Cultura

Lo verdadero es un momento de lo falso. Lucía Etxebarria. Santillana Ediciones 2010 (Suma de letras).

“Ella sentía el discurrir de sus dedos en cosquilleos como aleteos de mariposa, espasmos fugaces, escalofríos. Todo transcurría en un raro silencio, denso y casi palpable como gelatina, arrobador y místico, tembloroso, punteado por ruidos extraños –quizá el galope de las ratas sobre los altos techos, o el trabajo de las termitas en la mampostería, o el crujido de alguna tabla centenaria- y por su propios jadeos”. Pág. 105.

“Se expresaba con autoridad incuestionable. Cada frase que Leonardo articulaba parecía impresa en mayúsculas, portadora de una verdad absoluta, fonada con una voz pausada y clara que se ocupaba en exclusiva de cosas unívocas […] y una entonación de persona sensata y cuerda que merodeaba con arrogancia por los linderos de la omnipotencia. Dejaba caer nombres de grandes escritores y citaba frases o versos como si hubiera conocido personalmente a los autores porque, aunque Leonardo no había escrito una novela en su vida, parecía haberlas leído todas”. Páginas 210-211.

Con esta novela habría quien diría que la autora consigue dar un paso adelante, una maduración serena quizá buscada desde Un milagro en equilibrio o De todo lo visible y lo invisible que se materializa con éxito en las presentes páginas. En ellas se combinan, de forma proporcionada, el estilo fresco sin complejos, los temas que han ocupado siempre a Etxebarría, la estructura compleja y trabajada pero que no dificulta la lectura ni la comprensión (rasgo que ya destacó en Amor, curiosidad, prozac y dudas), la formación en psicología y la capacidad para generar ficciones muy próximas a la realidad, hasta el punto de conseguir que el lector dude de lo que no existe y se sienta tentado de buscar en Internet grupos musicales, joyerías o personajes. Efecto que se intensifica con la mención de series televisivas que se emiten actualmente, por ejemplo.

Desde aquel ¡Aguanta esto! La historia de Kurt y Courtney, Lucía Etxebarría ha conseguido el éxito de público y crítica, el escándalo, y, sobre todo, la formación de un universo de temas que la convierten en una escritora de raza, rodeada de una serie de planetas (sus obsesiones o preferencias) que ordena ya a su antojo generando mundos a veces parecidos –al fin y al cabo los elementos no son tan diferentes- pero suficientemente distintos en su orden o combinación como para que se aprecie en ellos un desarrollo hacia otros estados.

Sus ensayos: Ya no sufro por amor, La letra futura, La Eva futura, e incluso yo diría que En brazos de la mujer fetiche, por no hablar de ¡Aguanta esto!, están presentes en la novela. Los títulos de los capítulos hacen mayormente referencia a mujeres: Una mujer resignada, Una mujer envidiosa, Una mujer ambiciosa… aunque también a temas claramente psicológicos (edípicos) como Follar con la madrastra. La historia parece un trasunto hispano de Kart Cobain (lo de músico joven que flirtea con las drogas, está muy delgado, liga mucho, quiere gustar, tiene un algo gay y acaba muerto joven suena suficientemente similar, en mi opinión). El análisis de las relaciones de “pareja” que se establecen entre los personajes parece un conjunto de ejemplos ideal para Ya no sufro por amor y la crítica contra los críticos literarios, si se me permite la expresión, sigue el camino comenzado con aquel valiente tirar de la manta iniciado con La letra futura. Por no decir que esos títulos de algunos capítulos también podrían haber servido para la ya casi mítica Amor, curiosidad, prozac y dudas. Incluso podrían encontrarse elementos de Nosotras que no somos como las demás, como, por ejemplo, la organización de distintas narraciones que confluyen en una misma.

No he mencionado ni la poesía de la autora, ni Beatriz y los cuerpos celestes, pues las relaciones me parecen menos evidentes, ni Cosmofobia ni El club de las malas madres pues he de confesar que no las he leído. Pero, en general creo que todo el entramado del libro puede rastrearse en el pasado literario de la autora, por lo que resulta convincente, sólido, coherente y muy bien documentado. Otro de los grandes aciertos de la obra es su estructura: planteado como un conjunto de entrevistas realizadas a una serie de conocidos y amigos del fallecido (no adelanto nada que no se diga desde el principio de la obra), entrevistas de las que se han eliminado las preguntas, dejando sólo las respuestas (que tienen algunas veces un cierto aire de confesiones hechas al psicólogo o psiquiatra), tras las que se siguen o a las que anteceden unos fragmentos de la narración realizados por un observador omnipresente que se centra en la relación del protagonista con cada uno de esos entrevistados.

La riqueza de este planteamiento es evidente: cada uno de los personajes tiene su propia visión del asunto, su propia imagen del fallecido (Pumuky o Guy), su propia forma de expresión y su mundo, referentes culturales, edad e historia. Esto es un reto para la escritora, reto que consigue superar con nota, como si llevara una pértiga con la que saltar la alta valla que ella misma se ha puesto. Por otra parte no es gratuita esta forma de contar, sino totalmente relacionada con el nombre de la obra (frase cuyo autor puede descubrirse leyendo la novela). ¿Qué es la realidad? Cada cual tiene su propia interpretación de la misma y cualquier historia podría valer para demostrarlo, bastando para ella que hayan formado parte de la misma, o que hayan sido testigo de la misma, al menos dos personas, aunque cuantas más mejor. Es posible que quizá también por esto el libro se venda con cuatro portadas diferentes (la misma, con fotografía en blanco y negro pero con un fragmento remarcado en un color distinto según la variante), todo es, claro, según el color del cristal con que se mire, por mucho que la fotografía esté en objetivo y frñio blanco y negro. La historia que se nos narra, concretamente, es capaz de enganchar desde el comienzo, avanzar con la suavidad natural de un río y desembocar, como era de esperar, en la mar, que es la muerte. Pero no importa ese anunciado fin porque, por el camino, siguiendo ese cauce, se descubren paisajes, personas y aconteceres que acompañan a ese río y forman, prácticamente, parte del mismo.

Con Lo verdadero es un momento de lo falso, Lucía Etxebarría hace recopilación de su riqueza cultural y la pone al servicio de la literatura, del asunto y de la forma de contarlo. Y puede hacer las delicias de muchos lectores, pues no le faltan los elementos para ello. Por último cabe destacar el tono casi objetivo, algo frío, de espectador, con el que ese/a narrador/a nos pone en conocimiento de los hechos acontecidos. Pues le son ajenos no le duelen… y sin embargo, pueden olerse las emociones, el daño, la pena, la alegría y la desesperación, a través de ese testimonio que se nos da “desde fuera”.

Un buen libro.

El volumen se acompaña de un CD (que sigue en la línea de hacer dudar al lector de la consistencia o realismo de la obra, o que se esfuerza en crear material que acompañe a la ficción para acercarla a la realidad) con un vídeoclip del grupo de música del que se habla en la obra y dos canciones, así como fotografías.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.