Cultura

En la calle

Una de las cosas que llama poderosamente la atención del que visita algunos pueblos andaluces (mediterráneos, en general) por primera vez, es la animación, el bullicio vital que habita en sus calles, sobre todo en el centro. No es éste un rasgo casual ni secundario, sino algo que nos define y dice de nuestra forma de vivir y mirar la vida.


El  hombre del sur tiene un modo especial de relacionarse con el espacio público. De entrada, no establece una línea tajante que separe lo público y lo privado. Sale a la calle y, de alguna manera, sigue estando en casa. Se mueve con la seguridad y la familiaridad de quien atraviesa el pasillo de su vivienda. En contraste, en su propio ámbito privado, tiene un sentido de la abertura y la hospitalidad, que hace que la casa sea una especie de extensión de la calle. Así se explica, por ejemplo, el patio andaluz, espacio que, al mismo tiempo, es interior y exterior. O esa costumbre, todavía viva en algunos lugares, sobre todo en las zonas donde el tráfico lo permite, de sentarse en las puertas de las casas, que es una forma de estar dentro y fuera, de asistir a la vida de los demás, pero hacerlo desde un lugar propio, confortable, de alguna forma íntimo.


Hay otro rasgo de esta cultura del espacio: lo que yo llamaría un “sentido teatral” de la vida. Julián Marías, en su libro “Nuestra Andalucía” observa como en las pequeñas plazas andaluzas, a diferencia que en las plazas mayores de Castilla, cada uno es, a un tiempo, actor y espectador. Se participa de la vida al tiempo que se la observa como un espectáculo intenso e interesante. De alguna forma se está actuando; así surge ese cuidado del gesto, esa pretensión de “quedar bien”, esa elegancia que puede ser un poco amanerada y teatral tan propia del andaluz.

En todo esto, en el sencillo gesto de sentarse a la puerta de la casa, de usar el espacio público para la charla, en la observación interesada y un poco asombrada de los demás; en este estar en la calle como en la casa propia, en la forma de “actuar” ante los demás; en el fondo de todos estos usos hay una forma especial de concebir el hombre y las cosas. Una refinada concepción del mundo al que se considera como un “espectáculo” incesante y vario que, por debajo de la monotonía y lo consabido, esconde siempre el tesoro de lo increíble y asombroso.


¿Debemos perder estos usos en aras de una todopoderosa modernidad que todo lo iguala y asimila? Pienso que no. Aunque llevemos un móvil (símbolo de la inevitable tecnología), guardemos como un tesoro esta visión tan mediterránea que se resume (de nuevo tomo palabras de Marías) en esta corta y equívoca expresión: vale la pena.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.