El relato, esa forma literaria que tuvo el favor del público a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX, contó con magníficos escritores: Clarín, Emilia Pardo Bazán, Carmela Saint-Martin… (entre los españoles) o William Faulkner y Truman Capote (entre los estadounidenses).
O. Henry, pseudónimo de William Sidney Porter, empezó a redactar estas pequeñas historias durante su estancia en la cárcel, para mantener a su familia. Esto no es un cuento y otros cuentos es una selección de sus relatos de sorprendente final, de esos que ganan por K.O. La sociedad reflejada es cien por cien su contemporánea americana, y con sus palabras se entra y sale de los recuerdos de la guerra civil (el Norte y el Sur), del Nueva York aquel fin de siglo, y de las aventuras por la Sudamérica de leyendas auríferas y mitológicas. La ironía del autor todo lo colma con tintes humorísticos de gran brillo: “Ningún rubio de la historia se le puede comparar ni de lejos, a excepción quizá de la jota de diamantes y Catalina de Rusia” (El momento de la victoria); “La mayoría de las mujeres no somos más que niñas muy grandes, y la mayoría de los hombres no son más que niños muy pequeños” (El cazador de cabezas). Su estructura, siempre certera, laberíntica en el punto justo, cuenta tan sólo con dos o tres personajes protagonistas que, sin embargo, saben generar la niebla suficiente para perdernos: sus finales exigen que el lector se implique, que esté atento, para poder disfrutar plenamente de esos dardos certeros de buena psicología y humor a flor de piel, que es como podrían definirse sus cuentos.