Cuando se le pregunta por la posibilidad de establecer islas de prosperidad, Ignacio Pérez Arriaga, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Comillas, recurre al ejemplo de la lucha contra el cambio climático: “Si el objetivo es reducir las emisiones globales, una Europa aislada solo controla el 20% del problema. Lo que importa es lo que hagan los demás”.
Pérez Arriaga forma parte de un grupo de expertos que asesoran a la Comisión Europea en la elaboración de una hoja de ruta energética para el período 2020-2050. En su opinión, no hay nada imposible en la idea de un planeta que cuente con un abastecimiento energético estable y dentro de los límites ecológicos. Pero eso exigirá un doble esfuerzo: el del ahorro y la eficiencia, y el de la transformación de nuestras fuentes de suministro en renovables “hasta hacerlas competitivas frente a unos combustibles contaminantes que serán cada vez más caros”.
Una de las claves es la desvinculación de los modelos de crecimiento económico del uso intensivo de recursos como el agua o la energía, garantizando una distribución más justa de las cuotas de consumo. El Panel Internacional de Recursos de Naciones Unidas mostró recientemente que, en promedio, un canadiense utiliza cuatro veces más recursos que un indio. Esta brecha en las huellas ecológicas está derivada, por ejemplo, de una dieta basada en el consumo habitual de carne, cuya producción exige 12 veces más agua que el trigo y genera 20 veces más emisiones de CO2.
Robert Bailey, investigador del think tank británico Chatham House, explicaba en términos similares los retos del sistema alimentario: “Las escaladas en los precios de los alimentos de 2008 y 2011 fueron llamadas de atención. No sé cuál puede ser el peor escenario, pero tengo la certeza de que en el futuro veremos shocks más graves. ¿Qué ocurriría si se produjese una sucesión rápida de eventos similares a los que ya hemos visto, como una ola de calor en Rusia o la alteración del monzón en Asia? ¿Qué ocurriría si los Gobiernos reaccionasen bloqueando las exportaciones y agravando la escalada de precios de alimentos, como ya hicieron en 2008? Podemos alimentar a un planeta de 9.000 millones de habitantes, pero va a requerir mucho más de lo que estamos haciendo ahora”.
Organizaciones internacionales como la FAO y Oxfam coinciden en la necesidad de reformar los mercados agroalimentarios si queremos evitar un futuro marcado por la volatilidad de los precios y la recurrencia de las hambrunas. Su estrategia está basada en la protección legal de recursos esenciales como la tierra, el fin de la competencia desleal de los países ricos y el apoyo a la agricultura familiar de las regiones más vulnerables, empezando por África subsahariana.
Pero no siempre es suficiente con más recursos y voluntad política. El incremento de la población nos obligará a enfrentarnos a problemas para los que no existen precedentes normativos o institucionales. La flexibilización de los regímenes migratorios, por ejemplo, exigirá lo que el Centro de Desarrollo de la OCDE ha denominado un “sistema emergente para la movilidad laboral internacional”. Un sistema nuevo, concebido para encontrar un equilibrio de riesgos y oportunidades entre los países de origen, los de destino y los propios emigrantes.
La respuesta al dilema migratorio exigirá combinar el cambio de actitudes individuales con la financiación, la iniciativa política y la imaginación de actores públicos y privados. Son las mismas variables que serán necesarias para establecer mercados energéticos y agroalimentarios más justos y sostenibles. El verdadero reto demográfico no es cuántos somos, sino cómo.
Gonzalo Fanjul
Experto en desarrollo