1. Las Interrogantes
¿Para qué sirve mi voz y para qué mi verso?
¿A quién hablaré? que como yo esté sediento
si soy, sobre todo, una garganta y el corazón
que su esencia destila por gozo, o sed,
de un instante que rompa indiferencias
y una sinceridad sublime que se instale
y un vínculo virtual con gente viva
que anhele lo sublime?
¿Quién me escuchará sin la indiferencia de arena,
sin disparos de impaciencia entre sus sienes?
¿Se puede hablar a la mugre, a los rastrojos
que resbaladizamente bajan de una colina
o de las ramas de árboles en víspera de su último otoño?
¿Aprendió ya alguno entre nosotros a platicar
al pez, a la sanguijuela o a la rana
que se pudren en el húmedo ocre?
¿Se dirá al camino solitario:
«Tengo voz para alguna fantasía.
Lloré mis muertos antes de sepultados.
Soy plenamente honesto y me acuesto a morir
por amor al pensamiento, en aras de presencias inmortales»?
¿Cuál es mi deuda, con qué corazón
sustituyo al fracaso? ¿Qué desean oír de mí
lo que aún no escuchan, o temen acercarse
a mis palabras, o asociarse a mi espacio?
¿Se hablará a las mulas y a los mercaderes?
¿Y sirve el sol de este desierto para oír a los que,
calladamente, bendicen a las higueras
y piden con dulzara se abra un fruto?
¿Y oyen las paredes?
¿Se conmueven las moscas y las lagartijas?
¿Con qué caricias me brindará su mirada
la hornilla y su llama, la televisión
y el periódico viejo que menciona
la angustia y sus paisajes?
¿Para qué sirve mi voz?
¿Con qué vínculos trazaré mi pensamiento
si hay una inútil sordera matándose allá fuera
y unas culpas que edifican la infamia?
¿Quién se molestará, como yo,
por las esclavitudes y las dictaduras,
por las mentiras científicamente elaboradas,
por las conspiraciones triunfantes
de crueldad y ambiciones?
¿Dónde está el que te oirá, Poesía, y te llame
presente, cosa viva, ente comunicable,
dónde quien comparta un poco de tu olfato
y te ofrezca lo que necesitas o a tí pertenezca
como el más recóndito eco de nuestros corazones?
¿Qué nombre tiene el que te oye, tal como a mí has oído?
Yo te llamo Poesía por tu sed y tu hambre,
por tu garganta emergente, por tus ojos vivos,
exploradores, anhelantes, acervo
de acumuladas ansias y vibraciones…
2. Los que escuchan
Escúchala tú, cuyo nombre y jeraquía no importa.
Tú, que no tienes tradiciones porque eres como ella
(la curiosa, la expectante, la interrogadora),
la que marca su presencia en la basura y en el dólar,
en lo que se llame vida en la abundancia
y melancolía y zozobra de miseria
porque pobres o ricos te hablan y para todos
das de Tu Alegría, o de Tu Misericordia.
Adivino que animas las aves y las culebras.
Que tienes escondido un lenguaje de los pájaros
y siseantes silvos serpentinos
porque tiene un contenido antiguo antes del vuelo
y una sabiduría evolutiva bajo la escama dura.
Acompáñala un trecho más. Ella es Poesía
Camina conmigo.
Habla para ella como yo le hablo.
Llórala porque yo la he llorado.
Respóndele con dulces frases cuando semeje
ser sensata, acusadora, dura como la disciplina
de la madre que ama al crío rebelde que la ofende.
O acúsala con tu dedo de horror,
con tu reino de maldiciones, mas con ella
no seas indiferente.
Y reconstrúyela aunque la escupas primero
y rompas, a golpes, la estructura que en ella piensa
con los huesos que, en tí, se duelen; pero, te digo
que en el dolor, sólo ella será consoladora.
Cuando estés con la mirada en las estrellas
o te asuste la violencia del rayo o los relámpagos,
cuando temas a malos augurios en los pájaros
y o al zumbido de balas en los montes, o tus calles,
exhíbela en los espacios como escudo.
Díle que sea madre otra vez porque estás solo,
en riesgo, enardecido; ella es revolucionaria
y comprende, ella es guardiana y proteje.
[Por eso el alma indefensa la quiere, aunque no lo diga,
la necesita cuando parezca la consciencia sorda].
Arrímate a sus alas metafóricas.
Reconócela en sus vuelos.
Forja tu señal que ella sí entiende.
La naturaleza de su amor junto a la Palabra cohabita.
3. Solidaridad
Si me ves en el hambre, pan de poesía
me será grato. En desnudez,
cóseme un vestido, porque no faltará
quien me aborrezca y nos niegue a los dos
la tela del lenguaje.
Sin la unidad, sin el sueño
que ella me ha inspirado,
¿qué historia escribir sobre esta tierra,
qué objetivos idear, con qué estómago
digerir piedras o justicia?
Cuando ella no sea en la confianza de nadie,
cuando por ausente ni nos sirva ni a nada se aproxime,
¿qué nos quedará sino la soledad de la miseria?
la peor miseria que es la esperanza perdida
para siempre, entonces: ¿A dónde correremos
que no sea un rencor mal traducido, o una mentira
que amarga al labio que la dice,
o falso mito de la vocingleria, o un curso de acción,
ya no verificable ni práctico, ya no
sicológicamente válido y consolador?
¿Con qué pan llamarnos pobres y decentes?
¿Con qué dulzura decir: «Somos humanos»?
¿Qué amor saldrá de los ojos que no tienen misterio?
¿Qué canción filtrar en las sonrisas?
¿Cómo adorar cuando está muerto el latido
que vincula la sangre a la rima interior del infinito?
Si somos tan sólo ciegas bestias de yugo,
si nacimos sin más objeto que el bostezo
y las garras homicidas, ¿qué diferencia hay
o habrá entre el asno que no escribe versos
o las hormigas sin refugio ni túneles semánticos?
¿Quién nos sacará del fuego y del agua,
del polvo de las áridas arenas,
del frío coágulo del ruido rencoroso…
Si quedamos a merced de los atormentadores
que se comen el instinto y no dejen ni huesos ni palabras,
es que ella ha muerto y ya no pueden los sedientos solidarios,
los que lee o escriben su Nombre con lágrimas
regresar como críos pródigos al regazo amoroso
de una madre, ni asomarse al misterio
que la bendice, la rescata, la acaricia
como lo más amado.
4. Los nombres del amor
Escúchame, amor, porque yo te llamo
laicamente Poesía, la postrera amante,
el último refugio de todo aquel que invoca
desde dentro sí por otros seres.
Identifica los nombres de quien me es dado amar
y no se vuelva enemigo ni se ufane de mi escarnio.
Sella a tu pueblo con versos en la frente,
reina de todas las gargantas, autora de todas
las redes salvadoras.
No huyas del espanto que en las divisiones duerme.
Despiértanos al habla, insomniános con retruécanos.
Dános los verbos de poder, poténcianos.
Pónnos a crujir con las perdidas sinalefas,
a graznar, a aullar, que chillemos e invoquemos
otra vez, que canturréen y silben bajo los puentes
quienes sacas en pijamas de bajo sus frazadas
los que hoy están mudos y no ven aunqye
tengan ojos saltones, ni escuchan aunque sean
como de burros sus orejas.
Exhíbelos en cueras por las calles y los clubes;
pero danzantes de poesía, gordos de himnos
por tu causa.
Señala las puertas y que toquen
hasta que sus nudillos sangren
y tengan voces roncas por tanto rescatarse
de las modas sin oficio. La apatía, lo improductivo
Que hagan filas en los manantiales,
que roben del agua frescura rumorosa,
que sonoricen sus resacas,
que produzcan sus peces limpios y veloces,
sus remolinos,
sus abismos de corrientes subterráneas
y vírgenes, que todavía no tienen nombres,
inéditas de textos y de mitos.
Nómbralos, amor, que los conoces
porque estás dentro de ellos como su esencial potencial
por no decir sagrada.
Házlos recordar lo que has sido
en el pasado y lo que será su porvenir.
Cuando todos estuvimos de rodillas,
moralistas, rimeros, carpinteando palabras,
fingimientos, tolerancia al que oprime,
sordos al que aguanta, caídos y cobardes
como cómplices, cuando te vestimos
como diosa / ícono del sucio, sin sustancia,
no perdíste tu corazón de mansedumbre
tu paciencia, tu esmero, tu don de pan
para el que sufre.
Otros fueron los que apropiaron tus panes y mantas,
otros tiranos; márcalos a ellos, no son tuyos.
Sella a tu pueblo, poesía, reina con ternura
a los inocentes, y llama, para dar orden,
a los que escuchan
con la voz de los que no odian, pero sufren.
Nómbralos, tú que nos antecedes, con igual palabra
de amor y que existes para la prostituta
y la adolescente, para la anciana y la viuda.
Y en los evangelistas de las redes y el ciberespacio,
súrtete de catharsis y de versos.
Da señales para el ladrón y para el iluminado.
Revuélcanos en oídos y palabras.
Busca a los drogadictos y a los asesinos.
Entra en sus bares, a sus cárceles,
a sus tugurios llenos de lamentos
y proyectos de lucro peligroso
y dáles una terapia nerudiana.
Cállalos en el hambre de Vallejo.
Límpiales las gargantas para que digan perdón.
Lávales las tinieblas para que lean a tus luces.
Cóselos de porvenir con tu rima interior
sin estridencia ni ripios.
Cuando te pongas en el centro de la página
de cada corazón ajeno, díles que yo también
hablo de tí y te llamo Ella, la Poesíal.
Y es que, cuando digo tu nombre, es amor
lo que digo y en tí ¡a todos les nombro!