«Dos décadas de mala vida le habían convertido en un ser demencial y obsesivo pero también habían sofisticado su lascivia y su sentido del humor [… ] Aquello era para todos el puro devenir en un mundo acelerado que huía hacia delante. ¿Cómo iba acordarse? Y además, ¿qué importaba? En la nebulosa de su frágil memoria se le confundían las correrías y los cuerpos».
Páginas 29-30.
«Á‰l no era especialmente serio, pero detestaba la alegría como impostura y como marca social, lo cual le mantuvo un tiempo postrado en una suave amargura que le fue desinflando el ánimo […] convencido de que tarde o temprano se demostraría que todos los hombres son homosexuales o, al menos, que pueden llegar a serlo».
Página 61.
Decir que La loca aventura de vivir es una novela podría resultar una afirmación discutible. La unión de varios artículos breves de ficción o historias cortas que comparten personajes y a veces argumentos que se continúan o se pierden definitivamente sin un orden o concierto claro no hace una novela en el sentido estricto de la palabra. Pero dejando de lado los purismos el propio autor tenía claro que estos desahogos literarios no tenían pretensión alguna más allá del propio divertimento y la consecución de unos fondos económicos, los que le proporcionaba la página web en la que publicaba estos ahora breves capítulos y originalmente «posts» sueltos de tenue unión.
La obra intentaría, de alguna forma un tanto aleatoria, ser un escaparate de prototipos o estereotipos del colectivo homosexual en España, concretamente en la ciudad de Madrid. La primera reacción puede ser de sorpresa, pues tras bellísimo prólogo que suena a elegía de José Infante el lector puede esperarse un estilo fresco y desenfadado pero más literario. La realidad es que La loca aventura de vivir hace honor a su título porque se trata de una colección de locas aventuras que para muchos son un estilo de vida. Las últimas palabras del autor, a continuación del inconcluso final del libro, nos ponen sobre la pista de lo que fue escrito más como puro ejercicio de liberación y diversión que como producto literario sujeto a una serie de normas y principios.
El autor, quien compaginó una intensa vida social con una prolífica obra, dejó en la cuneta sus preocupaciones líricas para escribir sin complejos (al parecer nunca los tuvo o nadie parece recordarlos) las escenas más tórridas y algunas historias muy manidas del llamado «ambiente». Los cincuentones que buscan el amor a través de esporádicos sexuales con jovencitos y chaperos, incapaces de comprometerse con nada, pero cuya valiente experiencia durante la época de represión franquista no tiene precio, por mucho que quede sólo ligeramente sugerida; los jóvenes que descubren el sexo con unos y otros, las drogas, las fiestas, las falsas bodas y la superficialidad de un culto al cuerpo que se prolonga indefinidamente; las mariliendres de mal corazón que se enamoran repetidamente del mismo gay jovencito y aniñado que parece indeciso; los profesores cultos que buscan el «bello tenebroso» parafraseando la expresión traducida por Luis Antonio de Villena… El producto final parece muy enlatado porque las personalidades no están trabajadas, porque no hay auténticas construcciones personales sino personajes que responden a historias cuyo modelo se repite en serie.
Hasta tal punto la edición responde a esta forma libre de escritura que dos personajes de rasgos similares son confundidos por el propio autor entre las páginas 111 y 116, intercambiándoles los nombres y las historias. Sin embargo, en esta colección de estampas de fantasía sexual y situaciones cómicas, el hecho no reviste mayor importancia. Lo que Leopoldo hacía era liberar obsesiones y transcribir lo que sin duda habría visto en no pocas ocasiones. De esta forma los hilos narrativos son tenues ya que no había una finalidad, un fin o moraleja, un final previsto para cada uno de los protagonistas. De hecho el medio original de publicación de estos artículos hace que el autor se tomara la libertad de dirigirse desde su propia persona, como un articulista o columnista, a sus lectores, adelantando intenciones sobre la obra o contando sus propias experiencias.
La serie quedó, lamentablemente sin cerrar. Leopoldo Alas falleció antes de poder seguir plasmando nuevas escenas que el cambio social ha perpetrado como las auténticas bodas homosexuales o la adopción por parte de los mismos. Aun así nos dejó un legado de sinceridad, una crítica ácida pero también despreocupada de las manías y errores, de las costumbres y repeticiones de un colectivo que conoció de primera mano. Su retrato, no obstante, queda un tanto deformado por los espejos de la calle del Gato que tanto abundan en nuestra literatura, desde la más seria a la más frívola. La loca aventura de vivir no puede leerse como una fotografía o ensayo de la realidad homosexual madrileña y/o española sino como una congelación de ciertas poses, las más conocidas probablemente por más llamativas, de los hombres gays. (Por cierto, escasa presencia de lesbianas, transexuales, bisexuales, drags o travestidos). Una escritura desarrollada con libertad, con trazo grueso, con despreocupación, con mala leche, con frenesí sexual, con desinhibición, buscando sólo la propia diversión y, secundariamente la de determinado tipo de lector, y sin aspiraciones literarias de pasar a la posteridad. Una lectura fresca para el verano, a pesar de sus tórridos contenidos.