Cultura

Educación para la ciudadanía

Miguel Ángel Perera

Torear doce toros de distintas ganaderías en el plazo de veintiséis horas y con cuatrocientos kilómetros por medio iba a ser una gesta, y lo fue. Perera sólo pudo estoquear a cinco de esos toros. Bastó con eso. Lo suyo, en la tarde gélida del viernes, pasará a la historia, a los romances de ciego que ya no existen y a las coplas de cordel que nadie canta.

Lo que sucedió ese día en el coso de Las Ventas exige una reflexión moral.

Esa misma mañana se había presentado en el Instituto de Cultura Francesa el libro de Francis Wolff Filosofía de las corridas de toros (Bellaterra). Su autor es catedrático de eso, de filosofía, en la Universidad de París. En su ensayo se analiza la evidencia de que en la tauromaquia, cuya belleza formal admiten incluso sus detractores, importa mucho más la ética que la estética.

La misma tesis había sostenido otro filósofo de altos vuelos, Víctor Gómez Pin, en su libro La escuela más sobria de vida. Tauromaquia como exigencia ética (Espasa).

Lo que vimos el viernes en Las Ventas fue la escenificación de lo que se había dicho por la mañana en la puesta de largo del libro de Wolff y, por supuesto, de lo que en esa obra se defiende y, a mi juicio, se demuestra.

Entresaco algunas líneas…

“Hay una ética torera que se distingue de la moral común. Sus principios se remontan a los de los grandes sabios de la Antigüedad, en particular los estoicos. La excelencia suprema para un torero consiste en ser torero, ocurra lo que ocurra. Se resume en una palabra: aguantar. O sea: no ceder frente al adversario ni la adversidad, frente al miedo, frente a la muerte, pero, sobre todo, hacerlo con desapego, lo más cerca del toro, lo más lejos de sí mismo. Aún acosado ―escribe Séneca―, aún zarandeado por la violencia de tu enemigo, resulta indigno ceder: mantén el puesto que te ha asignado la naturaleza. La ética de la plaza es una moral basada en la preeminencia de los mejores, la excepción, la generosidad, el don gratuito. Es la del combate de los héroes, de los príncipes conquistadores y de las princesas liberadas. Es la que hace soñar al niño que juega a los mosqueteros, no la que despierta al adulto que lee el periódico matutino. El héroe es el hombre excepcional que afronta la adversidad a solas o antes que los demás, el que hace lo que los otros no pueden hacer y por ello suscita su asombro y su admiración”.

¿Niños? ¡Ojalá hubiesen ido muchos el viernes a Las Ventas! La moral, cuando se imparte en público, pasa a ser pedagogía. Decoro, dignidad, firmeza, respeto, valentía, aguante, entrega, desprendimiento, elegancia, filantropía, hombría de bien, vigor, voluntad, excelencia, alma… O sea: ética. La única posible, la única deseable, la que todos ―taurinos y antitaurinos, laicos y creyentes, de izquierdas y de derechas― echamos en falta: la de los valores.

Eso es lo que vimos en la tarde heroica del viernes. No fue bello: fue sublime y, además, instructivo, aleccionador, edificante. Alta pedagogía, alta pererogía. El titular de esa cátedra impartió a veinticuatro mil personas en el aula del coso de Las Ventas una clase de Educación para la Ciudadanía.

De la de verdad, claro, no de la otra.

La femoral es el talón de Aquiles de los toreros. Cuando vi a Perera, llevándola herida, salir del albero por sí mismo, sin ayuda, pensé con los ojos vidriados por las lágrimas: ése es un hombre.

Que Dios nos lo guarde.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.