Cultura

DRAGOLANDIA: Revolution

Así se llama una nueva revista, de grueso lomo y espléndida impresión, que no quiere revolucionar nada, porque las revoluciones restan, sino añadir, sumar, ilustrar, comentar, divertir y, sobre todo, tomar el pulso del tiempo, de nuestro tiempo, en el estricto sentido de la expresión, porque está íntegramente dedicada a la alta relojería. En la última página de su segundo número, que acaba de aparecer, y con el título de Reloj, no marques las horas, aparece una breve reflexión, salida de mi pluma, que voy a reproducir aquí. Es ésta:

«Quevedo decía que sólo lo fugitivo permanece y dura. Priestley hablaba de la herida del tiempo. Horacio, mucho antes, aconsejaba al lector de sus odas que aprovechase, a bocados, el momento. Carpe diem, hic et nunc (aquí y ahora), fugit tempus. Buda y Laotsé pensaban lo mismo. Omar Khayyam lo remachó en uno de sus rubaiyatas: “Hay dos días por los cuales mi corazón jamás ha languidecido… Ése que ya pasó, ése que no ha llegado todavía”. Folleu, folleu que el món s’acaba.

Al hombre occidental le angustia el tiempo; el oriental cree que no existe. Fue el judeocristianismo quien lo inventó: creación ex nihilo, Juicio Final. Con esos dos conceptos, que ninguna religión ―fuera de las tres del Libro― comparte, nació la idea de la Historia, de un tiempo lineal que avanza como una flecha desde el hágase la luz hasta la Segunda Venida, no se detiene, no retrocede, puede escandirse y medirse, tiene un antes, un durante y un después, y está, en consecuencia, sometido al tictac inexorable del reloj.

En Oriente, por el contrario, aseguran que el tiempo es circular, que todo se repite, que la historia es eterno retorno de ciclos que se encadenan y que las cosas del mundo no se suceden, sino que, simplemente, suceden. Es el illud tempus, el del érase una vez de las leyendas, las fábulas infantiles y las escrituras sagradas, el de la Edad de Oro, el de la serenidad apolínea y la ebriedad dionisíaca, el del nada importa nada de los cínicos, los estoicos y los epicúreos. En él no cabe la Caída ni, por lo tanto, el deterioro y la muerte. Es probable que el hombre feliz no tuviera camisa en la época de Las mil y una noches, pero es seguro que ahora no tiene reloj. Mi amigo Jodorowsky, de hecho, no lo tiene. Palabra. Y yo lo envidio. ¿Cómo se las apañará para no perder los aviones? Cuando se lo pregunto, sonríe. ¿Será que los pierde? Vive cada minuto de tu vida, aconsejan los chamanes, como si fuera el último, y así tu hora será siempre la de la verdad.

¿Relojes? En los del mundo antiguo, cuando lo eran de sol, había una frase inscrita: Omnia vulnerant, ultima necat (todas las horas hieren, la última mata). Esa certidumbre es, en definitiva, el mecanismo secreto que mueve las agujas del reloj. La inmortalidad se alcanza parándolas.»

Reflexionen, amigos.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.