«At the end of July, while traveling south from Alaska through British Columbia, Warren G. Harding developed what was believed to be a severe case of food poisoning»: Carl S. Anthony, Death of America’s Most Scandalous President (1998)
Uno de los llamados espiritualistas de primeros años de siglo XX escribió a un Senador de Ohio. Precisamente, a Warren G. Harding, con el que tenía una obsesión espírita y lo soñaba en Alaska, comiéndose unos embutidos de dudosa procedencia que lo llevarían a la muerte. Desde principios de junio de 1918, soñó que la guerra y la muerte son como ferrocarriles que viajan internamente a todos lados, en particular, donde la vida se vuelve un circo de pasiones, ambiciones desmedidas, o apatías en medio de bullanga.
Al pueblito de Ivanhoe, Indiana, llegó el Circo Hagenbeck-Wallace y estacionaron sus vagones, con animales, payasos, toldos de enormes carpas y los hierros para erguirlas. Y el espíritu ya tenía dos sueños, dos espíritus que lo despertaban. Un espíritu, según explicó a Warren Gamaliel Harding era de un fallecido de Corsica (antiguo pueblo) de Ohio, donde Warren naciera. Otro espíritu se llamaba Gamaliel, un sabio de Indiana, que evangelizara indígenas, desde hacía más de un siglo. Y a Gamaliel no le gustaba el yankee, promotor de guerras, biblia en mano y fusil en la otra; no le gustaban los ruidosos ferrocarriles. Prefería los caballos y el progreso con el ritmo mismo de los animales. Al médium y su esposa, los espíritus los despertaban, haciendo ruidos en las paredes, tirando cosas de las mesitas de noche, descolgando abrigos y sudaderas que él tenía colgadas, abriendo ventanas y dejando pasar el viento frío. Despiertos ya, un
espírtu dijo, en presencia de la mujer: «Escribe al senador de Ohio, uno que tiene mi nombre; no importa que seas de Indiana; díle que no vaya nunca Alaska, porque comerá gusanos, en días de mucho estrés y escándalo, y regresará a morir a su despacho. Escríbelo».
Y la mujer del espiritualista tomó esas notas y las repitió al esposo cuando salió del trance. Y no tardó, en desposesionarse mediunmicamente de Gamaliel, el indiio, cuando vino el otro espíritu y dijo: «Agrega en esa carta que la guerra viene por las vías ferroviarias. Van a morir todos los simios, una cebra, una jirafa. No se salvará los perros saltarines. No quedará vivo ni un payaso. Escríbelo, escríbelo».
Y él no sabía que Ohio daba muchos senadores. El no sabía el nombre ni el apellido de Harding. El no sabía política suficiente ni cómo se escribe a Washington y sólo puso en la carta: «A quien se llame Gamaliel. Senado Federal de la Unión Americana, Washington. URGENTE. URGENTE». Le dijeron que así, con destinatario tan impreciso, será difícil que llegara la carta, o que alguien la reciba a tiempo. «Pues que la lea todo el mundo. Que la comenten en el Senado; pero es urgente: Muchos, si no hacen caso, han de morir y, si ese senador Gamaliel existe, él es quien podrá evitarlo. La muerte viene por ferrocarril. Comienza en Indiana».
El espíritu sólo dijo que se llamaba Gamaliel y que un varóncon su nombre sería presidente. Uno que se opuso a la Gran Guerra del ’18 y que después, desde el Senado, por Ohio, sería otro aislacionistas que no confirmará el Tratado de Versalles ni endosará una Liga de Naciones que trabajara por la paz, con el estilo de Europa. Y, aunque lo dieron por loco, la carta fue enviada y llegó tarde. «Que llegue es lo importante».
Pero la guerra llegó primero. Era un tren para tropas descarrilado. No llegó ningún pasajero. Todo era un féretro de muerte. Si bien la carta se recibió y fue leída un 30 de junio de 1918, la guerra que vino por tren llegó prmero y temprano. Mató a 53 obreros del circo. Incluyó a todos los payasos. A un niño que hacía maromas. A sus padres, los trapecistas, a una Mujer Lobo, a tres enanos y a casi todos los animalitos. El tren era la guerra irremesiblemente desatada sobre el pueblo de Ivanhoe. El tren era una bala que cantaba luctuosamete su triunfo en Indiana y la fuerza sin frenos con que hería la carne y la vida del ponlado.
El espiritualista leyó sonre el accidente del Tren Descarrilado en los periódicos. La gente del correo, la que litigara con él por el asunto de las direcciones imprecisas del destinatorio, vino a reconsultarlo. Recordaron que él explicó el contenido de sus vaticinios. ¿Qué es realmente lo que supo sobre ese tren, cuyo accidente adivinaba? Y sobre Warren Gamaliel Harding: ¿qué sucederá? Hecho confirmado: hay un legislador de Ohio, llamado Warren Gamaliel, como dijo. «¿Qué otra cosilla sabes brujo?», le preguntan. Corrió la fama de su carta como pólvora y sangre en la guerra del ’18.
Después los reporteros y los corresponsales, al saberlo, lo buscan: «Warren Harding quiere hablar contigo, brujo. Tu carta es famosa en Washington». Y para Gamaliel, ¿será tarde? «Siendo que la guerra ya vino, el saldo han sido 54 personas en mi pueblo. La guerra puede ser una ristra de vagones vacíos. An empty troop train against the Hagenbeck-Wallace Circus».
Un día, cuatro años después, también en junio, W. H. Harding fue a Indiana. Pensaba dar el viaje llamado «Cross-country Voyage of Understanding», cuyo final sería su paso por Alaska y vino hasta Ivanhoe, dando pésames tardíos y alegó que consultaría al hombre al quien los espíritus le hablan y le dan augurios. Aludió a la vieja carta que le solicita que no vaya Alaska, «algo que nadie sabía que haría ni siquiera hace un año». Y…, sin embargo, viaje perdido. Cuatro años fue demasiado tarde para que se consultara al espiritualista. Había muerto. El portavoz de la advertencia murió hace meses y el presidente Harding se quedó con las ganas de hablar con los dos espíritus del viejo y verlo en sus sesiones.
Llegar tarde, quedarse inconsulto ante lo Urgente / lo Sublime o Trágico, tiene consecuencias.
Finalmente, se supo: algo comió el presidente Gamaliel, en Alaska, algo que trajo un tren de la Bristish Columbia que lo envenenó. Un tren puede traer la muerte silenciosa y guerras internas que son inesperadas.
26-05-2003 / «Leyendas históricas y cuentos colora’os»
de Carlos López Dzur