Cultura

A la manera de Russell

George Russell

Una enfermera y un cocinero de la B&O Railroad lo adoptaron, bautizándolo George y apellidándolo Russell.
Como le gustaba el ritmo, cuando era chico tocaba la batería con los niños exploradores. Luego, ya en la Wilberforce University, su nombre llegó para alargar la lista de los Collegians que ya contaba con gente como el Hawk, Benny Carter, Fletcher Henderson, Ben Webster, Cootie Williams y Ernie Wilkins.
Decir que aprendió armonía porque tuvo tuberculosis sonará raro pero, pensándolo bien, ¿qué más podía hacer durante los seis meses de su estadía en el hospital? Aprender lo que los demás pacientes pudieran enseñarle.
Curado y ansioso, le vendió un bolo a Benny Carter y se fue a tocar con él, pero lo reemplazaron por un batero amigo, Max Roach. Cuando Russell escuchó cómo el Roach se mataba con la batería, colgó los palos de una, se mudó a Nueva York y frecuentó el sótano del piso de Gil Evans, donde se dejaban caer Gerry Mulligan, el mismo Roach, Miles, Carisi y, de cuando en cuando, el Bird.
Un día el Russell escribió Cubano Be/Cubano Bop para el Edward K. En el ’47, el tema se estrenó en el Carnegie Hall y se puede recontra afirmar que no hay otra gran fusión de jazz y ritmos afro-cubanos que esa, la primera de primeras. Hasta ahí todo bien, pero su curiosidad musical era más grande que él mismo, así que un día le preguntó al Miles hacia dónde apuntaba musicalmente. La respuesta fue: “quiero aprender todos los cambios”. Como el Miles se los sabía todos, el tío George supuso que lo que en realidad quería decir era que quería aprender una nueva manera de relacionarse con los acordes.

El libro del primer gran teórico del jazz

Allí empezó su cruzada. En vista de que sus pulmones le obligaban a hospitalizarse como mínimo dieciséis meses por vez, empezó a desarrollar su Concepto Lidiano Cromático de Organización Tonal. Terminado el trabajo, lo publicó en el ’53. Inmediatamente se ganó el crédito de ser la punta de lanza de la música —no sólo del jazz— modal.
Consideremos ésta entonces, la circunstancia clave que generó el álbum de jazz más hermoso de toda la historia: Kind of Blue. Cuando Miles Davis llevó a sus músicos a la primera de las dos sesiones de grabación en marzo del ’59, el concepto de George Russell se introdujo en las ejecuciones y hasta en el aire que respiraba cada uno de los intérpretes. El jazz modal no era nuevo, porque George ya lo había lanzado hacia afuera para que Miles, Bill, el Trane, el Julian, Cobb y el Chambers lo atraparan al vuelo y se lo devolvieran al mundo entero en partes iguales.
 Había que estar abierto a todo para explotar esa primera teoría que te espetaba la relación vertical entre acordes y escalas; había que acomodar las neuronas para pensar otras cosas y ver la diferencia casi dramática de semejante escenario musical, donde los tonos, escalas, acordes y modos resuenan dentro del Principio de gravedad tonal. Había que sacarse de encima los fundamentos teóricos de la música occidental y largar cualquier preconcepto.
Con cinco tipos de genialidad única, que se concentraron en quitarse estrecheces intelectuales y emocionales, el Concepto Lidiano halló su nicho perfecto y justo. Los jazzmen de Kind of Blue mostraron una posición receptiva todo el tiempo, porque buscaban algo genuino para sí mismos en un mundo donde la mayor parte de la música se halla a años luz de distancia de lo que conocemos como innovación y excelencia. Ellos traían unas ganas musicales que les brotaban de la entraña; eso, unido a la primera y única teoría original del jazz, provocaron esa explosión tan fresca, tan vital que hasta duele y la bautizaron Kind of Blue.
¿Y si agradecemos a los hados también por el George Russell?

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.