Cultura

Consejos del Emir de Córdoba a Mauregato

Usted es muy joven e inexperto para entender todos los aspectos del amor, la verdad y la belleza, sin los cuales no puede existir la convivencia y ese río caudaloso que es el Ser Real, que es el quinto nivel del Alma. Así se origina Iejidá (unidad), para Ietzer, la fuente que nos da los impulsos, propósitos, pensamientos y sentimientos. «Ietzer» es, claro está, sólo la fuente del Alma, pero, la convivencia del ego propio con los ajenos egos viene de la madurez de la propia unidad… ¿Para qué quiere usted ser un príncipe de los egos obstruyentes, Ietzer HaRa / de las gentes anárquicas que no sabe conducir el Carruaje Divino de su ley hacia la luz y energía espiritual del Viviente, Jaiá / unicidad viviente / que crea mundos contínuamente, para el disfrute de la consciencia? ¿Ha tenido usted la experiencia de escuchar la suave voz de silenciosos ángeles, como la que escuchara Elías y Mahoma?

Ayúdeme usted. Voy a sembrar una palmera en el jardín de este palacio. Lo haré con mis propias manos. Esta planta será mi símbolo de Iejidá y del triple crecimiento de la memoria que de mí ha de tenerse, no el Bagdad de los absidas quienes no entienden mi presencia. No oraré por ellos porque no escuchan ni creen. Todas las palmeras que crezcan en la tierra que llaman la Iberia serán símbolos de Abderramán, el que separó la voz de la anarquía y buscó el silencio para que pudiera la dulzura florecer. El fruto de la dulzura es como el dátil que se come para el descanso y en sumisión de buena consciencia. Buena consciencia es la que construye su alma espiritual, el Príncipe real, no el alma de ego inflado. Me han dicho los tahires de mi palacio que «Iatzar» significa construir. No sólo construir el buen Yo, la consciencia benévola, creativa y organizadora, construir la Comunidad y la buena inclinación («Ietzer HaTov»).

En mi territorio, cada etnia ha de ser sumisa, cortable como el dátil. Por eso voy sembrando este símbolo para la posteridad y comenzamos la construcción de la Gran Mezquita de la Unidad. Los judíos la llaman su templo de Lejidá y mis ministros y gobernadores en las siete provincias del emirato, caldíes, jueces de las ciudades y el consejo coránico, el Templo de la Integración bajo las leyes de Mahoma. El secreto de este gobierno de convivencia, apréndelo, amigo mío, es que doy su lugar a los los muladíes (cristianos conversos), a los mozárabes (cristianos que me pagan tributo por la protección y permanecia que se les da en territorio musulmán) y los judíos, hoy plenamente integrados… Escucha qué bien conozco las doctrinas que, allá en Asturias, se persiguen o fueron perseguidas por tu padre, Alfonso el rey… Ellos no han tenido paz en Aragón. Los persiguen; pero, escríbase y lleva nuevas al norte de que Abderremán I, les hace
bien. Les escucha. Aprende del Ruaj / Espíritu / y la vitalidad de las emociones de los judíos.

Aprende para tu gobierno que recién empieza, Mauregato, que yo soy como Ciro, el Gran Persa, que siendo rey del mundo, de Persia a Babilonia, hizo generosas concesiones a los pueblos sometidos, y que en muchos casos, de buen grado, se sometieron a él, porque vieron su enseñanza social benefactora, organizadora, aunque al inicio fuese férrea y bélica mi presencia. Abderramán hará lo mismo: Al pueblo anárquico e insolente les pido tributo, los recluto y les impongo una aceptación de la guarnición permanente que enviamos. Los asirios y babilonios, en los tiempos de Ciro, hicieron mucha deportación masiva de los vencidos. No Ciro ni yo. Cuando se van de Al-Andalus, yo les permito regresar a su tierra, si es cierto que la aman. Les doy buena ley. No los pacifico por ambición. La tolerancia requiere de paz.

Sí sé que es usted inexperto e impetuoso, por ser joven. Bien que sé, por igual que, con humildad, declaraste que eres el bastardo, hijo de criada árabe, de Alfonso I, el rey. Mas eres valiente y observas a quienes son los enemigos dentro de tu casa y tus regiones. Me habló usted sobre los condes Don Arias y Don Oveco y cómo utilizan el pretexto de tu bastardía, como si fuese blasfemia y vergÁ¼enza ser hijo de mujer árabe. Mientras así piense la realeza de Asturias, me pagarán tributo. No serán parte de la Unidad ni de la Convivencia, porque inmundicia / Ietzer HaRa / mala inclinación / son sus objetivos, por más disfrazodos que estén con las delicias sofisticadas de su mundo social y cultural. Dí a los judíos que yo los quiero en colegios, no sólo recaudando las rentas de sus opresores ni como cofres de blasfemia.

Sea usted un gobernante comprensivo. Toda alma viviente se debate entre la ansiedad y la amargura. No todas comprenden que la meta es transformar la oscuridad en luz y que donde hay tinieblas hay que hacer deslindes. Lo deficiente provoca amargura, se resiste a la aceptación y a admitir el cambio de la voluntad. Entonces, hay miedo y ansiedad. Se ven amenazados y no entienden que aún dentro del mal, hay una esperanza, una bondad, la dulzura de la nueva transformación. Usted vaya al Palacio de su padre y siembre una palmera para que su sombra y su baya de dulzura sea de todos.

También a mí se me llamó el usurpador, Mauregato. En su caso, a la muerte de Silo y en la viudez de Adosinda. Los condes de la xenofobia y la anti-morería propusieron la elección de quienes son como ellos… Eres valiente al decir: «Aunque sea bastardo, aspiro al trono. Yo deseo lo bueno y la paz con el Sur árabe». No escucharon tus razones diplomáticas. Fue cuando me pedíste ayuda y te la dí. Fue necesario. A Alfonso, hijo, lo forzaste a que huyera a Álava. No tuvíste que matarlo; pero cuídate. Ellos no lo pensarán dos veces para matarlo a usted.

Cuando yo vine a estas tierras, dejando lejos a Bagdad, con sus omeyas y conspiraciones, también luché contra enemigos tenebrosos, el emir Yusuf al-Fihrí y sus hijos, con sirios partidarios de los abasíes y bereberes anárquicos. Y no me duele haberlos vencido con las armas. De otro no entienden. Son los animales tribales y furiosos. Esto es lo triste del poder ante los pueblos… Siempre he estado en guerra con emires, abasíes y cristianos, como el Reino Astúr-leonés; pero, soy persistente. Soy Maestro de la Ley Islámica y guerrero… Conquisté Zaragoza, combatí a los francos de Carlomagno y a vascones. Mas hoy me son fieles los bereberes y cristianos conversos, mozárabes y muladíes. Yo soy quien gestionará la convivencia en la siete provincias del emirato. El que traeré universidades a la Iberia árabe.

Los cristianos unitarios, conversos al Islam, me asesoran y piden que sea yo la voz del adopcionismo que Roma arguye que es la herejía poderosa por la que hay que matar o quemar en hogueras… Entiende ésto bien, agradecido Mauregato, quiero una comunidad de etnias unidas por una visión de convivencia. Aquí los unitarios (quienes me han cedido la vieja basílica visigoda de San Vicente para que yo construya la Mezquita) piensan que Jesús no es dios, ni que hay tal cosa como la Trinidad. Como los judíos esperan cierto profeta, quien anunciado por Jesús, completará el mensaje de paz… No voy a exigir que dejes el cristianismo ni que pagues impuestos a mis arcas… pero, intercambiemos las ideas. Participemos del Alba del Al-Andalus… Trae a Córdoba cien cristianas que sirvan a la Mezquita. Serán invitadas de honor a las ceremonias inaugurales; una vez cumplan su misión, que vuelvan a Asturias si desean. Además les eximo de tributos a todos
los asturianos a cambio de tal visita como emisarias de buena voluntad. Cien mujeres que oren en el Templo, Mauregato. Sólo eso. Orar por al-Andalus y regresar a su tierra después de hacerlo. Por ello pesaré el alma de reino.

[Y el rey Mauregato se fue muy feliz por los consejos de Abderramán y, como uno de los primeros edictos dictados: Anunció el intercambio. Regresará él con cien mujeres de Córdoba, vírgenes árabes y mozárabes con velo, a aprender la doctrina del adopcionismo y enviará a cien vírgenes asturianas a la Mezquita del Emirato.

El primero que se enojó, al escuchar estas cosas, fue el Beato de Liébana, seguido de ex-adopcionista de Elipando, Obispo de Toledo. «El rey Mauregato nos cambia las doctrinas», dijeron los condes Don Arias y Don Oveco, instando a propaganda de rebelión definitiva, con mucha islamofobia. Se reunían en secreto con monjes de León, con aliados de Carlomagno, y en un descuido de aquella guerra sucia, de insultos y de alarmas mentirosas, asesinaron al rey. Prefirieron que se pagara con tributos financieros y se iniciara una reconquista con la guerra.

El rey Bermundo, el sucesor, no siguió el pacto. Unos años más, ya muerto Abderramán, en tiempos Alfonso II el Casto, ya se entra en batalla con los moros para evitar su pago. El grito es Reconquista. En la batalla de Lodos, murió el capitán moro Mugait, y en Córdoba se dice: «Volvamos a comenzar de cero».]

16-06-2000 / Leyendas históricas y cuentos colora’os / Escrito en Jerusalén durante un verano en viaje de estudio

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.