A medida que pasaba las páginas de Intemperie, la prodigiosa novela La carretera de McCarthy se iba ensanchando, logrando, sin yo buscarlo, esa andadura narrativa paralela con el de esta otra buena novela de prosa, rica y conmovedora, del autor extremeño Jesús Carrasco.
Todas las comparaciones literarias pueden resultar odiosas, auque igualmente todo lo contrario, al menos eso creo yo, máxime cuando la calidad de dicha cercanía resulta ser tan rica como deslumbrante, por esos dos territorios en cierta medida similares por donde malviven y deambulan sus personajes esforzados en encontrar al menos algo de aliento que de sentido a sus existencias.
Una, La carretera, se desliza en la inmensidad de un territorio norteamericano, que muestra desolador paisaje totalmente quemado y solitario por el que un padre camina tirando del carro junto a su hijo tratando de salir de tan asfixiante atmósfera de yermo despoblado y desolación buscando la salvación de la criatura.
En Intemperie, un niño envuelto en su propia incógnita, enigma para el propio lector, vive las consecuencias que provoca haber escapado de su casa y del dominio de su padre. El territorio y paisaje por donde camina padece larga y destrozadora sequía que ha convertido la tierra y el paisaje en la configuración de un árido desierto.
El peso de tan escalofriante sequía que lo ha secado todo es aguda, los pozos están secos, los riachuelos son pedregales, condiciona su existencia por lo que cada día que transcurre aumentan las penalidades.
El niño de una personalidad propia que ha dejado la casa de los padres, se encuentra con un viejo cabrero que desde su pobreza le da calor y resguardo, caminar juntos en busca de un rayo de esperanza, algún verdor y agua de pozos frescos que calme la sed.
No voy a entrar en si Shakespeare leyó el Quijote. Me basta que tanto Cervantes como el autor de Julio César me apasionen y ambos sean para mi estado anímico puntos de apoyo hasta en los momentos más complicados de mi larga vida de lector. Y va este comentario por esas dos grandes novelas: La carretera e Intemperie. Y me acerco a otra posible similitud: Los santos inocentes.
Jesús Carrasco está considerado por unanimidad aplastante. «una voz nueva en el panorama literario español, que es a la vez clásica y moderna; una voz que, con un lenguaje intenso, poderoso, se inscribe en la mejor tradición narrativa de nuestro idioma«.
Su prosa embriaga y sobrecoge por momentos, a veces un tanto minuciosa en los detalles mínimos, pero como se deduce que es un permiso del autor se acepta. Todo por ese transcurrir sobre ese temido y árido llano no en llamas, pero si de altas temperaturas. Ese pulso por la vida de un niño que se ha escapado de su casa y un pobre viejo cabrero de cuerpo magullado vestido de derrota, que a ratos, tras ordeñar sus cabras y engañar el hambre con escasa comida, lee una vieja Biblia y va enseñando al niño lo que debe de ir aprendiendo y dominando para ganarle el pulso a la miserable vida que llevan en una lenta huida hacia adelante sin saber qué destino les espera en ese espacio rural en el que se sienten perseguidos por un alguacil miserable y verdugo, enloquecido. A la busca de esa desvalida criatura de esta conmovedora narración poseedora de un estilo insobornable desentrañando la dureza y violencia de las circunstancias de los protagonistas de la historia.
La novela, en sus poco más de doscientas páginas, no entretiene en absoluto, así, que los que leen para entretenerse puede que no les interese, por eso lo advierto, aunque por otra parte pueden quedar atrapados con la narración que nos muestra tanta riqueza de términos admirables, que en mi caso, me han devuelto a la niñez por su repertorio de vocablos ya perdidos, temprana edad soñando ser hombre, ignorante que con ella perdería la riqueza de las cosas del campo, sus herramientas y saberes, aquél Tío Maña que tanto nos ayudaba en momentos débiles de la edad. ¡Qué gran novela! Cuando uno la termina se pregunta para qué esos mamotretos de cientos y cientos de páginas. ¿Para qué? Trilla de muchos pedruscos y poco trigo.
Mejor quedarnos con La carretera, El llano en llamas y esta Intemperie que fue Premio Libro del año 2013, y que más que una polvareda levantó un huracán de elogios por numerosas críticas enaltecedoras hasta el extremo, de no precipitarme por leerla.
Llegada la ahora, cuando la calma no se ve dominada por el bosque de la publicidad, he abordado su lectura, hasta lograr alcanzar ese sabor suave que deja la literatura de calidad no impregnada de artificio, pues si los tuviera, no sería obra maestra de guardar y recomendar.