alcanzarlo, aun si es necesario el más amplio e irrestricto uso de la violencia. En esta materia, los ideólogos de la yihad entienden que es necesario conducir la violencia contra el enemigo hasta el nivel de devastación en que las pérdidas materiales y humanas le resulten intolerables ante la opinión pública y culpan luego a EE.UU. y a Europa por sus acciones en pretender convertir Oriente Medio en un gran protectorado Occidental.
Algunos gobiernos europeos, la actual administración estadounidense, sus periodistas, académicos e intelectuales adictos se reiteran en errores emergentes de la corrección política (siempre estéril) en la lucha contra el terrorismo cuando sostienen que no debe deslizarse la idea de que los musulmanes no se oponen activamente al terrorismo, y que ello es contraproducente en términos generales; que debe dejarse de manifiesto que hay ataques de componente antisemita que son perpetrados por jóvenes musulmanes deslindados de aquellas tramas organizadas y planificadas que entran en los circuitos del terrorismo internacional y que no es conveniente que los medios de comunicación contribuyan a crear un clima de alerta generalizado sobre eventuales atentados desviando la atención de otros asuntos diarios de interés general. Esos mismos poderes se han entregado con menor entusiasmo a reafirmar que la respuesta ante la amenaza yihadista debe centrarse en un triple accionar: a) el militar, con fuerzas de intervención apropiadas a las exigencias que presenta el nuevo escenario de seguridad; b) el legal, con nuevas disposiciones normativas para combatir la fisonomía cambiante del terrorismo; y c) el moral, con una reafirmación definitiva e inquebrantable de los valores de la tradición judeocristiana que en definitiva son los que han contribuido a que la libertad germine, se extienda y arraigue en las sociedades occidentales.
La victoria sobre el terrorismo se conseguirá, pero ello habrá de ocurrir cuando la dirigencia política crea en ella y asuma sus responsabilidades institucionales. No será desde el buenismo y la tolerancia que se logre neutralizar a los intolerantes y violentos. Occidente está obligado éticamente a respaldar la democracia y la libertad, y para ello deberá soltar el lastre que representan quienes desde las elites políticas y desde algunas alcantarillas por las que transitan (voluntariamente) tanto académicos menores como consagrados intelectuales y periodistas de la plumilla sosteniendo que es posible el entendimiento cuando no el abrazo con los racistas que creen en la opresión, rinden culto al odio y se obstinan en socavar la paz mundial, la prosperidad y la seguridad de la comunidad internacional.
En otras palabras, lo que se observa como realmente grave y de inclinación suicida es que en el «Salón Oval» y algunas oficinas relevantes de Washington, Madrid y Londres, infortunadamente no se está comprendiendo que favorecer el diálogo y la distensión para mercadear o dilatar la agenda islamofascista implica no entender las dimensiones expansionistas del pensamiento alimentado por el yihadismo radical.