El ejercicio de la democracia representativa tiene que partir de bases sólidas. El milagro norteamericano no puede ser explicado si no se distingue de manera clara, no sólo la rebeldía fundacional de su creación, sino la definición precisa del objeto de ésta a través de una Constitución diseñada para garantizar la libertad.
El largo y claro fracaso de las naciones independizadas de España, observado por los intelectuales decimonónicos, entre los cuales se hallaba el poeta Heredia, quien confesaba en una amarga misiva al gobernador de La Habana el desencanto de su experiencia mexicana, se debe a la falta de visión y a la incultura política de aquellos líderes que, alzados también en nombre de la libertad, sólo trajeron pobreza y atraso para sus países. Las ideologías marxistas que penetraron mucho más tarde no hicieron más que agravar el estado de un agonizante de dos siglos. Las altas reivindicaciones en nombre de los pueblos “oprimidos” terminaron sirviendo de excusa para envilecerlos hasta el día de hoy. El poder y la propiedad pasaron de unas manos a otras, pero sin aportar bienestar y mucho menos sirvieron para crear sociedades más justas.
El caso de Cuba no es una excepción, los españoles de Cuba comenzaron el camino de la independencia solicitando no ya la Libertad, sino la anexión a los Estados Unidos. Un pecado inconfesable que cuidan muy bien de aventar los ideólogos (los de antes y los de ahora) del nacionalismo cubano. Agudos observadores de la realidad nacional como el padre Varela, escribieron ya en siglo XIX que en Cuba no existían más que intereses comerciales, por eso, desencantado, se retiró de la vida política.
El amor desmedido a los sacos de azúcar y la ausencia total del respeto al interés general moldearon al cubano de los siglos XIX y XX, los actuales «Lineamientos» encaminados a “actualizar” el castrismo, formarán al cubano del siglo XXI.
No anduvieron mucho más inspirados los organizadores de la guerra del 95, que con Martí a la cabeza, sólo tenían el objetivo de sacar a los peninsulares del poder, pero sin tener previsto un claro programa político posterior, ni nada que se pareciese a una Constitución decente con la que garantizar la construcción de una Nación viable.
Digamos que la guerra organizada por Martí (pensada como elegante y breve) podría asimilarse hoy a una iniciativa ciudadana; pero con su muerte, se desplazaron los influyentes y modestos tabacaleros de Tampa que la animaban, quedando el Partido Revolucionario Cubano entre las manos de las mismas fuerzas e intereses económicos pro norteamericanos que venían manifestándose desde mediados del siglo XIX.
Aquellos hombres sin proyecto trascendente, obraron pues de manera muy activa para acercar de manera permanente Cuba a América (una nación que había mostrado su interés por apoderarse de la isla varias veces durante el siglo, incluyendo numerosos intentos de compra, el último de los cuales tuvo lugar en 1898 antes de declarar la guerra), sin pensar un solo segundo en la construcción de una Nación soberana.
Prueba de ello es que entregaron las riendas del Ejército Libertador a un extranjero que, con la Muerte de Maceo se convirtió en un actor político de primer orden, sin contrapeso posible. Un señor que ignorando los deseos de la Asamblea Constituyente (que lo destituyó) y negociado directamente con los Estados Unidos (¿con qué mandato?) la desmovilización del Ejército Libertador, contribuyó muchísimo a la aprobación de la Enmienda Platt, que sancionaría de manera oficial el protectorado Norteamericano sobre Cuba hasta 1934 y oficiosamente hasta 1959.
La República Mambisa como la llama C.A. Montaner, siguió sin proyecto nacional y como ya se vio durante todo el siglo XIX en el resto de América, repartió prebendas y riquezas a aquellos que ayudaron a fundarla.
No se afianzó la democracia en Cuba por diversas razones, la primera de ellas fue la comodidad, ya que al menor contratiempo se apelaba a la US Navy para restablecer el orden y la segunda, por idiosincrasia, pues aquellos que debían crear una patria soñada, españoles al fin y al cabo, animaron el caudillismo y apelaron a la violencia política durante la primera mitad del siglo.
Así pues, bailando entre millones unas veces y dando porra en tiempo de las vacas flacas, se destruyó la confianza, (si es que alguna vez existió) en las instituciones republicanas. De ese modo se preparó la llegada del hombre providencial que, sin escándalo ni verdadera oposición, consiguió derrumbarlas en una brevedad alucinante y bajo los aplausos del mundo entero, incluyendo a la propia prensa norteamericana.
El amor desmedido a los sacos de azúcar y la ausencia total del respeto al interés general moldearon al cubano de los siglos 19 y 20, los actuales «Lineamientos» encaminados a “actualizar” el castrismo formarán al cubano del siglo XXI. Un Ser frustrado en sus intentos de trascendencia todos y que, mientras continúe sin comprender quién es y por dónde le han llegado tantos males, seguirá cometiendo los mismos errores hasta el final de los tiempos.