Asediados por los partidos políticos
Para empezar tal vez sea necesario definir la palabra «asediar». El Diccionario de la Real Academia Española dice que significa «Cercar un lugar para impedir que salgan los que están en él o que reciban socorro de fuera.» El vocablo asediar también tiene otra acepción: «Molestar o importunar sin descanso, presionar, coaccionar de forma insistente, sin cesar, a alguien hasta que acabe rindiéndose, capitulando, accediendo a nuestros deseos…»
Desde muy antiguo un asedio o un sitio es un bloqueo militar de forma prolongada a una fortaleza, que suele ir acompañado del asalto a ésta, con el objetivo de su conquista mediante la fuerza o el desgaste. Tiene lugar cuando un ejército se encuentra con una ciudad o fortaleza que no está dispuesta a rendirse y es difícil de tomar mediante un asalto frontal. Un asedio implica cercar el objetivo que se pretende conquistar y el bloqueo de las líneas de abastecimiento (obviamente la intención es que los asediados acaben rindiéndose por hambre, por enfermedades, por sed…), normalmente apoyado por maquinaria de asedio, bombardeo de artillería, e incluso con la construcción de túneles subterráneos para reducir las fortificaciones. En muchas ocasiones los asaltantes recurren, también, a sobornar a parte de la población sitiada o a personas influyentes.
Después de este preámbulo necesario, voy a referirme al título del artículo, aunque me voy a permitir otra digresión:
Cuando yo estudiaba en la Universidad eran frecuentes las asambleas estudiantiles promovidas por la gente de izquierda, con la intención de arrastrar al alumnado a las jornadas de lucha que se organizaban en los últimos años del régimen del General Franco y los primeros de la llamada «Transición». En ellas los miembros de los diversos grupúsculos de izquierda entonces existentes (una verdadera sopa de letras) se ubicaban de forma estratégica, trataban de monopolizar el debate, acosaban, vejaban, violentaban a quienes con ellos disentían, movían a sus simpatizantes para que abuchearan, para que interrumpieran e impidieran que alguien contrario a sus intereses se expresara libremente. Y cuando sabían que si se efectuaba una votación la mayoría, o una parte importante de los presentes iban a votar contra su propuesta, hacían todo lo posible para aplazar la votación. Para ello se enzarzaban en discusiones interminables, o hacían propuestas del tipo «vamos a votar si votamos», «vamos a votar cuántas propuestas se someten a votación», «vamos a votar qué propuesta se vota en primer lugar»… e innumerables estratagemas, con la intención de acabar saliéndose con la suya. Generalmente, tras reuniones maratonianas, eran muchos los que acababan abandonando el lugar de reunión, de tal manera que acababan siendo mayoría sus incondicionales. Entonces acababan proponiendo que se realizara la votación, a sabiendas de que conseguirían que se aprobara lo que ellos pretendían. Si no lo veían demasiado claro, forzaban las cosas hasta el extremo de aburrir, causar hartazgo… de manera que alguien acabara proponiendo que se reanudaría la «asamblea estudiantil» el día siguiente u otro cualquiera.
La misma estrategia era utilizada por los sindicatos «de clase» en las reuniones que organizaban, con la intención de arrastrar a los trabajadores a una huelga, o a una «jornada de movilización». También se conducían del mismo modo en las asambleas vecinales… y así han hecho siempre, salvo excepciones, de escrache en escrache, practicando el asedio, hasta conseguir que la gente acabe rindiéndose, mediante la violencia, la coacción, el hartazgo, o el aburrimiento.
En estos momentos España y los españoles están siendo asediados por parte de los oligarcas y caciques de los autodenominados partidos políticos más representativos: PP. PSOE, CIUDADANOS, PODEMOS. Los cuatro representantes del consenso socialdemócrata están practicando las misma formas, es por ello que hemos tenido dos elecciones generales en el último medio año y vamos camino de las terceras antes de que acabe 2016.
Los cuatro representantes del consenso socialdemócrata siguen enzarzados en debates interminables, a la manera de las asambleas de estudiantes que describía al principio y parece que pretendan espantar a la mayoría de la población, tras asediarlos, cercarlos, hasta aburrirlos, de tal manera que cuando esos españoles se acaben yendo a sus casas, cuando estén seguros de que la votación se incline hacia donde a ellos les conviene, volver a «celebrar» unas nuevas elecciones; y mientras tanto, erre que erre recurriendo al abucheo, al insulto, a la vejación, al mobbing, y cuanto consideren necesario (pues son expertos y se entrenan día a día en ello) hasta que la mayoría les dé la espalda y puedan mangonear a su gusto, sin tener que rendir cuentas a nadie.
Tal cual decía más arriba, un asedio implica cercar el objetivo que se pretende conquistar y el bloqueo de las líneas de abastecimiento, obviamente la intención es que los asediados acaben rindiéndose por hambre, por enfermedades, por sed, etc. ¿Tratan acaso de continuar el asedio hasta conseguir que nos rindamos debido al hambre, a la enfermedad, a la sed, a la falta de abastecimientos? ¿Seguirán sobornando mediante subvenciones diversas a parte de la población asediada, para que les acaben abriendo las puertas? ¿Cuál es su objetivo? ¿Se trata tal vez de asegurarse solamente «su sueldo»? Sueldo que cualquiera a estas alturas que esté medianamente informado, sabe sobradamente del erario público, que a su vez sale del bolsillo de los contribuyentes.
En medio de este totum revolutum somos muchos los que reclamamos que se nos deje expresarnos, exponer nuestros proyectos e ideas, sin ser abucheados, interrumpidos, boicoteados, sin ser criminalizados, o ninguneados… Claro que sospecho que, salvo que alguien, alguna «autoridad superior» recurra al procedimiento que proponía Joaquín Costa hace ya más de un siglo en su libro «Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla«, e imponga alguna forma de «cirugía de choque» (cirugía de hierro la llamaba Joaquín Costa) la actual situación se prolongará hasta el infinito, hasta que las «élites extractivas» que parasitan de nuestros impuestos lo sigan considerando necesario…
Tabla de contenido ocultarHoy más que nunca se hace más necesario que el Jefe del Estado intervenga e imponga un gobierno de concentración nacional que emprenda profundas reformas, corte por lo sano todo lo que tenga que ver con separatismos, regionalismos, cuestiones de orden público y recupere el estado unitario y desmantele el llamado «estado de las autonomías», ya que es la única forma de desposeer de todo poder y capacidad de influencia a los hasta ahora oligarcas y caciques, sean locales, regionales o nacionales.
Estamos hablando de que se aplique una cirugía que impida que tal como ocurre en la España actual, las personas más capaces y las mejor preparadas sean apartadas, pues como decía Joaquín Costa el régimen oligárquico-caciquil conduce a la «postergación sistemática, a eliminación de los elementos superiores de la sociedad, tan completa y absoluta, que el país ni siquiera sabe si existen;.. es el gobierno y dirección de los mejores por los peores; violación torpe de la ley natural, que mantiene lejos de la cabeza, a la elite intelectual y moral del país, sin la cual los grupos humanos no progresan, sino que se estancan, cuando no retroceden.
Decía también Joaquín Costa en su análisis de la España de hace más de un siglo (una España por desgracia demasiado parecida a la actual) que los oligarcas se agrupan en asociaciones o «bolsas de empleo» llamadas partidos políticos y hacen como que deliberan en las Cortes. En España más que Cortes y partidos políticos existe una caricatura de ambas cosas. Los grupos políticos no responden más que a intereses pasajeros y provisionales personales y particulares de grupos de interés (lobbys, o grupos de presión se denominan hoy) Por lo demás, el parlamento no representa a la nación. Las elecciones son organizadas por los que realmente gobiernan para obtener el resultado electoral apetecido…
España posee un régimen bastardo, de imposible clasificación.
Es por ello, J. Costa no condena el régimen parlamentario sino su corrupción oligárquica. En España, afirmaba, hay dos gobiernos: uno fantasmal: el sistema de monarquía parlamentaria, con constitución y elecciones y otro el real, efectivo y esencial que es el caciquismo oligárquico.
La situación descrita por Joaquín Costa no es una simple coincidencia, parece que hubiéramos retrocedido un siglo en alguna especie de máquina del tiempo a la España de la Restauración.
Hoy, como entonces, solo cabe – ¿O se les ocurre otro remedio?- que tal cual proponía Joaquín Costa, se lleve a cabo una política quirúrgica de urgencia, y esta política quirúrgica debe ser realizada por «un cirujano de hierro».
El cirujano de hierro debe conocer bien la anatomía del pueblo español, sentir por él una compasión infinita, tener buen pulso, poseer un valor de héroe, entrañas y coraje, sentir un ansia desesperada por tener una patria, debe ser capaz de indignarse por la injusticia. Debe ser una persona o un grupo de personas que lleven a cabo la regeneración de la patria.
«El cirujano de hierro debe ser un político ilustrado, culto, superior, que gobierna al pueblo para mejorarlo…»
Pese a que algunos hagan una lectura sesgada, -perversa incluso-, Joaquín Costa no proponía ninguna forma de dictadura, todo lo contrario, proponía entrar en un periodo constituyente, en una refundación/regeneración que acabe con los males, seculares, de España,
En definitiva, y plagiando nuevamente a Joaquín Costa, es necesario que nuestro actual rey, Felipe VI, «practique», que el jefe del Estado deje de ser un poder teórico, qué asuma la jefatura del Estado y se ponga al frente de la imprescindible regeneración-quirúrgica que España necesita con urgencia extrema; que emprenda acciones políticas libertadoras, pedagógicas y económicas para hacer de los españoles una nación moderna, digna sucesora de aquella que se labró, se construyó a fuerza de paciencia y de genio, a lo largo de los siglos.
Si la intervención del padre del actual rey, en los sucesos del 23 de febrero de 1981, se consideró proporcionada, necesaria, legítima, debido a la situación de «emergencia nacional»; hoy estoy convencido de que sería enormemente aplaudida y apoyada por la mayoría de la población española; sin duda alguna España necesita un «golpe de timón», un cambio de rumbo, sin complejos, frente al desbarajuste que sufre la nación española, caos de tal magnitud que cada día es más necesaria, urgentísima, una profunda –radical- respuesta democrática, una política regeneracionista, dejando a un lado insensateces, indecisiones o actitudes timoratas… Felipe VI debería actuar frente al desatino, al delirio constante en el que ha caído la política española y la amenaza a la que se enfrenta España como Nación, e incluso, posiblemente su Constitución como salvaguarda de los derechos y las libertades, y lo poco que aún queda del Estado de Derecho.
Felipe VI debería tomar las riendas y nombrar, previa disolución de las Cortes, un gobierno provisional, de «hombres sabios y buenos» (y «mujeres sabias y buenas» que haberlas también las hay) que ponga en marcha un plan de choque, para regenerar España, y que lo lleve a la práctica, sin aplazamientos, con seriedad y sin temores de clase alguna; un proyecto concreto y claro, y con visión de futuro y de durabilidad…
Sería imperdonable, que se siga apuntalando el sistema sin ir a la raíz de los problemas. Es imprescindible, inaplazable un plan de choque con valentía suficiente y la altura de miras que exigen los terribles momentos por los que actualmente atraviesa nuestra patria…la única esperanza que le queda a España es que un grupo de «hombres sabios y buenos», encabezado por Felipe VI desaloje de las instituciones a la pandilla de golfos que nos mal-gobiernan, y que conduzca a España a un periodo realmente constituyente, de ruptura con las formas caciquiles y oligárquicas como forma de gobierno, y acabemos finalmente homologándonos con los regímenes políticos más avanzados y las naciones más prósperas de nuestro entorno cultural, político, económico.