Cultura

Un paciente especial, el marqués de Sade

Estáticos, los cuerpos aparecen al lector dispuestos como en ciertas alegorías pictóricas del renacimiento: arracimados, entrelazados, montados unos sobre otros. Son renacentistas también, esas formas generosas, esos cabellos que se adivinan rubios y rizados, los ojos azules, las miradas fogosas. Y lo son también las columnas, el drapeado de las cortinas, el diseño de los muebles, y los escasos vestidos que a veces los personajes portan.

Empero, tras ese estatismo que se descubre al lector como decoración hecha de cartón piedra se percibe de pronto el ruido de lamidos frenéticos, interjecciones, maldiciones. Estertores más que aullidos de las bacantes alcanzando penosamente las cimas de un placer raquítico y elusivo.

Al falso frenesí carnal sigue la disquisición filosófica o moral, la exposición sobre la naturaleza o la ciencia. Es el momento en que la historia, las referencias a textos clásicos, reales e inventados: todo es utilizado, mezclado, tergiversado, poco importa, —se está haciendo literatura. Y al igual que antes, las lenguas, la saliva, las secreciones crapulosas, son ahora las ideas y las palabras las que se convierten en instrumento de placer. Un placer en el cual, finalmente, el lector participa, y con resultados menos magros que el físico. Bienvenidos, a la antecámara del universo sadiano.

Ni siquiera puedo llamarlo un descubrimiento, pues fue el Dr. Bleuler quien me advirtió esta mañana de su existencia: un cartapacio de piel labrada y lijosa color vino, con pequeños herrajes cubiertos de orín. Cubierta de una finísima capa de polvo que me hizo estornudar. Dentro, ordenados minuciosamente, facsímiles de los grabados de Philippe Chéry, han sido re -numerados a mano y deberían ser parte de una de las primeras ediciones de Juliette, probablemente la de 1797, impresa en Holanda y que según el catálogo electrónico de la Biblioteca Nacional Francesa llevaba el título serpentinesco de “Juliette, o las prosperidades del vicio, que sigue a La Nueva Justine, obra decorada con 60 grabados.

El interés del narrador sadiano es universalista y similar al de Google: sus personajes se entregan a sus desmesurados y rijosos placeres menos por el gozo que por un afán de catalogarlos y etiquetarlos. Su objetivo final es el mismo que el D’Alambert y Diderot: compilar una enciclopedia, con todas las variantes del exceso sexual, que ingenuamente, él llama libertinaje. Su vocación la misma que la de Linneo: establecer una taxonomía del crimen.

Minski —quien desgraciadamente no aparece en ninguno de los grabados— más que un personaje, es un fenómeno de la naturaleza, una especie de huracán Catherina. Tiene un miembro de 24 pulgadas con el cual goza y asesina al mismo tiempo. Utiliza en vez de muebles, cuerpos de jovenes desnudas sobre los cuales se hace servir ardientes banquetes. Sus postres preferidos son las defecaciones de sus victimas, las cuales son criadas y mantenidas tan sólo para calmar su siniestro ardor. Minski reúne el Eros y el Thanatos en sí: no puede eyacular sin matar. Cuando el monstruo descarga una maquina infernal se acciona y asesina de dieciséis maneras diferentes a otras tantas desdichadas.

Durante la comida le pido al Dr. Bleuler que me expliqué el origen de estos grabados: —Un paciente francés los tenía consigo. — ¿Son originales? le pregunto.
—Son grabados de finales del siglo XIX. Tendrían un valor bibliográfico si estuvieran integrados a alguna edición de la época. Pero como estampas sueltas no creo que tengan mucho valor. No podemos considerarlas siquiera propiedad del instituto, me advierte Bleuler, pues la familia del paciente podría aparecer un día de estos. Mi psiquiatra me cuenta otras historias que me dejan sorprendido y perplejo, parece ser que Xavier Sade —actual marqués y descendiente de Donatien Alphonse François— es muy amigo del director Maynard y que frecuentemente se visitan.

He pasado la tarde mirando los grabados y tratado de encontrar alguno de ellos publicado en la red y no lo he logrado. Finalmente y ha regañadientes he conseguido que Fritz me preste su móvil para hacerle una fotografía a uno de ellos, con un resultado más bien decepcionante.

Comparadas con las historias de padres que encierran a sus hijas en sótanos durante décadas, o las historias de redes de pedofilos que incluyen políticos y policías, es cierto que los excesos de Juliette parecen más bien refinados e intelectuales. Durante mi adolescencia Sade estuvo de moda: el bicentenario de su muerte, la publicación de las obras completas; en 1986, por Jean-Jaques Pauvert. Hoy en día, su interés no ha desaparecido, según Google hay más de un millón y medio de entradas en la red.

Mientras ordeno los grabados en la carpeta de cuero, pienso en su extraña carrera: veintisiete años en distintas cárceles y en un asilo de locos, manuscritos destruidos, libros secuestrados, y a pesar de todo, una voluntad inquebrantable de seguir escribiendo. Es esa la única obsesión que me gustaría conservar.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.