De veras que no entiendo que, en la historiografía y la interpretación académica, se sostenga como perspectiva que Juan Ginés de Sepúlveda (1489–1573) sea descrito como un «humanista». Cuando se le aplica el término, sumado a los calificativos de «distinguido profesor y erudito», al menos me inquieta que se explique ¿qué es un «humanista»? y, cuando realmente la erudición filosófica y el conocimiento de latín, muestra una utilidad humnizadora y se aparta de la charlatanería o la pedantería.
Presentaré aquí un poema mío sobre su persona que corresponde a «El libro de la guerra» y antes que referirlo como humanista, mi percepción es que éste es un hombre de guerra. Un extremista al estilo de los pastores evangélicos de la Ultraderecha cristiana contemporánea, e.g., Pat Robertson o Jerry Falwell. Del genio de Ginés Sepúveda se ha dicho: «dígase lo que se quiera de su modestia, fue siempre disputador y controversista».
Enemigo de las ideas de Lutero, Juan Ginés de Sepúlveda, quien pasó toda su vida en Europa y jamás visitó el Nuevo Mundo, se sintió con la premura y el derecho de valorar prejuiciosamente culturas que desconociera, lo que es deshonestidad intelectual e irresponsabilidad. Desconoce la historia y se le critica por ello, en adición: «En la historia no fue tan feliz: seco y superficial en ella, sin conocimiento alguno del espíritu que dirigia los hechos, sin expresión de la influencia que podían tener en la costumbres y civilizacion de las naciones; no puede considerársele con otro mérito en este género que el de la facilidad y pureza del estilo».
No será únicamente que a los hechos de la cultura y las comunidades trasatlánticas las valoraría muy mal, sino que asignaría el derecho a los colonizadores a hacerles la guerra y, de paso, justificando el mal trata que ya se les brindara a los indígenas. De ellos, a quienes jamásviera, dice:
«[Los nativos] son las gentes bárbaras e inhumanas, ajenas a la vida civil y a las costumbres pacíficas, y será siempre justo y conforme al derecho natural que tales gentes se sometan al imperio de príncipe y naciones más cultas y humanas, para que merced a sus virtudes y a la prudencia de sus leyes, depongan la barbarie y se reduzcan a vida más humana y al culto de la virtud».
Ginés de Sepúlveda, en cuanto ésto es capaz de expresar, impugnará la defensa que Bartolomé de Las Casas hizo a tales nativos. Tomó el foro, como adversario dogmático de alguien que sí anduvo sobre el terreno y testificó los abusos denunciado.
Durante las Controversias de Valladolid en 1550, hIzo una defensa del derecho del Imperio Español a la conquista, colonización y evangelización del indígena del mal llamado «Nuevo Mundo», sobre bases cuestionables de Filosofía Naturalista del Derecho (la esclavitud como opción natura), muy distintas a las sostenidas por la Escuela de Salamanca, representada por Francisco de Vitoria y Las Casas mismo. Sepúlveda aplica tla noción aristótelica de que ahy quien nace para eslavo por la naturakeza de su inferioridad innata. La esclavitud es justificable si la practica una civilización meritoria. Y no sólo la esclavitud, como coacción a obediencia, también la guerra: «de justis belli causis apud Indios».
El teólogo Ginés no piensa siquiera en los pueblos que ignora como una civilización, sino como un conjunto de «esclavos naturales», tal como Aristúteles define en el Libro Primero de «La Política», «aquellos cuya condición es tal que su función se reduce a sus cuerpos y no a nada mejor», siendo como niños o, en el peor de los casos, como salvajes. Contrario a «las cualidades de juicio, talento, generosidad, temeperancia, humanidad y religión» que ve en los colonizadores y soldados españoles, en los «latimosos hombres» indígenas contrapone el difícil hallazgo de «vestigios de humanidad». Dice, por ejemplo:
«Estos indios son tan cobardes y tímidos que ellos podrían resistir escasamente la presencia mera de nuestros soldados. Muchas vez miles sobre miles de ellos dispersaron, huyendo como mujeres anten muy pocos españoles, menos que cien».
Cuanto ahí dice es infame e hiperbLlico. Bien se ha refeido que en esta Junta de Sabios de Valladolid lo que prácticamente hizo fue tirar su reputación por la borda: «Sin esta desventurada controversia la reputacion merecida por cincuenta años de trabajos útiles, hubiera pasado á la posteridad sin tacha ninguna».
Ginés da una pintura axiológica de las poblaciones americanas que degrada las posibiklidades históricas, en favor de jererquizaciones, al tiempo que esboza una degradación de lo humano en el indígena, sin querer verla en la del hispánico. En eso es que consiste su racismo ingenio. Aunque estos criterios de Ginés pretenden sustentarse en normas éticas trascendentes, distintivas de la civilización europea, el punto de vista es eurocéntrico, cónsono a la pretensión de un imerio paternalista, racista y etnocéntrico; ya que dudándose del «alma» superior, o negándosela a los indígenas, la regla ética que los juzgará será la del europeo y su cultura cristiana.
¿Aplica aquí el relativismo cultural? La definición de John Dewey, refiere que toda verdad ética es relativa a una cultura específica y lo que un grupo cultural apruebe es considerado correcto dentro de esa cultura, si el mismo grupo cultural lo condena, está mal».
En sus contra-argumentos, Las Casas admite la potestad de Jesús a inspirar la proteción moral y estilo jurídico de gobierno con la misma justicia persuasiva que otros seres humanos gozan en la Europa cristiana. Aunque Las Casas basa su defensa del indio en principios como la existencia de Dios, la del alma sencilla y noble del indígena y, por lo tanto, una autoridad moral objetiva y absoluta, la autoridad de su sistema de valores es más cónsona a una ética evolucionaria y un humanismo correctivo que beneficiará a ambas partes, el dominador y el dominado. La idea subyacente es que los sistemas morales y de justicia del mundo, desde tiempos arcaicos, están llamados al cambio, «en el futuro también, para bien o para mal, y continuarán evolucionando».
En mi poema «Ginés de Sepúlveda» se lee;
¿Quién puede ser sabio de corazón y vivir
de la rapiña y el despojo; quién es el necio descrito
en los Proverbios si es el sabio quien levanta
su mano airada y sojuzga al presunto torpe de entendimiento?
¿Quién ha de dominar un continente si ya revela el miedo?
¿Por qué le teme tanto a quien ha llamado siervo
y lo controla con cadenas, lo quema vivo, lo desangra
a latigazos, raciona lo que el más pobre come,
vigila estrechamente sus pasos?
¿Qué es la condición natural, con qué criterio será
que se defina, si el virtuoso parece que al amor
desconoce y a la medida torna extrema?
¿Por qué pide obediencia quien lastima?
¿O es demónico lo simplemente diferente?
¿No es noción de libertad el gesto de huir
ante lo que hace daño o se aborrece?
Aún para los estándares morales del siglo XVI, las opiniones de Ginés de Sepúlveda deben ser consideradas «extremamente racistas»l de ahí que el rey Carlos V no las adoptara, como tampoco hizo con las de Las Casas, aunque siguió recomendaciones del Padre Francisco de Vitoria.