Cultura

El cuarto de estar

Soledad...

Aquella noche Candela Eloy prometió que no volvería a marcharse durante tanto tiempo. Extrañar su casa, a su gente, el olor del detergente que siempre compraba, los interruptores de la luz, a su gata Mischa… Muchos eran los motivos por los que decidió abandonarse al sueño profundo del sofá cama y al duermevela de la habitación escondida en la sala de estar. Era su particular vicio, le encantaba despertarse con los últimos anuncios de la ruidosa teletienda o bajo el amparo de algún documental desfasado de esos que se emiten cuando no hay nadie al otro lado de la pantalla.

Mischa siguió sus movimientos lentamente, como si se hubieran separado dos milenios. Era una perfecta compañera de piso, a pesar de que la primera vez que Candela la vio casi sale corriendo gracias a dos importantes arañazos sanguinolentos que le regaló para su brazo. Sus potentes ojos verdes, que contrastaban solemnemente con la pulcra oscuridad del pelo, solo se cerraron un minuto después de que Candela dejara caer el mando de la televisión al suelo, presa del sueño freudiano más ensordecedor.

Candela todavía tenía por delante una semana antes de pisar la oficina de nuevo. Hasta hacía unos años, optaba por deprimirse antes de tiempo. Ahora ya no: solo se limitaba a vivir el día, el minuto, el momento antes de esperar a dar el siguiente paso. La separación provocó que esta vez su única acompañante fuera la soledad, así que durante aquellas horas que pasó dormida entre cojines tuvo tiempo de rememorar los fogonazos de los días. Volvió a casa con las pilas cargadas, pero su retina había traído más fotogramas de los que podría imaginar. Soñó con aquella tarde de pies descalzos, sentada al filo del acantilado; con esos horizontes bañados por la luz y la penumbra; soñó con el volar de los pájaros a ras de la repisa de su ventana, con los gritos de los niños sumidos por el frío de la montaña y con el verdor del reflejo en el cristal…

Tuvo momentos de desamparo, de diversión, de soledad chirriante y murmullo callado. Aquel sueño, del que despertaría gracias a los sonidos de su televisor a altas horas de la madrugada, fue su última oportunidad para despedirse del entorno que le devolvió la paz requerida y la conversación consigo misma. Al despertar, fue más fácil. Mischa la miró con aquellos ojos y se tumbó boca arriba suplicando la caricia. Y Candela entendió que no estaba sola.

(Foto: blog Letras sueltas)

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.