Cultura

Diario de Viernes (Ruta Quetzal-BBVA): 9. Vuelvo a ser quien soy

La Ruta Quetzal

El Valdivia llega a Concepción. La doble travesía -ir hasta Juan Fernández y regresar desde allí- ha sido mucho menos dura de lo que se nos había vaticinado y de lo que, en consecuencia, todos temíamos. Siempre es así. Los toreros tienen más miedo al toro antes de empezar la corrida que durante ella.

Nos dieron sábanas, aunque no toallas. Las duchas y los retretes estaban limpios. Los camarotes no eran excesivamente angostos, aunque carecían de ojos de buey, y había enchufe y lámpara en la cabecera de los camastros, lo que permitía leer y ver películas en el ordenador. Encaramarse a la litera alta, que era la mía, y más aún bajar de ella entre bandazos y balanceos, requería habilidades de equilibrismo, por no decir trapecismo, de las que por desgracia, y por el moho de la edad, carezco. Mi carcasa, mis morros y mi crisma corrieron serio peligro.

La comida era aceptable, aunque monótona. El barco bailaba el vals, pero no hubo momentos de rock duro. Casi nadie se mareó. Yo, tampoco. Milagros de la biodramina. Nunca, antes, la había tomado. Descubrí que coloca. Seguro que las autoridades, si se enteran, la prohíben. Lo hicieron con la dexedrina, con el optalidón, con el catovit, con el… Llevan el liberticidio en los genes. Son así. Nuestra salud les preocupa. Gracias, papis.

El capitán, los oficiales y los marineros nos trataron con exquisita corrección. Gente amable, simpatiquísima, muy bien educada. Cada vez tengo mejor opinión de la disciplina castrense. Todo, a bordo, funcionó como un reloj suizo. Sin orden y jerarquía no hay libertad posible.

En el muelle nos aguarda Miguel. Parece Neptuno. Si yo tuviera un barco encargaría a un buen escultor su efigie y la pondría en la proa. Da gusto verlo al pie del cañón (sin pólvora). He solicitado al Rey que lo nombre Duque de Quetzal. Lo hizo en mi nombre, hace pocos días, El Lobo Feroz que todos los martes aúlla y enseña los colmillos en la segunda página de El Mundo impreso.

Junto a Miguel están las autoridades de la zona (el corregidor, el delegado del gobierno, los mandos de la Marina, el obispo), pero no hay autoridad más alta que la suya.

Discursos, charangas y bailes. Vamos luego a visitar un buque de guerra del año del catapún, primorosamente restaurado, y se acaba la fiesta.

La mía, quiero decir, porque la Ruta sigue. Y yo, a mi aire, también.

Duermo en Concepción, alquilo un coche y tiro hacia el sur. Vuelvo a ser llanero solitario. Recupero la identidad de mi pasaporte. Dejo de ser el compañero de Robinsón. Termina así y aquí el Diario de Viernes.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.