Hermano. José Luis Serrano (elputojacktwist). Egales.
«También había comprobado el insoportable calor abrasador del suelo de alguna de las pagodas, y había decidido seguir a las mujeres y a los niños en su recorrido por los templos, que parecían elegir intuitivamente las baldosas que menos quemaban».
Página 42.
«Que en la mesa aún quedaban los restos de los higos y las uvas maduras que habíamos tomado para comer, que aún conservo el recuerdo de tu cuerpo caliente y mojado tras la lluvia, el recuerdo indeleble de una tarde de julio eterna, enfebrecida y plena, bello amigo, de tu gozosa juventud».
Página 57.
«Sentí por primera vez desde hacía mucho que la muerte era algo habitual, fácil y cercano, y la sensación no era desagradable. En nuestro país caminamos como si fuésemos porcelanas chinas, como pisando huevos, como si nuestra vida fuese la más valiosa del universo. ¿En qué momento de nuestra infancia empezamos a temer a la lluvia, a no pisar los charcos, a usar el paraguas o el chubasquero, a encontrar desagradable mojarnos?»
Página 100.
“Afuera, dos velas apoyadas en el suelo le daban la luz suficiente para contemplar a los dos chavales en su sueño. No para de recordar su silueta negra recortada sobre la luz anaranjada de las velas, oscura y vaporosa por la mosquitera, y sus movimientos suaves y elegantes como de un pez en el acuario de un restaurante chino, como una mariposa del Cretácico atrapada en un pegote de ámbar, su perfil, la manera delicada de acariciar la frente de sus pequeños, que yo imaginaba felices en su sueño vigilado”.
Páginas 185-186.
Hay en Hermano un algo de la fascinante combinación de lo vulgar e hilarante con lo lírico y melancólico que en su día me enamorase de la Lucía Etxebarría de Beatriz y los cuerpos celestes, uno de esos libros que he leído tres veces para sorpresa de mis amigos y colegas en la Literatura.
Pero es precisamente esa fascinación que me produce la paradójica mezcla de ambos estilos en una misma obra lo que me atrae con poderosa fuerza a ellas como si de la miel a una mosca se tratase o como un imán gigante para un trozo de hierro. Porque la historia principal, en lo emocional, es poética, y me engancha, y me hace sufrir (considero que todo autor es un punto masoquista) y emocionarme e incluso llorar, porque empatizo con ese protagonista enamorado hasta las uñas de los pies y los huesos del alma de ese ser maravilloso que lo lleva y lo trae por uno de esos países exóticos, pobres y espirituales del «Lejano Oriente». Pero también consigo reírme con la vulgaridad de su amigo, homosexual de pueblo (o ciudad pequeña), que tiene la boca llena de tacos (y no mexicanos, precisamente), que analiza la realidad con un pragmatismo brutal y natural pasado por un tamiz o velo de mala leche muy drag y que, a través de sus gruesas palabras, golpea con fuerza esa realidad, la sacude como si quisiera hacer caer de ella las obviedades, pesadas como melones, o las decisiones para modificar esa realidad, difíciles de encontrar como exquisitas trufas.
Porque el hombre es mitad ángel y mitad demonio; porque es mitad tristeza y mitad alegría; porque es mitad prosa pragmática y mitad poesía espiritual… O si no mitad y mitad sí parte y parte, considero la tragicomedia como la más auténtica de las formas de la Literatura, y como un cuadro de Antonio López me engancha con su perfeccionismo de fotografía subjetivada, aunque sea todo mentira, tela y óleo o, en el caso de la Literatura, palabras, es decir, pura ficción.
Adicionalmente está esa historia principal que hemos mencionado, en la que se aúnan la ternura y la magia del enamoramiento, con unos paisajes hermosos, diferentes, marco o fondo ideal de esta historia de amor no expresado hasta caer en el libro. No veo aquí un libro de viajes solapado, pues la intensidad y la cantidad de los pasajes dedicados al descubrimiento del país no distraen ni sombrean la importancia y la profundidad de ese sentimiento que origina el texto sino que más bien lo acompañan o potencian . Texto escrito con una prosa que fluye, bellísima, por momentos prosa poética por la fuerza del sentimiento, la alteración, la enumeración de las virtudes de ser amado… O humorística, sin pausa, desternillante, producto de carcajada brutal ante la procacidad del personaje mitad pueblerino, mitad sicalíptico.
Por poner un pero, diría que, en mi opinión, se aparta el autor un poco del hilo cuando, al final, enumera una serie de casos de violación de los derechos humanos de los homosexuales que, aunque se agradezca en términos generales (hay gente que se cree que estas cosas ya no suceden), aporta un paréntesis en la historia cuya gran altura emocional se ve enfriada por este documento casi ensayístico, aunque de gran valor. Es una observación, no obstante, subjetiva en esencia.
La novela, que narra las vacaciones de un homosexual español en Birmania es, en realidad, un canto al amor no correspondido, o el amor no expresado porque el enamorado nunca se atreve a declararse. El bello autóctono de fuertes pies y amplia sonrisa, no parece exteriorizar nunca un sentimiento similar al del protagonista, recíproco, lo que disuade al primero de usar las palabras claras que desvelarían el misterio.
El español ha regresado, han pasado dos años desde su viaje, pero no olvida, no puede olvidar y escribe sus recuerdos como quien exorciza, o como quien confiesa, o como quien clama en el desierto de su propia alma y solo le responde la arena que va y viene y forma y “desforma” dunas.
A destacar el magnífico comienzo, laberíntico, misterioso, pseudo-histórico, caleidoscópico y brillante como le cuadra a un escritor de raza que nos embauca desde el primer momento. Un acierto. Y se puede decir más alto (UN ACIERTO), pero no más claro. Una buena novela escrita magníficamente, por la que los ojos fluyen… Y los sentimientos a la par.