Sociopolítica

Goya y Picasso

Este blog consta de dos entregas a la semana. Me parecen muchas. Termino una y empiezo a pensar en la siguiente. Una pesadilla. Llevo ya casi veintitrés meses aguantando mecha. Arranqué el 1 de abril de 2008. Una inercia incomprensible me obliga a seguir tirando de la noria. Si nunca leo blogs (nunca, digo) y si no entiendo a la gente que los lee (y, menos aún, a quienes los comentan. ¡Menudo trabajo extra, ni agradecido ni remunerado!), ¿por qué escribo éste? Quizá sea sólo la esperanza de dejar de hacerlo lo que me mueve a seguir en la brecha.

No se me olvida Chiloé. He decidido, hasta que cambie de opinión, cosa que hago a menudo, dedicar un día a la semana a ese viaje interminable y otro a lo que el trantrán de la vida me proponga.

Anoche vi la ceremonia de los Goya. Sólo lo había hecho, con anterioridad, muy raras veces, de tarde en tarde y a ráfagas. Tampoco entiendo a la gente que va, emperifolladísima, a ese patio de butacas, ni a los que se agolpan a la entrada, ni a los que (como yo hace unas horas) pierden el tiempo delante del televisor mientras su pantalla recoge el empalagoso ir y venir de semejante feria de vanidades.

¡Qué coñazo, con perdón! Tanto, por lo menos, como el de la entrega de los Oscar. Allá se andan. ¡Cuánto se quieren en público las gentes del espectáculo! Besos por aquí, besos por allá, lluvia de elogios, palabras de gratitud (dirigidas, incluso, a los respectivos ángeles de la guarda. ¡Hay que ser cursis!), lagrimitas y… ¡Un mundo feliz, vaya! La palabra que más se escuchó fue ésa, tan socorrida, que a fuerza de manoseos ya no significa nada: maravilloso.

En resumen: un pastel de bodas. Sugiero a Alex de la Iglesia -su intervención fue sobria, decorosa y cargada de sentido común- que en las próximas ediciones, si sigue al frente del cotarro, prohíba hacer uso de la palabra a los premiados o, por lo menos, los conmine a no mencionar uno por uno a todos los miembros de su parentela, a las personas de su equipo y a la canguro que en ese momento está al cuidado de sus bebés. Dese la gratitud por sabida. ¿Hay alguien que no quiera a su mamá?

Sí, por supuesto, que la hay, pero no sería políticamente correcto confesarlo cuando se recibe una estatuilla que debe de pesar tanto como la ceremonia en la que se entrega. En los años noventa, por cierto, y en los primeros de este siglo me invitaban a asistir. Nunca lo hice. No tengo ropa, ni tiempo, ni ganas para cosas así (lo del Cervantes, por ejemplo). Ya no me invitan.

De las películas poco puedo decir. Sólo he visto Ágora, que me pareció una más de romanos, y El cónsul de Sodoma, por motivos más literarios que de cinefilia. Quizá me decida a ir a ver Celda 211, aunque tengo pendiente Avatar, de la que todo el mundo me habla bien. Me frena un poco la atroz sospecha de que en ella se abuse de los efectos especiales conseguidos por medio de ordenador. No los soporto. Esa plaga está apuntillando el cine.

Empieza ARCO… ¡Horror de horrores! Picasso escribió en 1952 lo que sigue: “En el arte la mayoría de la gente ya no busca consuelo y exaltación, pero los que son refinados, ricos y desocupados, quienes son destiladores de quintaesencias, buscan lo que es nuevo, extraño, original, extravagante, escandaloso. Yo mismo, desde el cubismo e incluso antes, he satisfecho a esos maestros y críticos con todas las rarezas cambiantes que se me venían a las mientes, y cuando menos me entendieron, más me admiraron. Divirtiéndome con todos esos juegos absurdos, con todos esos rompecabezas, jeroglíficos y arabescos, llegué a ser famoso rápidamente. Y la fama, para un pintor, quiere decir ventas, ganancias, fortuna, riquezas. Hoy, como sabéis, soy una celebridad. Me hecho rico. Pero cuando estoy a solas no tengo valor para considerarme un artista en el antiguo y verdadero sentido del término. Tiziano y Rembrandt fueron grandes pintores. Yo sólo soy un cómico que ha entendido su tiempo y ha estrujado a fondo la imbecilidad, la vanidad y la estupidez de sus contemporáneos. La mía es una confesión amarga y más dolorosa de lo que pudiese parecer, pero tiene el mérito de ser sincera”.

¿Algún comentario? Yo creo que sobran.

Esta entrega del blog es larguísima. Soy un gilipollas. Me pagan lo mismo. ¿Valdrá por dos?

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.