1.
Compañero, tú si eres fiel y raro y único;
tú si estarías en esas listas negras y grabaciones rojas,
tú, como el único santo, ¿recuerdas?
entre esos 100,000 comunistas activos que Hoover
concluyó que viven o lucran en los medios: escritores,
radio-bembas, guionistas, ministros, profesores,
activistas, funcionarios, estudiantes, embusteros,
bien que se consagran, tal vez lo sabes,
sólo unos pocos son hijos de la chingada, quintas columnas,
ponededos, judas, traidores, testigos de encargo;
pero traicionan como si fueran ejércitos
y, cierto, desertan los yuppies.
Aclaro: tú no te vendes, tú no cambias
ni reculas ni engañas, no te escondes…
y, por eso, yo quemé tus cartas.
No contesté ninguna. Te cuidaba.
Que en nada pueda yo comprometerte.
No. No. No es que te haya obviado.
No, es por no herir o ignorarte.
Tú eres mi Zen viviente.
Tu eres mi cábala y pan diario.
Mi zarza ardiente del Horeb.
Con alguien te comparo y perdóname
(puede que seas más, a medida que crezcas);
hoy por de pronto, potencialmente eres
Todd Gitlin, a quien amé, lo sabes.
.
Aquí estoy, cuando más necesito y a la memoria
me vieno tu nombre, mi auxilio. Tu imagen.
Eres, de momento, un poco de mi pan.
Eres apasionado; Carlos, y Nostalgia te quiere,
te quise y, sin embargo, sé cuándo y cómo
hay que quererte. Sin ser estorbo a tu paz.
«¡Qué poca cosa es el hombre!», mal(digo)
marx-diciente, y cómo he temido
que te hagan daño, poeta,
porque siempre hablaste como gente grande,
como el hipster, tú, mi imberbe apasionado…
¿Y sigues, poeta? ¿O ya no? porque quisiera
que un día, si te place, tomaras de mí un poco de memorias.
Y hagas versos, putos versos de hedonismo, vitales versos,
versos mostrencos, sobre cómo se envilece
una mujer [poca cosa somos, perversos somos
cuando más queremos amar y servir y sincerarnos].
¿Sabes? Yo soy buena para las maldiciones;
yo me he cagado en todo el mundo, en todo el mundo,
Carlos, menos en tí. … porque yo soy mujer y la vulva
me salva del hambre; pero, mi Luna me ovula
días plenos para recordar cómo eres,
días para maldecir como maldigo:
(1) al padre mío que me obstruyera y cuyos esbirros
tuvo para que vengan a golpear, a robar allí
o acá, donde tuve un techo, un mobile home con mil consignas,
si en vano espera que, por su mugre prosperidad,
vaya y suplique, otra vez le maldigo;
(2) si doy amor y, en su propia esclavitud me recluye
el mismo negro que liberto, mira cómo mi boca que bendices,
amigo mío, se exalta, yo maldigo, Carlos, porque somos
perversos aunque el Amor y la Paz cantamos
y el amor nos juega mal y la paz nunca viene…
Tú no me falles, yo no doy nada,
pero a nadie quito. Quiéreme así, niño de mi alma.
Niño del Libro, niño del Loto.
¡Cómo quisiera que existiera un pueblo de profetas
con la palabra en llamas del Horeb.
Salmistas como tú.
2.
De los tempranos Sesenta, maldito sea el movimiento
Draft Goldwater y las campañas de Reagan del ’68
y el regreso en campaña en el ’76 ¡cagado sea!
a la cloaca y consigo vaya como asqueante desperdicio
the growth of conservatism.
La Ultra-Derecha Americana.
Maldije ya la Guerra Fría y The Big Business,
The Religious Right y sus chivatos,
el anticomunismo.
Asco me dio, como si pariera una mula,
los yafos, Young Americans for Freedom,
colegiales de la Nueva Derecha recelosa
(más morones que ellos no conocí a ninguno).
Son («the New Right»), obstruyentes de asalto
del SDS (Students for a Democratic Society),
aplastadores de la Nueva Izquierda necesaria.
Con el ala moderada de los republicanos
Eisenhower-Rockefeller, o los bravos «rednecks»
que impulsan a Goldwater, al fin de verlo electo,
hago lo mismo / me les cago en sus reputas ínfulas
y les maldigo con el mismo fervor
que al libertarianismo antiestatizante
y el anticomunismo estatizado.
Carlos, ríete. Con ellos me estoy limpiando el culo.
Hoy madrugué llena de maldiciones, Carlitos.
Lee. Tú no hagas caso. Sigue con lo tuyo.
Lee mientras yo cocino con mi mente en la Derecha Cristiana
a la que mi padre le aporta $$ mucha lana y Reagan lo agradece.
(¿Sabes? mi padre me parece un puercazo igual
que Jerry Falwell, herederos, biblia en mano,
de la industria del odio, el apocaliptismo, el Fin del Mundo,
las hogueras en clínicas de aborto, asesinatos en frío
y un lenguaje envidioso ante voces clericales…
Los invitan a Casa Blanca, ojalá sea al infierno
y Richard Viguery, «a direct-mail wizard», a quien tanto maldigo,
y las nalgas le quemo junto a sus listas computarizadas
de traidores a la patria y mercenarios del voto,
de mi padre es amigo, sí… amigo de su dinero,
esos buscones sólo unos pidiones, rateros.
No tienen amigos como tú. Y nunca tendrían
una amiga como yo.
3.
Nostalgia, a cuarenta años de no verte,
te abriré la puerta, te sentaré a mi lado.
Díme tus razones de hoy, las de ayer, sin olvido.
Ya sé que cumples años, mujer, y no es la misma gente
la de Berkeley ni Stanford.
Abre esa bendita boca que vio a mudos y sordos,
a tiesos y callados, a cobardes y abúlicos,
esa boca que se enfrentó a su padre
y lanzó su herencia al tubo.
Tu boca que se cansó de mentar la indecencia
y llamar al carajo por su nombre…
(entonces quisiste decir el alma, el espinazo estéril,
la vulva-madre-higuera, seca y yerma,
donde, por placer, sólo gime y nace el sinsentido).
Te hartaron, lo sé. Lloraste mucho
y desde un rincón de Haight-Ashbury, en San Francisco,
conspiraste; ya no lavarías la ropa del violento
ni reciclarías el silencio del canalla.
La niña modosa, la obediente,
la brillante ‘whiz-kid’, se fue para la mierda.
Como al beatnik, la contorsión te vino.
Como un jazz en boca negra te llenó el rechazo.
La moralidad de clase media, me dijíste,
es cada vez más lenta, hipócrita, conforme, malsana
y te edificó esa soledad que marcó tu rostro
en medio del confort y el reglamento.
Y los modales al carajo y la crica al viento.
«Esta soledad que a medias sigue hoy,
no se va, no se va nunca y aún me da grima»,
dijíste. Tú cantas; hoy te falta la guitarra y una pareja
que se consagre a tu ternura, a tu irreverencia,
y cuarenta años de mitos de un jardín de Eva.
Tu utopía comunal, ese imposible
que la droga echó abajo.
Ya veo, Nostalgia. Eres más pobre que nunca.
Tú que lo tuvíste todo y lo tendrías si te hubieses callado
todo el odio, todo lo desbocado que avanzó
contra Goldwater, McCarthy, Nixon…
«Estoy sola otra vez, Carlos»,
«sola y muchas veces sola, pero, sigo siendo
Nostalgia, rebeldía,
pesadilla del Establecimiento».
4.
Hice lo que pude para que ella ría… yo poco puedo,
temo a ser insolente. Y ella dice: «Pendejo tú
que te casaste; pendejo tú, con la fe de por medio».
«¡Me hartan, me hartan!» Almas de fuego frío,
alientos de indiferencia caprichosa,
sangre cobardemente coagulada,
con silencio, mudos, interiormente ciegos,
con cuchillos de palo,
«me hartan, envenenan, me matan».
Nostalgia, dejaste la estructura establecida;
salíste como se sale del espanto y todo lo echaste abajo,
«hasta a mí me dejaste», le recuerdo.
«Pero te quise. Aprendimos tanto».
Vomitaste la clase, la iglesia, el gobierno,
todo lo que reprime desde sus aparatos jerárquicos.
«Yo aprendí contigo», le digo. Recuerdo.
Dijíste adiós a los cadáveres vivos.
Y hoy vienes,
con los sueños balsámicos en la mochila,
dolidos, todavía polvorientos y pateados,
y hoy vienes y me visitas. Yo creí
que me ibas olvidado.
Todavía tiene sueños como guardados
a prisa. Siempre, niña de la prisa, te llamo.
Memorias recogidas de la yerba,
ideales todavía apaleados, sospechosamente objetados
por nuevas estructuras de jerarquías que no sospechan
que el Edén se construye, paso a paso. Ellos no creen
ni en corazones jóvenes que cantan y huelen a semen.
Pero yo te abro la puerta, Nostalgia.
Entra y cuéntame sobre todo lo que amaste:
Comienza con Bob Dylan, Janis Joplin,
John Lennon, Marcuse metido entre tus libros,
y mucho Zen y Dharma, y ese vagabundeo
y ese comunalismo, ya que dondequiera
te metes y duermes
y amas, Nostalgia.
Yo simplemente puedo recordarte
y abrazarte como ayer y darte el adiós
cuando lo pidas.
De prisa vienes y te vas.
Tú, sin libertad, te aburres.
Tú eres un ave eterna,
presurosa,
sin dueño.
Del libro «Memorias de la contracultura» / de Carlos López Dzur