Cultura

Anverso y reverso

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Docenas de pasajeros hacen cola para facturar sus maletas en un aeropuerto español

O cara y cruz. La cara era Bangkok. La cruz me esperaba en España.

El viernes por la noche estaba aún en el aeropuerto de la capital de Thailandia. Es fantástico. Uno de los mayores de toda Asia y del resto del mundo. Funciona, pese a ello, a la perfección. Cientos de aviones despegan de él o en él aterrizan a diario con absoluta normalidad. Normalidad significa, entre otras cosas, puntualidad. Algo que las líneas aéreas de Europa, y no digamos las de España, son incapaces de conseguir.

Da rabia. ¿Por qué somos como somos? Los de aquí, digo. ¿Por qué todo funciona tan rematadamente mal, no sólo en Barajas, sino en el resto del país? ¿Por qué no podemos ser tan gentiles, corteses, delicados, eficaces y sonrientes como lo son allí? ¿Es tan difícil?

¡Qué lección la del aeropuerto de Bangkok! ¡Qué lección la de la Thai! Hablo de ella, porque ella es la que esta vez he utilizado. Seguiré haciéndolo en el futuro, y será muy pronto. A mediados de marzo llevaré a todos los míos, nietos incluidos, a Thailandia, a Camboya, a Laos… Iremos de aquí para allá, a la buena de Dios y de Buda, en tuktuks, en taxis, en trenes, en autobuses, como se pueda. Quiero que conozcan a fondo el lugar del mundo donde me gustaría vivir.

Acaso lo haga. Acaso me quede allí durante unos meses, como poco, cuando ellos emprendan por razones de fuerza mayor el viaje de regreso al lugar del mundo donde menos me gusta vivir.

Da rabia, decía, y estoy rabioso. Rabioso conmigo y con lo que me rodea. ¿Por qué he vuelto? ¿Qué pinto aquí?

En Laos, en Thailandia, en Camboya, en Vietnam, podría vivir a cuerpo de rey por cuatro perras. ¡Por mil euros, vaya, y me quedo largo! Si en vez de vivir como un rey lo hiciera como un hippy (es más agradable), con quinientos me bastaría.

Lo repito: ¿qué diablos hago aquí?

¡España! ¡Dios mío! ¡Qué pereza!

Volvamos al aeropuerto de Bangkok. Es un símbolo, una muestra de lo que en Thailandia se cuece. El súmmum de la perfección y de la organización. Todo funciona como una seda. Ese tejido, al fin y al cabo, es una de las cosas que mejor han sabido hacer siempre los orientales.

Elegancia, limpieza, precisión, imaginación y respeto al usuario. Tiendas de calidad por todas partes. El servicio es allí, efectivamente, servicio a quien lo paga, y no favor que éste hace a quien lo vende. Otro mundo. No hay colas, y cuando por lo que sea, sólo en hora punta, y no tanto al salir cuanto al llegar, se forma alguna, en pocos minutos se resuelve en un amén o, mejor, en un aum.

Pondré sólo un ejemplo. ¿Saben, la noche en que salí, cuántos mostradores de facturación de la Thai permanecían abiertos desde tres horas antes de la salida del avión para atender a un solo vuelo (el que iba a traerme a Madrid)? A un solo vuelo, digo. No se lo van a creer. Había veintiuno. ¡Veintiuno! Los conté con asombro y una pizca de envidia, de vergüenza (la de ser español) y de esa rabia que ya he mencionado un par de veces en lo que va de blog. Pensé en Barajas. Pensé en…

Mejor me callo. No personalicemos. Seguro que ustedes ya saben en qué pensaba.

Y así todo. Allí, la cara. Aquí, la cruz.

Anverso y reverso. ¿Qué tal si nos vemos en Thailandia?

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.