Cuando en la Semana Santa de 1982 viajé a Sabiñánigo para iniciar mi recorrido y estudio de las iglesias de Serrablo, deslumbrado por las restauraciones realizadas por la Asociación de Amigos de Serrablo, que creó e impulsó el hoy desaparecido Julio Gavín, no pude sino sumirme en un profundo estupor preguntándome cómo había sido posible que estas obras únicas en la historia del arte hubiesen estado olvidadas durante tantos siglos. Un año después, el Museo Arqueológico Nacional realizaría una espléndida exposición en Madrid que llevó a las páginas de los diarios de toda España estas singulares construcciones que, sin embargo, han vuelto a sumirse en la incuria del desconocimiento por los no aragoneses.
Conocía ya sobre el terreno la iglesia de Oliván, en cuyo atrio descansan mis orígenes, los Abarca y Oliván, a pocos metros de la Casa Chuan, ejemplo de casona altoaragonesa del XVII donde aún resisten; pero no así el resto de las iglesias como Busa, Otal, las dos de Gavín, Lárrede, Rasal, Orós Bajo, Satué, Ordovés, Lasiego, Isún y las dos habidas en Espierre, todas ellas ejemplo de la despreocupación que existió en nuestro país por nuestro patrimonio arquitectónico rural hasta tiempos recientes…
Fue en 1922 cuando Rafael Sánchez Ventura dio noticia de su existencia a la historia. La publicación de su estudio se demoraría, no obstante, hasta 1933, adelantándose José Galiáy en un año aunque no sin reconocer que el mérito se debía al profesor Sánchez Ventura. Sin embargo, desde su “descubrimiento” mismo surgió la controversia pues Galiáy ya dudaba (era 1932) entre asignarles un parentesco hispanovisigodo o mozárabe, dejando la respuesta en suspenso. Igualmente, Sánchez Ventura y Francisco Iñiguez en un artículo conjunto en 1933 veían en ellas un mozárabe mal realizado, modesto y arcaico, sin dejar de señalar su carácter localista y primitivismo autóctono.
A partir de ese momento las atribuciones a uno u otro estilo se sucedieron hasta que triunfaron las tesis mozarabistas, sin embargo existen tantas razones para apoyarlas como para lo contrario, de manera que no sería del todo errado hablar de un estilo constructivo autóctono. Pero veamos los rasgos causantes de la controversia.
Entre los mozárabes podemos señalar el uso de arco de herradura en las ventanas y puertas (aunque no siempre, pues también hay semicirculares); la utilización del alfiz (elemento no propiamente mozárabe pues algunos estudiosos como Camón Aznar lo suponen de origen premusulmán, y otros, de inspiración asturiana recordando los de Santa María de Bendones y San Tirso de Oviedo); el uso de un sillarejo sin labrar, tosco y pequeño; y, finalmente, la no occidentalización de la entrada (ausencia de fachada), prefiriendo situar ésta en los laterales de la fachada.
Por el contrario, son rasgos propiamente mozárabes que, sin embargo, no aparecen en Serrablo el modillón de rollo en los aleros; el ábside de herradura en el interior pero enrasado en el exterior (propio de las cabeceras mozárabes que aquí sólo aparece en San Urbez de Nocito, obra de estilo preserrablés más antigua que el resto y semicircular en el interior); el capitel corintio con cimacio escalonado y collarino sogueado; y el abovedamiento de cañón o de nervios que aquí se ve sustituido por un sistema de techumbre plana de madera sobre la que hay un tejado a dos aguas.
Frente a esto existe una gavilla de detalles estilísticos en Serrablo impropios de la arquitectura mozárabe; detalles que podemos clasificar en musulmanismos o carolingismos. Son de ascendencia musulmana las torres esbeltas con aberturas sólo en la parte más extrema, lo cual nos recuerda a los minaretes musulmanes; la incorporación de impostas nacelas al salmer en ciertos casos; el ajimez en las ventanas de herradura; la iconografía abstracta y geométrica; y la armonía de proporciones aún dentro de su rusticidad. El mismo Gómez Moreno supone incluso un origen andaluz para sus constructores, algo que comparte Gudiol Ricart. Son provenientes del arte carolingio el arco de medio punto, al ábside semicircular (que es el más común en Serrablo) y las arcuaciones murales ciegas del ábside, que llevaron a algunos a pensar en una relación con la arquitectura lombarda y que hoy son considerados como bizantinismos filtrados a través del arte carolingio. Es inclasificable el ancho friso de baquetones verticales sobre los arcos ciegos en el exterior de los ábsides, exclusivo de estas iglesias.
Defensores de la tesis mozarabista han sido Francisco Iñiguez, Sánchez Ventura, Camps Cazorla, A. Canellas, Durán Gudiol, René Crozet y Joaquín Yarza (con dudas). Señalan musulmanismos Durán Gudiol, René Crozet o Yarza, y algunos más.
Releyendo, tantos años después, el libro espléndido de Antonio Durán Gudiol Las Iglesias Mozárabes de Serrablo (un trabajo que debería conocer todo amante de la arquitectura y el arte, y que recomiendo), publicado si mal no recuerdo hacia 1976-77, me parece indudable que los maestros y albañiles que construyeron aquellas obras, no se sometían a estilística alguna: llegados del sur o del norte, de Al Andalus o de más allá de los Pirineos, levantaron hace más de mil años un estilo ecléctico e independiente que, como señalaba René Crozet, nuestra avidez clasificatoria y academicista se empeña en señalar como mozárabe. No estaría mal dejar un espacio para la duda razonable, pues nos encontramos con un arte modesto pero atípico; es posible incluso que autóctono, porque ¿acaso no nació Aragón ahí? No sería de extrañar que en aquel mundo aislado por las montañas, las guerras y las distancias naciera el primer arte aragonés.