Ricardo Bosque es un escritor de ojos azules, crines rubias y mueca canalla, es decir, con la estampa de un novelista norteamericano, que ha dado en nacer en las riberas del Ebro, ese río que se nos antoja el Mississipi español. No es un galán, digámoslo claro, pues tiene un fondo suburbial y unas hechuras de duro que ha visitado, aunque sea de pasada, los infiernos urbanos; es más bien un lector al que los libros le han contagiado, como a don Quijote otrora, la enfermedad de sus personajes: el placer por encontrar qué se esconde tras el mal, los callejones oscuros, la cercanía de la muerte, la ausencia del perdón.
Porque Bosque no es un recién llegado; es más bien un veterano del género negro que edita el blog La Balacera (www.balacera.blogia.com) además de la revista digital .38 (www.punto38.es); un escritor que se inició en el año 2000 en el género con su novela El último avión a Lisboa, que cultiva el relato negro y que ha sido finalista en varios concursos con cuentos como AÁ¯cha, Páginas Amarillas o Remover el pasado, clasificada en la antología Nuevos Culpables del Policial Español.
Hace un año este escritor nos sorprendía con una novela vigorosa y llena de tensión titulada Manda Flores a mi Entierro. En ella nos presentaba a Tana Marqués, una florista que en sus ratos libres se dedica a «suicidar» a la gente incapaz de hacerlo por sí misma. En ella, también, nos descubría sus armas de narrador: pluma firme, personajes potentes y fondo atractivo que consiguen enganchar al lector.
En esta nueva entrega, Ricardo Bosque despliega un nuevo recurso: el humor; un humor sucio, somardón, brutal a veces, muy acorde con sus personajes, en este caso miserables que se han vendido como carnaza para consumo de los programas del corazón. Porque este es el hilo argumental de Suicidio a Crédito, una novela donde el autor entra a saco en el mundillo rutilante pero desgraciado de los famosos que venden su vida e intimidades como digestivo del espectador.
El protagonista es aquí Martín Santos (atención al guiño del nombre), un actor maduro que sobrevive desollando su corazón y bajos ante el mejor postor de 625 líneas, es decir, canal de televisión, hablando de sus problemas con las drogas, el sexo y el juego, mientras ansía, como el minotauro en el cuento de Borges, a Teseo, en este caso una profesional de la muerte, que acabe con tanta indignidad. Y es que Martín Santos además de miserable es cobarde, alguien incapaz de tirar de una vez el castillo de naipes con sabor a cocaína y alcohol en que ha convertido su existencia…
Sin embargo, matar a un famoso no es tan sencillo y Tana Marqués (asesina eficiente, pero por necesidad) desconoce esa regla que cualquier sicario bregado (ver Google: sicarios) tiene como profilaxis: jamás matar a nadie conocido o importante salvo a cambio de un fuerte inflación. De modo que el encargo se convertirá en un cepo mortal para la florista que le llevará a recorrer el mundillo rosa de los cazanoticias, los paparazzis, los chivatos, matones y cocós que pueblan ese mundo impostado, a la busca de…, pero eso es mejor que lo descubra el lector, un lector al que le espera el asombro y lo inesperado no sólo en el final.
Sarcasmo, reality shows, mentira, dinero y personajes inquietantes son los componentes de esta novela editada por Mira Editores que, sin duda, no decepcionará al lector; un libro para leer en verano o en las tardes lluviosas de primavera mientras parpadea la televisión entre voces de famosos e imágenes de falso esplendor, es decir, mientras se coge una cerveza de la nevera y nos decimos qué poca cosa somos, quién fuera como ellos, cuánto ganarán.