Cultura

Semana Santa

Ya está otra vez aquí el desfile de la estantigua, el gaudeamus de réquiem, el heavy metal del gorigori, la pasarela de la superstición. ¿Quién inventó la matraca de que todas las creencias son respetables? Es más cierto lo contrario: ninguna, por ser creencia, fruto ciego de la fe, y no idea generada por el uso de la razón ni hecho verificado y analizado por ésta, merece respeto alguno. Hace un par de meses me tomaba yo a chacota en esta misma columna la guerra de los autobuses entablada a mayor gloria de la estupidez humana por quienes creen que Dios existe y quienes niegan su existencia. Al día siguiente publicó este periódico la carta de un lector que me acusaba de haber faltado al respeto que toda religión merece y me exigía rectificación. ¡Exigir! ¡Qué palabra tan española! Pues bien: expañol yo, a mucha honra, no sólo no voy a hacerlo, rectificar, sino que voy a ratificar lo dicho, y así santificaré in nómine de la diosa Razón la semanita que nos espera. Defender la existencia o la inexistencia de Dios es tontuna, en ambos casos, porque no cabe demostrar con ideas o con hechos ni lo uno ni lo otro. De tontos, en efecto, es calentarse la cabeza tratando de resolver ecuaciones cuya incógnita sólo despejará la Parca. No veo, por lo tanto, razón alguna para respetar al creyente, ni al ateo, ni al agnóstico. Tampoco a éste, porque agnóstico es sinónimo de necio, de ignorante, y eso es el que no sabe. Gnóstico, en cambio, es quien intenta saber, consígalo o no, y a ése sí que lo respeto, y gnósticos, en consecuencia, son quienes se hacen cruces no cristianas esforzándose por entender, sin conseguirlo, la asombrosa conducta de los individuos supuestamente racionales que en el año nono del vigesimoprimer siglo después del alumbramiento de un niño cuyo nacimiento jamás ha sido demostrado aún creen, entre otras muchas bobadas, que la partenogénesis de los mamíferos es posible y que éstos pueden convertir el agua en vino, devolver la vida a los difuntos y resucitar ellos mismos para ascender al Paraíso y descender luego a una oblea atendiendo a las indicaciones de un chamán que recita mantras y desaconseja el uso de preservativos en los años del amor después del sida. Obvio es añadir que todo lo dicho vale para cualquier otra superstición de cualquier otro credo. De gentes así, decía con retintín Aldous Huxley al final de Contrapunto, es el Reino de los Cielos. ¿Y si fuera el del infierno asignado por Dante a los ilusos?

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.