Cultura

Eleonora

180px-billie_holiday_1917Le gustaba la actriz Billie Dove, de ella se copió el nombre. No le gustaba el abuso, pero fue una de sus víctimas a partir de los diez años.

Algún funcionario gubernamental le adjudicó un padre de apellido DeViese; a ella no le gustó y prefirió llamarse Holiday, como Clarence, el hombre que mayor probabilidad tenía de haberla engendrado. Durante un tiempo se distanció del hombre y del nombre y se puso Halliday, pero eventualmente volvió al original. Ese le encantaba.
Otra cosa que le gustaba era el corazón. Desde el burdel hasta la prisión, lo entregó sin miramientos. Tampoco tuvo miramientos para entregar su garganta porque se dio cuenta de que su voz arrancaba lágrimas a la gente; asi que comenzó a cantarle, al principio por propinas.

Ella y su corazón fueron a dar al Pod’s and Jerry’s, un club de jazz de Harlem por donde quien no caía, resbalaba. Eleonora, ahora Billie Holiday, se enamoró del sonido de su voz reverberando por los rincones del club cuando cantaba, sobre todo cuando improvisaba la línea melódica para darle gusto a sus emociones. Lester Young, el saxofonista, la acompañaba casi siempre; la conocía de toda la vida. Él le dio su apodo: Lady Day. Ella le llamaba Prez.

También le gustaba la canción Strange Fruit, que hablaba de linchamiento y de racismo. “No la entendían”, se lamentaba. “Me pedían que cantara esa canción sexy sobre gente que se balanceaba…” Veinte años seguidos cantó esa canción, porque le recordaba la muerte de su padre.

La Billie comenzó a desaparecer en el aire a partir de los años 40, porque consumía drogas y mucho alcohol; entonces el cine hizo que reapareciera de cuerpo entero. La dirigió Arthur Lubin y cantó con Louis Armstrong en New Orleáns en un drama musical. 
Esa parte de su vida le quedó gustando a medias.

Había vivido ya un buen trecho y estaba grandecita, pero todavía detestaba estar sola y perder la noche, por eso se casó con Jimmy Monroe y le puso los cuernos con el trompetista Joe Guy, su proveedor de drogas. Se divorció, dejó a su amante y fue presa, en ese orden. Ocho meses en una correccional de West Virginia mereció que le revocaran su carnet de cantante de cabaret de Nueva York. No volvió a pisar un club para pararse delante de un micrófono. Seguramente le hubiera gustado cantar más, pero bebía mucho, se drogaba mucho y aceptaba a su lado a muchos hombres abusivos. El último fue un mafioso, pero antes de él estuvo Orson Welles. Por ahí, con la luna llena de celestina, muy à la Hollywood como a él le gustaba, la conquistó un poquito.

Billie no amó hasta morir, pero quiso cantar hasta su último día. En 1956, esa negra segregada de nombre Eleonora y apodo de vacación entonó Fine and Mellow en el Carnegie Hall. Le gustó que la aplaudieran desde todas las butacas ocupadas. Tres años más tarde, primero la llevaron al hospital, para tratar su hígado y su corazón; después, la mantuvieron bajo arresto domiciliario por posesión de drogas. La policía la escoltó hasta el final, ese 17 de julio en el que se murió, con setenta centavos en el banco y 750 dólares en su bolsillo, todo lo que le quedaba de una vida de surcos de vinilo y micrófonos de cabaret.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.