Cultura

La piel gruesa. Raúl Portero. Egales. 2009.

 

            “Estoy harto de historias universales, edulcoradas, empalagosas. También estoy harto de tener que estar justificándome siempre, de tener que probar a los demás que soy mucho más que un marica, de tener que hacerme valer el doble para que no se me juzgue según mi sexualidad. Pero me he dicho que ya basta”. Página 15.

            “-Tú también creíste la promesa que nos hicieron cuando nos aseguraron que tener un cuerpazo nos haría felices, pero ya va siendo hora de que asumamos el engaño. Continuaremos sintiéndonos frustrados, sometidos, solos y, lo peor de todo, seguiremos deseando un poco de suerte”. Página 75.

            “Quieren que no estemos contentos con nuestro cuerpo, que no podamos cumplir nuestros sueños. Me llamo Aarón y he sido la moneda de cambio con que mis padres garantizaron su pensión de jubilación. He crecido teniendo que ser mejor que ellos, aprendiendo un discurso lleno de incomprensión. No deberíamos creernos que somos unos aprovechados por no irnos de casa de nuestros padres antes de los treinta ni que no valemos una mierda si estudiamos una carrera y acabamos en un trabajo de mierda, no deberíamos creernos que nuestro cuerpo refleja lo que somos por dentro y que la sexualidad es sólo sexo: es también una forma de ver la vida”.Página 115.

Raúl Portero saltó (y nunca mejor dicho) a las librerías de la mano del IV Premio Terenci Moix con una novela corta e intensa que nos enfrentaba a la muerte y al deterioro físico del ser que amamos: La vida que soñamos sorprendió a muchos con su final y su normalización de la pareja homosexual, descrita con bastante costumbrismo contemporáneo con frase corta y directa. La estructura, espejo roto y recompuesto de aquella manera que los reflejos hablan ahora del presente y después del pasado para retornar al momento actual fue también una apuesta arriesgada. Hablamos de ello en el 2009. Este nuevo año queremos estrenarnos con su nueva obra: La piel gruesa. En ella el autor vuelve a dar un salto para arriesgarse a criticar la sociedad que nos creó y la manera que hemos tenido de doblegarnos, de tragárnoslas dobladas porque es lo que se esperaba de nosotros, enarbolando el discurso demoledor que muchos mileuristas hacen sobre sistema que han generado nuestros padres, siguiendo el camino abierto por los dos ensayos de Espido Freire sobre esta generación.

            Con un cierto tono documental, el protagonista de la obra reflexiona en voz alta ayudado por los diálogos con amigos y medio-novios que le dan pie a exponer su opinión sobre la responsabilidad de una sociedad que nos culpabiliza por ser como somos, pero nos aboca a seguir precisamente ese camino. Hay una especie de justificación de la sociedad gay en su promiscuidad, en su tendencia al alcohol e incluso las drogas. ¿Es esta la auténtica juventud gay? Puede que sea un sector muy representativo, lo cual sería preocupante, pero desde luego no es la única y por eso el ensayo novelado, que habría sido muy preciso quizá hace cinco años, se diluye actualmente en la actualidad en otra serie de problemas creados por la crisis y las nuevas angustias existenciales que apenas se rozan en la obra.

            Donde el autor acierta plenamente, según nuestro punto de vista, es la exposición de las continuas contradicciones humanas de los habitantes del Occidente mundial. La vacuidad de la existencia, la falta de solidez, la escasez de valor para enfrentarnos al grupo y crecer solos, la falta de honestidad para con uno mismo y con los demás, desembocan en una vida que resulta más bien una mera vegetación a impulsos: no hay auténticos objetivos definidos más allá de satisfacer deseos más o menos efímeros: tener un cuerpo fibrado (y por ese motivo ir al gimnasio) y no dedicar tiempo a la cocina o darle caprichos continuos al paladar (y comer mal, por lo que ese cuerpo fibrado se resiente); querer tener relaciones sexuales de fácil y rápida consecución (y por eso visitar cuartos oscuros y parques) o darle al espíritu el intento por compartir la vida con alguien con quien poder mirar hacia un futuro conjunto (y por eso buscar parejas aunque éstas no tengan mucho sentido); etcétera.

            Con una extensión muy reducida, en apenas ciento veinte páginas Raúl Portero nos lleva a la vida de cierto sector de la juventud barcelonesa contemporánea, como podrían llevarnos las cámaras de algún programa documental/informativo, para quejarse de los condicionamientos y los egoísmos de una generación anterior que no nos hizo a su imagen y semejanza sino como ellos necesitaban que fuéramos para que pudieran seguir disfrutando del mundo que crearon para sí mismos. Si bien esto sigue la línea del primero de los ensayos sobre los mileuristas que hiciera la premiada Espido Freire también parecen faltar ciertas otras reflexiones del segundo y una mirada crítica que admita la carencia de fuerza para luchar contra las adversidades y cuánto ha jugado en nuestra contra ser una generación que lo tuvo casi todo durante la infancia y adolescencia sin tener que luchar por ello por lo que está desconcertada cuando se le exigen sacrificios para conseguir cosas una vez que llega a la edad adulta.

            Al igual que sucedió con la primera obra no satisfará a muchos homosexuales, incómodos con la fotografía que toma de ellos o descontentos porque le haga el juego a los heterosexuales juzgando algo reprobable determinadas conductas que han arraigado en el colectivo; y tampoco a aquellos que, independientemente de su orientación sexual, han “creado” o colaborado a crear la sociedad que critica. Pero desde luego es preciso reconocer que, por eso mismo, la obra tiene esencia para generar debate, y un debate interesante.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.