La cancelación de la cumbre Estados Unidos-Unión Europea demuestra la pérdida de protagonismo del Viejo Continente en el escenario internacional. Obama no se habría ausentado “por problemas de agenda” de un compromiso con China o India.
España se encuentra al frente de una Unión Europea que no quiere quedarse atrás, a pesar de la lectura que se le da a la ausencia de Obama en la cumbre Estados Unidos-Unión Europea convocada en Madrid. El prestigioso periodista Lluís Bassets lo definía como una “patada al hormiguero europeo”, sin horizonte común. Como él, diversos analistas se preguntan si Obama cambiaría una cita con China, India o Japón por “problemas de agenda”. Europa ve cómo Estados Unidos se adaptan a un mundo en crisis y abierto a numeroso cambios.
“Si Europa no va con cuidado, dentro de 10 años puede que tenga un mundo dirigido a dos manos”, asevera Jacques Delors, Presidente de la Unión Europea entre 1985 y 1995, y uno de sus mayores impulsores. No es casualidad que el presidente español lo haya convocado junto con Felipe González, Pedro Solbes y la Ministra de Economía española, Elena Salgado, para “fortalecer el gobierno económico europeo”.
Los más europeístas se quejan de que los intereses nacionales pesan más que los comunes, y esa postura fragmentada perjudica a sus miembros y a su imagen en el mundo. Un ejemplo claro son las disputas entre Francia y Reino Unido tras el nombramiento del francés Michael Barnier como comisario europeo de Mercado Interior. Tras la decisión, el Presidente de la República francesa, Nicolás Sarkozy, suspendió su visita a Downing Street con la excusa de “problemas de agenda”, como Obama hizo con la visita a Madrid. Los periódicos españoles afines a la oposición calificaron el desplante de “desprecio” a España, pero ha sido un desprecio a Europa.
La distribución demográfica es otro factor crucial. A principios del siglo XX el 15% de la población mundial era europea, mientras que hoy sólo llega al 6% y se prevé que en el 2050 se acercará al 3%. Según un estudio del Banco Mundial y la Comisión Europea, el continente habrá perdido 66 millones de su población activa en el año 2050, lo que plantea serios problema para el Estado de bienestar. Si se mantiene el endeudamiento y el crecimiento económico se estanca por no seguir el ritmo de la sociedad de consumo, el equilibro será difícil. Algunos ven en la revolución ecológica y los puestos de trabajo que ésta genere una de las salidas al problema.
Para dirigir a los 460 millones de ciudadanos en los más de 4 millones de Kilómetros cuadrados de la Unión Europea, las instituciones han articulado sus políticas por medio de tratados, normativas y directivas.
“El problema es que las instituciones se están convirtiendo en think-thank y carecen de action-thank”, afirmaba Felipe González, ex presidente español y actual presidente del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa. Además, se queja de que “la toma de decisiones en la Unión Europea es diabólicamente ineficaz”, una reflexión que describe el entramado en el que se ha convertido la maquinaria burocrática de Europa.
No obstante, para algunos países, estar en el Club de los 27 es una forma de encontrar la seguridad y la estabilidad del Estado de bienestar del que disfrutan los actuales miembros. Entre los más optimistas están los que sueñan con la Europa de los 32, aunque “quedan deberes históricos como los Balcanes”, asegura Jaques Delors, que teme que “si no emprendemos las reformas necesarias acabaremos diluidos como la Sociedad de Naciones”.
La economía, el empleo, la lucha contra el cambio climático y el control migratorio, son las principales prioridades de la Unión Europea, según el último programa elaborado por España, Bélgica y Hungría. Pero la falta de valores y el cortoplacismo son los males que asedian a la política y a la economía. Si Europa no impone la sobriedad y el buen uso de la razón, si no frena la barbarie del “libre” mercado (la ley de la selva), si no estimula, innova, integra y protege… entonces, ¿hacia dónde va Europa?
David García Martín
Periodista