Cultura

Nacimiento de la Orden del Temple

“Pues, en verdad, yo os digo, si un día tuvieres fe en el tamaño de un grano de mostaza, le diríais a esta montaña ‘Pasa de aquí para allá’ y ella pasará. Nada os será imposible.”

Mateo. 17:20

Cuando tratamos acerca de la notable historia de los Templarios es necesario comprender la Edad Media en el siglo XI, en el tiempo de las Cruzadas.  El hombre medieval era esencialmente religioso y, en la Europa Occidental, un fiel servidor de Dios y de la Iglesia.  A pesar de hallarse bajo el dominio del Señor Feudal, ese hombre no se autodefinía como un inglés, francés o alemán, sino como cristiano, tan grande era el dominio universal de la fe.  Como aún no existían las naciones, tampoco podrían existir iglesias nacionales.  Para la Iglesia Romana, las Cruzadas representaron la expansión del cristianismo.  El combate al infiel musulmán y la reconquista de la Ciudad Santa de Jerusalén fueron incentivados por la Iglesia.  El Papa Urbano II se preocupaba por los ataques y las molestias a los cristianos que eran oprimidos cuando se dirigían a la Ciudad Santa.  Los exhortó, entonces, a que lucharan contra los enemigos de Cristo y prometió indulgencias para todos los que se empeñaran en esa causa.  El uso de la violencia incentivado por el Papa fue defendido por San Bernardo, abate de Clairvaux, que refutó las críticas de los clérigos ortodoxos, según las cuales el derramamiento de sangre estaba vedado a quienes desearan ingresar en la orden clerical.   He aquí su exhorto dirigido a los Caballeros del Templo:

“En verdad, los caballeros de Cristo traban las batallas para su Señor con seguridad, sin temor de haber pecado al matar al enemigo y sin temer al peligro de su propia muerte, por cuanto al causar la muerte, o al morir en nombre de Cristo, nada practican de criminal, sino que más bien se hacen merecedores de gloriosa recompensa.  ¡Siendo así, por Cristo!  Y entonces, se alcanzará a Cristo.  Aquel que en verdad provoca libremente la muerte de su enemigo como un acto de venganza halla más pronto consuelo en su condición de soldado de Cristo.  El soldado de Cristo mata con seguridad y muere aún con más seguridad.  ¡Sirve a sus propios intereses al morir y a los intereses de Cristo al matar!  ¡No es sin razón que empuña la espada!  Es un instrumento de Dios para el castigo de los malhechores y para la defensa del justo.  En verdad, cuando mata a un malhechor no comete un homicidio, sino un malicidio [sic] [1] y se le considera un verdugo legal nombrado por Cristo contra los malhechores.”[2]

Con esa doctrina, las célebres Cruzadas llegaron a ser apoyadas por todos los líderes máximos de la Iglesia, contra los infieles musulmanes.  En la Edad media existía una de valentía que venía directamente de órdenes religiosas como la de los Jom-Vikings,N. del T. cuya disciplina era mantenida a costa de mil pruebas.  Su mayor ambición era la muerte en combate.  Corroborando esa idea, la Iglesia trató de infundirla entre sus fieles.  Un guerrero cristiano debía ser piadoso, afable, solícito y preferir la muerte a la deshonra, porque ésta carecía de defensa propia.  Votos de castidad, bendición de armas y promesas de descanso eterno, en caso de que murieran en defensa de un ideal, eran algunas de las indulgencias concedidas al caballero cristiano.  El Papa Gregorio VII creó, incluso, un ejército papal llamado Militia Sancti Petri, con el objetivo de disputar una guerra santa.

Cuando, en 1099, los caballeros de las cruzadas reconquistaron Jerusalén -la Ciudad Santa por excelencia- así como otros lugares santos, en regiones del Medio Oriente, en una batalla sangrienta, en la que murieron setenta mil personas y que duró tres días, se recuperó la fe cristiana.  De acuerdo con el relato de un cronista musulmán, esa masacre tuvo lugar en la mezquita de al-Aqsa, en la que sus víctimas eran “imanes  (especie de directores de oraciones)  y estudiantes musulmanes, hombres devotos y ascetas que abandonaron sus tierras natales para vivir en Tierra Santa en piedad y reclusión.”[3] Desde entonces se iniciaron las conquistas religiosas, por medio de las armas, a lo largo de todo el Oriente.  Y eso sólo fue posible a causa del Papa Urbano II, mentor fundamental de esa estrategia, al solicitar la defensa intransigente de la ciudad de Jerusalén.  En el año 1100, Balduino I sucedió a su hermanoN. del T., convirtiéndose en rey y señor de la Ciudad Santa.  Se estaba siempre frente al peligro constante provocado por los musulmanes al promover nuevas guerras e invasiones a Jerusalén y ataques a los peregrinos que a ella se dirigían.  Una vez desestabilizado el sistema de recaudación de tributos, se resquebrajó todo el sistema de defensa existente.  El reino había tratado de liberarse del dominio musulmán durante cerca de cuatrocientos años pero, debido a todos esos factores negativos, el territorio nunca pudo considerarse totalmente cristiano.

Durante los años siguientes, varios conflictos irrumpieron en localidades que se mantuvieron en alerta permanente, para defender posesiones que, repentinamente, podían ser conquistadas por el enemigo.  Ni siquiera las fortalezas más imponentes pudieron resistir a las olas sucesivas de ejércitos sedientos de venganza.  Jerusalén estaba aislada, rodeada de territorios controlados por los moros y era objeto de codicia debido a su importancia como Ciudad Santa que, incluso bajo dominio musulmán, nunca dejó de ser el lugar preferido de peregrinación cristiana.  En ella, la Iglesia del Santo Sepulcro reportaba a los fieles a la resurrección de Cristo.  En 1118, ya bajo dominio cristiano, los caminos que daban acceso a los lugares de fe eran muy peligrosos, a causa de las emboscadas constantes practicadas por los más diversos tipos de malhechores, asaltantes y violadores que vivían en cuevas en las colinas de Judea y aguardaban el desembarque de los peregrinos en Jaifa o Cesarea.  Un de lugar de fe especialmente trillado por los peregrinos quedaba al Este de Jericó, en el río Jordán, donde muchos cristianos eran rebautizados en sus aguas.  Saqueadores sarracenos y bandoleros beduinos  practicaban actos criminales contra quienes peregrinaban entre la costa marítima y la ciudad.  Dichos hechos los comprueban documentos de la época que describían los caminos repletos de cuerpos humanos insepultos ya en estado avanzado de descomposición.  Surgió entonces un grupo de caballeros cristianos motivados, en principio, por la defensa de esos caminos.  El grupo se formó primeramente por tres grandes personalidades de Francia: Hugo de Champagne, Hugo de Payns y San Bernardo.  En 1114, el noble Hugo de Champagne, dueño de uno de los más valiosos conjuntos de propiedades inmobiliarias en Francia, se movió durante un breve período entre el Oriente y su tierra natal, en donde se topó con San Bernardo, un ferviente seguidor de San Agustín de Hipona, cuya doctrina justificaba el uso de la violencia, cuando se practicaba en legítima defensa.  Esa doctrina fue absorbida por el pensamiento papal a fin de que los peregrinos también estuviesen armados y en condiciones de defenderse de los sarracenos.  San Bernardo era un clérigo de capacidad intelectual envidiable y tenía un profundo sentimiento religioso, superando a sus pares con esos méritos.  Hugo de Champagne mantuvo con él diálogos tan esclarecedores y transcendentes, que los estudiosos no dudaron en afirmar que ambos establecieron los fundamentos del regimiento de la futura orden.  Antes de abandonar Europa, Hugo de Champagne le ofreció la Abadía de Clairvaux a San Bernardo.

Ya en el oriente, Hugo de Payns, vasallo de Hugo de Champagne, surgió como el último vértice del triángulo fundamental en los prolegómenos de la constitución de la orden religiosa.  Hugo de Payns con el poder y el apoyo de su señor también se hizo amigo de San Bernardo y profundo conocedor de su doctrina y obra, que le causaron un hondo sentimiento religioso y un repudio a los crímenes cometidos contra los peregrinos.  En 1118, junto con Godofredo de Saint-Omer, otro valioso caballero, resolvieron fundar una orden religiosa y militar conocida como Pauperes Commilitiones Christi Templique Salomonis,  o sea “Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón” y pasaron a ser llamados sucesivamente de “Los pobres Soldados de Jesús Cristo y del Templo de Salomón”, “Los Caballeros del Templo de Salomón”, “Los Caballeros del Templo”, “Los Templarios”, y finalmente “El Templo”.  Adoptaron el lema Non Nobis, Domine, non nobis sed nomini tuo da gloriam, “No para nosotros, Señor, no para nosotros la gloria, sino sólo en tu nombre”

Algunos meses después, se unieron a ellos otros caballeros, que vinieron a integrar el grupo inicial,: Geoffroy Bisot, Payen de Montdidier, Archambaud de Saint-Aignan, André de Montbard (tío de San Bernardo), Gondemar y Jacques de Rossal.  Este pequeño grupo fue acogido por Balduino I en uno de los cuartos más modestos del Templum Salomonis (Templo de Salomón), en Jerusalén, y tuvo, inicialmente, como objetivo la protección de los peregrinos y como votos iniciales la pobreza, la castidad y la obediencia.  Cuando un tiempo después, el rey Balduino I abandonó el Templo de Salomón, no se eximió de ofrecer la totalidad de las instalaciones a aquella orden religiosa y militar, derivando de ahí el nombre por el cual pasó a ser comúnmente conocida: Orden del Templo.  Compuesta por nobles caballeros dispuestos a defender la fe cristiana con la propia vida, para ellos la fe inquebrantable en Dios y su disposición a defenderla hasta utilizando la violencia, no causaba ningún trauma a su conciencia, ninguna contradicción que los disuadiera de ese intento, a pesar de que la exhortación de Jesús Cristo fuera ofrecer la otra mejilla, fundamento cristiano pregonado por la Iglesia primitiva.  Sin embargo, era preciso considerar el momento histórico de la época, cuando había una necesidad imperiosa de defensa de la Iglesia ante una fe musulmana siempre basada en la fuerza.  En esos caballeros estaba infundida la idea de que matar en nombre de Dios era justificable y de que morir por él, santificable.

Dos años después, en 1120, el rey de Jerusalén elaboró una nueva forma para combatir la amenaza musulmana, o sea, por primera vez la ciudad de Jerusalén sería protegida por la construcción de una enorme una muralla para fortalecer su defensa.  Medidas arancelarias en relación a los alimentos también fueron tomadas, dejándolos libres de cualquier tasa con el objetivo de poblarla por los cristianos.  Tornarla más atrayente era el objetivo y la presencia de la Orden del Templo era el medio de alcanzarlo.  No obstante, no se logró el éxito con esas medidas, pues tanto la presencia de los caballeros Templarios como las políticas adoptadas fueron ineficaces.

Ante estos hechos y viendo que los años pasaban sin cambios en el rumbo de los acontecimientos, el Maestro de la Orden, Hugo de Payns, decidió viajar a occidente en 1126 a reclutar caballeros europeos.  En sus viajes, y aprovechando algunos contactos establecidos por San Bernardo, obtuvo Hugo resultados alentadores.  Los cronistas, no sin exageración, anunciaron que lograría más adeptos que el Papa Urbano II en la Primera Cruzada.  Documentos públicos revelan que muchos nobles vendieron sus bienes u obtuvieron préstamos para participar en la Cruzada.  En una carta dirigida a los caballeros Templarios para darles ánimos, Hugo les habló de una suerte de renacimiento de la Orden mediante la repetición del mensaje principal, es decir, de la idea de ser monjes-guerreros inspirados por las Sagradas Escrituras

Gracias al apoyo de San Bernardo, en enero de 1128 se reunió el Concilio de Troyes con el objetivo de analizar las pretensiones de Hugo de Payns y de André de Montbard.  Entre los miembros del Concilio, se encontraban Bernardo, el abate de Clairvaux, el Nuncio del papa y los arzobispos de Reims y Sens.  Fue precisamente por la decisión de esas personalidades de la Iglesia que, por orden del papa Honorio y de Esteban, Patriarca de Jerusalén, fue creada una norma como directriz de actuación para la Orden, en la que se les atribuyó el hábito blanco.  Ese fue el mejor apoyo que la Orden podría recibir en la Edad Media, porque dejó de ser una organización clandestina para ganar notoriedad y reconocimiento de la Iglesia Católica.


[1] Según San Bernardo, en su Tratado De laude novae militiae. (Como loa a  la nueva orden de caballería)

[2] Cf. Peter Partner, O assassinato dos magos: os Templários e seu mito. Traducción de Waltensir Dutra. Rio de Janeiro: Campus, 1991.

N. del T. Para saber más acerca de los Joms Vikings, se recomienda el libro de Lee M. Hollander y Malcolm Thurgold titulado The Saga of the Jóms Víkings, University of Texas Press.

[3] Ricardo da Costa. A mentalidade de cruzada em Portugal. [on line] Disponble en Internet via WWW. URL: http://www.ricardocosta.com./artigos.htm. Arquivo consultado em 07 de fevereiro de 2001. Extracto traducido por el autor de Arab Historians of the crusades. Gabrieli, Francesco (sel.). London: Routledge & Kegan Paul, 1984.

N. del T. Fueron varios los reyes de Jerusalén con el mismo nombre:  Balduino I murió en 1118, Balduino II en 1131, Balduino III en 1162, Balduino IV en 1185, y Balduino V en 1186.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.