Va a comenzar la telenovela, la mejor
prime-time-soap-opera, el dramón del siglo,
el summon bonum de la moral del suspenso,
la perfección de la intriga romántica
(donde el malvado antihéroe paga
por todos sus pecados y las Fuerzas del Bien
vencen al Eje del Mal y a quien hizo sufrir
a los buenos e inocentes el Once de Septiembre.
Olvídense ustedes del tal-por-cual Bin Laden.
De si el pobre Colin Powell tuvo razón
cuando dijo: «América, Mr. Bush, cuidado….
Una guerra no conviene».
La novela es gratis por la tele:
Van a colgar al Gran Hijo de Puta.
Vamos a verlo sin aire, boqueando,
agitando esa pata mientras el corazón
pausa lentamente su agonía.
El era, entre los malos, más que villano
(y Bin Laden, si algo hizo, lo hizo por nosotros,
UK, USA, los Big Brothers del capital de Occidente).
Si armamos a Bin Laden, con armas de la CIA,
si dimos el dinero para el golpe de Estado
que dio ese traicionero de Hussein,
no fue para que en Irak tomara vuelo
y quitara el petróleo de nuestros amigos / socios /
jeques de Kuwait), no… era para que hiciera
negocios democráticos, de sano capitalismo
y destruyera las armas de destrucción masiva
que un día le dimos… pero, en toda buena historia,
el Bien siempre triunfa y la fecha ha llegado.
América, al televisor, deje la olla en la hornilla,
cierre el refrigerator, deja la plancha,
llama al vecino, sintonice, va a comenzar
un show inolvidable, la soap-opera del siglo.
Saddam Hussein tiene la soga al cuello.
Hay una ceremonia, aquí o allá,
porque nos obligó con su conducta delincuente
a decretar esta guerra, y de América han muerto
millares. Es una guerra costosa; pero,
ante la pantalla, a encender ese PUT ON de los canales
y ver el fin de la desobediencia.
La novela de la horca.
La novela de un villano pataleando.
De «El Libro de anarquistas»