La pregunta con su simpleza plantea un problema que, cuanto menos, debe incitar al asombro. Si hay panaderos, dentistas y comerciantes de derechas (como de izquierdas, claro está), ¿por qué no puede haber artistas e intelectuales conservadores? ¿Se trata de una incompatibilidad genética, de una fatalidad sociológica, de una maldición histórica? Lo primero que hay que observar es que puede que haya artistas conservadores, pero lo son en su fuero interno, en su ámbito familiar y privado, sin que su ideología alcance proyección pública, sin que traten de crear un estado de opinión. El hecho es que cineastas, cantantes, escritores, artistas plásticos apoyen alegremente a la izquierda y hagan de este apoyo pública ostentación, que intenta influir con el prestigio y la proyección social. Y no sólo de forma personal, sino como una estructura organizada, con sus causes y sus resortes de poder, con sus recursos mediáticos.
Es curioso que los artistas rechacen a la derecha y, en general, al capitalismo burgués, cuando es precisamente en la democracia liberal donde se les hace más caso, se les considera su prestigio y, además, donde tienen el ambiente de tolerancia y libertad necesario para la creación. Algunos clásicos del pensamiento político han tratado de dilucidar esta cuestión, no del todo baladí. Cito algunos ejemplos.
El clásico Raymond Aron escribió «El opio del los intelectuales» en plena resaca de la guerra mundial (1955), tratando de dar explicación a la tendencia irresistible de la inteligencia occidental por el marxismo, de la que él tenía tan ilustres ejemplos en sus contemporáneos (Sartre, como modelo). ¿Cómo Sartre, Althusser y compañía podían ser ciegos a la terrible evidencia del totalitarismo soviético y su política expansionista? Sin duda ceguera tal era, para Aron, lo más parecido a una alucinación (el opio). Para Hayek la izquierda (el socialismo) intenta plasmar un esquema ideal en la sociedad; una idea que responde a una concepción previa de la justicia y la distribución de riqueza. La derecha se confía más en la espontaneidad social; recela de las recetas previas. Los intelectuales, cuya materia prima son las ideas, se sienten más a gusto en la planificación ideal de la izquierda que en la espontaneidad social de la derecha. El americano Robert Nozick en su ensayo «¿Por qué los intelectuales se oponen al capitalismo?» estudia este inquietante tema y llega, entre otras, a esta conclusión: los artistas son especialmente sensibles a que los demás les reconozcan sus méritos. La sociedad liberal no premia a cada cual «según su valía», sino con un criterio de oferta y demanda que, a los artistas, les parece escandalosamente injusto. Esto es, hay un fondo de resentimiento que es la conciencia de una superioridad no reconocida.